La estrategia de los extremos
Nada garantiza que la negociación prime sobre la confrontación en un sistema parlamentario. Los partidos que se enroquen minimizarán pérdidas pero tendrán que responder ante los ciudadanos por la decepción que causarán
En ajedrez y en otros juegos, la palabra alemana zugzwang define el momento en que uno de los contendientes se ve obligado a decidir entre varios movimientos sin que ninguno de ellos le resulte conveniente. Al no poder pasar turno, el jugador solo puede escoger de qué manera prefiere recibir el golpe. Desde el pasado lunes 21, el PSOE está en una posición de zugzwang como consecuencia de la estrategia escogida por Podemos: al condicionar el apoyo de sus 69 diputados a la realización de un referéndum en Cataluña, los socialistas se ven obligados a elegir entre explorar dicha posibilidad (algo que tiene un coste inasumible para sus élites regionales), rechazarla y entrar en negociaciones con el PP y Ciudadanos por una suerte de pacto de reforma constitucional que Podemos utilizaría para reforzar su marco de referencia de “nosotros contra ellos”, o cerrarse en banda y permitir que se repitan elecciones con el (enorme) riesgo de sorpasso por parte de Iglesias. Este, ahora, es el mapa de las alternativas posibles.
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En semejante situación, el PSOE ha perdido la cohesión. Sánchez está dispuesto a agotar todas las opciones para llegar a un acuerdo de izquierdas, manteniendo el referéndum como línea roja. Pero los líderes de aquellas regiones sin aspiraciones nacionales propias temen el castigo que les pudiese acarrear. Algunos de ellos, además, aprovechan la ocasión para ajustar cuentas con un candidato que no ha cubierto expectativas electorales. La confrontación más o menos abierta no hace sino ahondar en el dilema socialista, favoreciendo las expectativas estratégicas de Iglesias.
En Podemos son conscientes de que la jugada está saliendo bien por el momento, pero también deben contemplar los riesgos a medio plazo. La elección del referéndum como condición para forzar el zugzwang socialista no es solo táctica, sino que obedece al hecho de que 27 de sus diputados provienen de alianzas con partidos de corte nacionalista. Iglesias ha adquirido una deuda con ellos. Los objetivos del nacionalismo de momento están alineados con los de quienes están convencidos de que el PSOE debe ser completamente derrotado y sustituido. Sin embargo, Podemos cuenta con un tercer grupo de apoyos con intereses distintos: personas o colectivos interesados en dar peso específico a un partido capaz de mover el debate hacia posiciones más favorables a la redistribución. Para ellos, terminar con un Gobierno del PP o con una repetición de los comicios solo puede ser una decepción. En los últimos días la cúpula del partido se ha cuidado de poner sobre la mesa otras condiciones de tono más social para recordar a estos votantes que ellos también están por el cambio en el resto de frentes, situando al PSOE dentro del marco de quienes no desean moverse del consenso del régimen. Pero la condición plebiscitaria sigue sobre la mesa. Ello hace evidente para todos que Podemos está dispuesto a sacrificar ciertos objetivos a corto plazo.
Jugar la carta nacionalista genera unas expectativas muy difíciles de cumplir. Porque, por si no fuese suficiente con la oposición explícita de las formaciones centristas, el PP mantiene un poder de veto en el Congreso (más de un tercio de los miembros) y en el Senado (mayoría absoluta) que, por supuesto, no dudará en usar. Tal vez Mariano Rajoy tenga incentivos para ceder un poco en una eventual negociación con PSOE y Ciudadanos, en tanto que su cabeza corre cierto peligro si no es capaz de retener el Gobierno. Pero unas elecciones anticipadas no le vienen necesariamente mal a un partido que tiene capacidad para absorber voto en busca de la estabilidad, incluyendo muchos que se aventuraron con su apoyo a Rivera sin que éste, por el momento, vaya a importar demasiado en el juego de coaliciones. La connivencia implícita de intereses entre el PP y Podemos en caso de elecciones anticipadas podrían reducir el espacio destinado al centro político.
Jugar la carta nacionalista genera unas expectativas muy difíciles de cumplir
Un centro que en teoría iba a quedar representado por un partido que no llegó a donde se esperaba, esto es, a tener poder de vetar cualquier posible acuerdo. En una campaña un tanto incomprensible cuando se la compara con el ascenso meteórico que la precedió y el intenso trabajo previo en la elaboración de propuestas que les mantuviesen en un equilibrio entre lo liberal y lo social, Ciudadanos se ató al mástil del PP cuando lo que necesitaba era justo lo contrario. La momentánea falta de relevancia de sus 40 diputados es un daño colateral de la estrategia de Podemos para arrinconar al socialismo, pero ésta solo ha sido viable porque los resultados electorales han producido un Congreso que se presta a la polarización.
Centro-derecha y centro-izquierda suman 154 escaños en la Cámara, siendo los restantes 196 para formaciones (PP, Podemos, UP, Bildu) notablemente más escoradas. De la misma manera, al menos 123 diputados están radicalmente en contra de una solución negociada al conflicto con Cataluña, mientras 97 podrían considerar incluso el derecho de autodeterminación. Las nuevas Cortes recogen el creciente pluralismo de opiniones e intereses de los votantes, es cierto, pero también dan pie a que éstas sean difícilmente reconciliables. Al provocar una situación de zugzwang para el PSOE y hacer que todas las fuerzas se alineen en frentes, incluso las supuestamente moderadas, Podemos está alimentando la polarización. La negativa irrenunciable y la amenaza interna de los barones regionales del socialismo se coordina con los intereses de conservadores y de la izquierda nacionalista. Porque, en este momento, incluso un pacto de fuerzas moderadas con el PP en busca de una reforma constitucional que subrayase la soberanía española pondría más de relieve las diferencias que los puntos en común.
Las nuevas Cortes dan pie a que las opiniones de los votantes sean difíciles de reconciliar
El objetivo natural de un sistema parlamentario es favorecer la búsqueda de consensos, en especial cuando reina el multipartidismo. Sin embargo, nada garantiza que la negociación prime sobre la confrontación. Los partidos no son meros intérpretes neutros de las preferencias de los ciudadanos, sino que ayudan a reconfigurarlas y a cristalizarlas, y pueden canalizar la dinámica política en una dirección o en otra. También crean esperanzas y, por tanto, abren la puerta a la frustración, de la que no andamos precisamente faltos en España. Los líderes que hoy se enroquen en posturas irreconciliables ganarán una batalla o minimizarán sus pérdidas. Pero tendrán que administrar mañana una decepción y una polarización que no eliminará la fragmentación. Solo estarán haciendo más largo y tortuoso el camino que ellos mismos deben recorrer.
Jorge Galindo es investigador del Departamento de Sociología de la Universidad de Ginebra y editor de Politikon.
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