De migraciones: aquí, allá...

AUTORA INVITADA: JARA ESBERT-PÉREZ
En los últimos meses, la crisis de las personas refugiadas ha tomado todo el protagonismo en los medios de comunicación. Y no es para menos. Miles de personas que huyen de la guerra se han encontrado con las puertas cerradas e incluso con ataques violentos en un intento de salvar sus vidas. Las imágenes, muy duras, han sensibilizado a una parte importante de la sociedad. Un punto de inflexión ha sido la foto del pequeño Aylan Kurdi, la cual ha conmocionado al mundo entero. Sin embargo, el trasfondo de la situación, dejar morir a personas que huyen de un pasado en busca de una vida mejor, viene siendo una constante desde hace mucho tiempo, sin que eso nos movilizara en masa, como ha sucedido ahora.
Por un lado, la falta de recursos para dar respuesta a las necesidades básicas de personas refugiadas es una realidad desde hace tiempo, convirtiéndose en una grave falta para los derechos humanos. Sin embargo, nos ha hecho falta ver a Aylan yaciendo en la orilla para desencadenar esta ola de solidaridad, que no es sino una respuesta de justicia social.
Por otro, la utilización de la palabra refugiado en vez de inmigrante o migrante ha llevado a aceptar la necesidad de una cobertura legal y social a un grupo de personas en detrimento de otro, el cual ha visto sus necesidades más básicas descubiertas. Hablamos de lo que algunos han definido como inmigrantes económicos, personas que huyen de una situación de pobreza (en muchos casos producida por la explotación del llamado primer mundo), que no pueden hacer frente a su día a día en el país de origen y huyen en busca de soluciones. Y a éstos también les hemos cerrado las puertas, hemos levantado vallas cada vez más altas para imposibilitar su entrada, les hemos encerrado en centros de internamiento (donde, sabemos, se producen vulneraciones de derechos humanos), etc. Y a los que han conseguido entrar en esta Europa Fortaleza les hemos recibido con políticas restrictivas que dificultan la integración y la convivencia en igualdad de condiciones que el resto de la población europea.
Todos ellos, migrantes en general, son víctimas de unas políticas que ponen por delante de los derechos de las personas las necesidades de una sociedad capitalista que abre las fronteras cuando se necesita mano de obra que “mejore” la economía y las cierra cuando considera que ya no hace falta.
Con las personas refugiadas sirianas se está viendo claramente: desde Europa se alzan las voces de la necesidad de ciertos países de contratar personal altamente cualificado.
En este sentido, la nueva Agenda Europea de la Migración (Comisión Europea, 2015) propone como línea de actuación una “nueva política de migración legal” en la que destaca la importancia de “el mantenimiento de una Europa en declive demográfico como destino atractivo para los inmigrantes, en particular modernizando y actualizando el sistema de la tarjeta azul”[1] dirigida a personal altamente cualificado. La Directiva sobre la tarjeta Azul, según esta Agenda, será revisada para intentar hacerla “más eficaz para traer talentos a Europa”.
Se ha empezado así a clasificar a las personas según si tienen perfil cualificado o si no lo tienen, si son refugiados o inmigrantes, dando respuesta a las necesidades del sistema capitalista por un lado, a cuestiones de imagen política por otro.
Pero no sería justo decir que todas las líneas políticas van en una misma dirección, ni pensar que sólo los políticos dibujan la realidad de las personas. La sociedad civil se ha encargado a lo largo de los años de dar una respuesta, de hacer frente y proponer alternativas más justas, dignas y respetuosas con los derechos humanos. En este sentido es interesante la propuesta de la plataforma Stop Mare Mortum, que propone ampliar el concepto de la palabra refugiado -definida en la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951- incluyendo también a las personas que huyen de sus países por motivos económicos.
Y es que, independientemente de los motivos que originaron la migración y del perfil de las personas migrantes, lo que se evidencia es la necesidad de dar un trato digno a las personas, de cubrir sus necesidades básicas pero también de velar por el derecho a la participación y a la convivencia en igualdad de condiciones que el resto de personas. Aquí o allá. Porque “inmigrante”, “emigrante”, “refugiado” o “migrante”, somos vecinos y vecinas de este mundo que nos podemos quedar un rato más largo aquí o allá, emigrar, retornar, o volver a marchar.
Jara Esbert-Pérez (@JaraEsbertPerez) es profesional de las Migraciones e Investigadora de Retorno Voluntario
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