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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Diez años más de agujero en la capa de ozono

La eficacia internacional en la prohibición de los clorofluorocarbonos puede considerarse un buen precedente

Javier Sampedro
Vista general de un campamento en la Antártida
Vista general de un campamento en la AntártidaFELIPE TRUEBA (EFE)

El agujero de ozono ha vuelto a batir marcas en esta temporada antártica, sí. Pero, a diferencia de lo que ocurre con el cambio climático, no hay razón para la alarma. El protocolo internacional de Montreal firmado en 1987 está funcionando bien, la prohibición de los CFC (clorofluorocarbonos) y demás gases que destruyen el ozono ha dado paso a otros compuestos inocuos para la atmósfera y la Organización Meteorológica Mundial de Naciones Unidas prevé que el ozono se irá recuperando a lo largo de los próximos 10 años. ¿A qué viene entonces este récord del agujero en el Polo Sur? Lo que estamos viendo es una combinación de dos factores. El primero son las oscilaciones climáticas anuales, que durante esta temporada austral se han caracterizado por unas temperaturas extraordinariamente bajas en la estratosfera. El frío en esas capas altas, unido al aumento de la radiación solar que ha acompañado a la primavera en el Polo Sur, han generado unas condiciones óptimas para la destrucción química del ozono allí, que no se daban desde 2006. Este es un factor sobre el que la actividad humana no tiene mucho que decir.

El segundo factor es más interesante: estamos pagando aún la factura del pasado. Como ya sabían los científicos en los años setenta y ochenta, los CFC son catalizadores de la destrucción del ozono: bastan unas concentraciones muy escasas en la atmósfera para sembrar el daño, y su persistencia en las capas altas hace que todavía estemos viendo los efectos de lo que emitimos hace décadas. Este factor sí se debe a la actividad humana, pero en este caso, paradójicamente, solo cabe felicitarse por las acciones que han tomado los Gobiernos. Es solo que hay que tener un poco de paciencia: otros diez años más de paciencia, según los expertos.

Nada de esto resta importancia al problema. La gravedad de la pérdida de ozono se debe a sus efectos directos y perversos sobre la salud. El ozono es la principal pantalla natural contra la radiación ultravioleta contenida en la luz solar, y su destrucción aumenta por tanto las tasas de cáncer de piel, cataratas oculares y daños genéticos del sistema inmune. Estos efectos dañinos son particularmente graves en las regiones polares, y sobre todo en la Antártida, pero también se dejan sentir en el resto del planeta. Por estas razones, los científicos de Naciones Unidas calculan que el protocolo de Montreal acabará evitando dos millones de casos de cáncer de piel para 2030.

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Pese a las variaciones estacionales y anuales, la acción internacional contra el agujero de ozono puede considerarse un excelente precedente. El primer artículo sobre el asunto de Paul Crutzen data de 1969, y los trabajos merecedores del Nobel de Mario Molina y Sherwood Rowland, que identificaron a los CFC como culpables, se publicaron en los años setenta. Que el problema esté ya encaminado hacia una solución sí que se puede considerar un récord, en comparación con los plazos que se han venido manejando para el cambio climático. Tomemos ejemplo.

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