Que la violencia machista vuelva a la agenda política
El alto número de mujeres asesinadas obliga a revisar las estrategias seguidas hasta ahora
La Ley Integral contra la Violencia de Género de 2003 marcó un antes y un después. La de Igualdad de 2007 debía sentar las bases estructurales que hicieran posible su erradicación. En las últimas décadas se han destinado recursos materiales y jurídicos para erradicarla. Y sin embargo, la violencia machista sigue cobrándose cada año una insoportable cantidad de víctimas: 56 en 2014, 63 en 2013, 56 en 2012, 69 en 2011... Así, año tras año. En lo que llevamos de 2015 ya son 47 las mujeres que han muerto a manos de sus parejas o exparejas. Los grupos feministas se refieren a esta violencia como terrorismo machista y piden que sea objeto de un pacto de Estado. Este es el propósito de la gran manifestación convocada hoy en Madrid.
Sucede a veces que cuando un problema social tan grave y arraigado como la violencia machista se aborda legislativamente, la sociedad tiende a darlo por resuelto. Se supone que las instituciones funcionarán, que llegarán los recursos prometidos y que, pasado un tiempo, todo comenzará a cambiar. Pero no ha sido así. Los recursos no siempre han llegado en la cantidad suficiente — el presupuesto se ha recortado en un 26%— y aunque tanto a nivel policial como judicial se han habilitado servicios y mecanismos de protección, el número de denuncias sigue creciendo —un promedio de 266 diarias— y el de víctimas no desciende. Entre tanto hemos observado un fenómeno inquietante. El machismo no solo resiste en el santuario de lo privado, sino que experimenta mutaciones peligrosas destinadas a legitimar la supremacía masculina en el discurso público. El neomachismo no solo practica un descarado negacionismo respecto de la violencia, sino que llega a presentar a los hombres en general como víctimas de la persecución feminista.
La violencia de género atañe en primer lugar a las mujeres, porque ellas son las víctimas. Pero el abono que la nutre, la cultura patriarcal, es un problema de toda la sociedad. También de los hombres, por supuesto. El feminicidio es el último y más irreparable eslabón de la pirámide de la dominación machista. Pero debajo hay muchos otros, entre ellos la desigualdad salarial o la escasa presencia de las mujeres en los puestos de representación y decisión, a pesar del salto que han dado en cuanto a preparación y disposición para ocuparlos. Esa desigualdad constituye la primera forma de discriminación estructural que se ejerce contra las mujeres. Y de ella se derivan todas las demás. La sociedad debe preguntarse si puede seguir sosteniendo un estado de cosas que malbarata la energía y el conocimiento de las mujeres.
Sería bueno que en la manifestación que se celebrará hoy en Madrid contra las violencias machistas hubiera tantos hombres como mujeres. Sería un indicador de que algo está cambiando. La principal asignatura pendiente es acabar con la inhibición e indiferencia, cuando no la tolerancia, ante las conductas violentas. El día en que los machistas violentos sepan que, en cuanto levanten el brazo, alguien les va a denunciar, las cosas habrán empezado a cambiar de verdad.
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