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Columna
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Dos elecciones, dos resultados mezclados

La salida del atolladero catalán pasa por la combinación de los dos comicios; el ganador en Cataluña se colocará en punto muerto, a la espera del horizonte que dejen las generales

Soledad Gallego-Díaz

El resultado de las elecciones catalanas se sabrá el domingo 27, pero no será posible interpretar bien esos datos hasta después de los comicios generales de diciembre. La salida del atolladero catalán pasa por la mezcla de las dos convocatorias electorales y lo más probable es que, superadas las primeras declaraciones y felicitaciones, el ganador de los comicios catalanes, que, según todas las encuestas, será Junts pel Sí, se colocará en punto muerto, a la espera de los siguientes resultados y del tipo de negociación que se abra.

Lo más fascinante de los dos procesos electorales es todo lo que ha cambiado el mapa político en tan poco tiempo. En el caso catalán, por ejemplo, las encuestas mantienen que la propuesta secesionista no tendrá mayoría parlamentaria sin la CUP, una formación más cercana ideológicamente al nuevo líder laborista, Jeremy Corbyn, que a Artur Mas. La capacidad de influencia en la política institucional de un grupo como la CUP hubiera sido impensable hace muy poco tiempo y abre ahora un nuevo espacio de debate.

En el caso de las elecciones generales, los sondeos van dibujando un cierto empate entre Partido Popular y Partido Socialista, pero ese dibujo clásico salta por los aires en cuanto se percibe que cualquiera de los dos precisará de aliados, y no para completar la mayoría parlamentaria con un número pequeño de escaños añadidos, sino porque tendrán un hueco importante, de los que exigen pactos políticos y no pequeñas promesas.

2016 será un año de renacido debate porque  España se planteará una reforma constitucional

Sea como sea, 2016 será un año en el que la política volverá a reclamar protagonismo. Sobre todo si no se produce otra catástrofe económica internacional o nacional que devuelva a los ciudadanos al estado de ánimo sombrío del que se supone que están saliendo. Lamentablemente, eso es algo que no está descartado. Un dato curioso de las encuestas es que la permanente justificación de Mariano Rajoy ante los dirigentes del PP, si mejora la percepción de la situación económica, mejorará nuestra expectativa de voto, también funciona para el Partido Socialista, al que el alivio en el estado de ánimo colectivo hace subir también en el termómetro electoral. Los dos vuelven a primer plano, algo discutible hace unos pocos meses, aunque a expensas de su capacidad de pactar. Básicamente, en lo que más se diferencian PP y PSOE cara a las elecciones generales de diciembre es en sus expectativas de voto por capas de edad, algo que los socialistas deberían examinar con cuidado. El último sondeo del CIS volvía a reflejar esa brutal separación, con un PP que solo tiene mayoría entre los mayores de 65 años.

Volviendo a 2016, cada vez resulta más evidente que será un año de renacido debate. Primero, porque en España se planteará, inexcusablemente, una reforma constitucional, con todo lo que eso conlleva. Que nadie piense que podrá limitar ese debate al problema territorial, porque será imposible abrir la reforma constitucional sin que salte sobre la mesa la inclusión de nuevos derechos sociales, una reivindicación que seguramente tiene en toda España el mismo apoyo que tiene entre la población catalana el derecho a celebrar un referéndum sobre la independencia.

Y segundo, porque es verdad que se ha abierto en toda Europa una seria discusión sobre cómo definir “aquel espacio político que antaño se llamó izquierda” y que ahora parece vacío de ideas y contenidos, discusión de la que continúa completamente ausente el PSOE, pero que tiene ya portavoces en el laborismo británico y en el socialismo francés. solg@elpais.es

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