En Burundi germina una nueva generación de paz
En uno de los países más pobres del mundo que todavía sufre las cicatrices de una brutal guerra civil, un movimiento educativo trata de superar etnias, lenguas o especificidades
En el centro de Bujumbura un grupo de trabajadores sociales es abordado por una docena de chavales de entre cinco y trece años. Entre los menores, uno en silla de ruedas y discapacidad mental. “¿Tienes algo para mí?”, le pregunta uno a Teddy Claude Harushimana, jefe del programa para niños de la calle de New Generation. Es una escena habitual en el centro de la capital burundesa, así como en las principales ciudades del país donde, según Unicef, viven alrededor de 3.000 niños de la calle.
Burundi es uno de los países más pobres del mundo. A pesar de que los indicadores macroeconómicos mejoraron ligeramente en los últimos años, según el Programa Mundial de Alimentos, el 58% de la población burundesa sufre de malnutrición crónica y más del 80% vive con menos de un euro al día. La frágil situación política tras los acuerdos de paz del año 2000, pero también otros factores multidimensionales como la mala gestión de la colonización belga, son raíces inherentes del empobrecimiento de este pequeño país enclavado en los Grandes Lagos, según el doctor en antropología Albert Roca.
“Este es Cedric. Su madre lo intentó matar y, al presenciar como ahogaba en un cubo de agua a su hermano de tres meses, decidió huir y refugiarse en la calle”, cuenta Teddy mientras presenta a uno de los pequeños a los que intenta ayudar el programa. “Los niños que viven en la calle están muy traumatizados. Muchos son hijos de madres alcohólicas, algunos son fruto de violaciones, otros son simplemente abandonados por sus padres por no poderse hacer cargo de ellos”, dice este joven activista por los derechos de los menores mientras muestra los diferentes puntos de la ciudad donde se cobijan los niños por la noche.
Construir la paz en momentos de violencia
Dieudonné tiene ahora 40 años, pero aún estaba en primaria cuando la guerra civil estalló en Burundi. De familia tutsi, como el 14% de la población del país, siempre supo que alguna cosa no funcionaba con los hutus. “La noche que asesinaron al presidente Melchior Ndadaye, el representante de la mayoría hutu, todos los tutsis influyentes se reunieron, algo malo se avecinaba y había que prepararse”, dice el fundador de New Generation. Ese día empezaría un genicidio. Corría el año 1993. “Quemaban a la gente viva, los emparedaban, las mujeres embarazadas eran asesinadas a plena luz del día. En medio del caos, el centro cultural americano proyectó la serie King del 1978, que contaba la historia de Martin Luther King Junior, y de repente, vi la luz”, relata el activista.
A raíz de esa serie, Dieudonné empezó a organizar a la gente de su generación para encontrarse cada jueves hasta que, junto a 40 exniños de la calle empezaron a esbozar distintos proyectos alrededor de esta organización sin ánimo de lucro. “Había que construir la paz como fuera. Y ese embrión para la transformación social debía ser un movimiento que estuviera por encima de etnias, lenguas o especificidades, así que lo bautizamos con un nombre extranjero, global: New Generation [Nueva Generación]”, dice el que viviera en la calle durante su niñez después de perder a su padre durante la guerra civil.
Esos jueves de debates para la paz se prolongaron durante años, y del verbo se pasó a la acción intentando aliviar la situación de desamparo absoluto que vivía la infancia burundesa en la capital, Bujumbura. “Después de recorrer calles y pensiones hasta que nos echaban por ser demasiados, decidimos ocupar un edificio gubernamental que, por aquel entonces, estaba en desuso: el Palais des Arts et de la Culture. El ministro de cultura nos cedió el espacio durante ocho años, hasta 2006, aunque sin saber que era para albergar a los niños de la calle. Reconstruimos el bloque y dimos cobijo a cientos de niños. Los educábamos, los alejábamos del crimen y les dábamos una vivienda digna”, cuenta orgulloso este trabajador social autodidacta que ha continuado su tarea hasta día de hoy. En 2004, La Haya les otorgaría el premio a la mejor organización africana para la lucha de los derechos de la infancia, y recibirían el apoyo de varias instituciones, entre las que se encuentra su socio principal, la organización británica Street Action.
En Bujumbura son varias las organizaciones que trabajan para los derechos de la infancia. Terre des Hommes, presente en el país desde 1985, intenta velar por la infancia y denunciar la violación de los derechos de los menores. War Child trabaja para evitar que los niños pobres y huérfanos acaben enrolados en la violencia o que sean víctimas del tráfico humano. Pero el trabajo de New Generation tiene una particularidad que lo hace único: la construcción de una nueva nación a partir niños de la calle y exniños soldados que se convierten en embajadores para la paz.
“A parte de ofrecer becas escolares a unos 150 niños y niñas, damos cobijo a unos 80 internos en nuestro hogar de acogida. Pero las actividades que alcanzan a más niños son las conferencias sobre paz y reconciliación que ofrecemos periódicamente y de forma gratuita. Actualmente, formamos en liderazgo a más de 5.000 niños y jóvenes para que desarrollen su capacidad y habilidad de convertirse en líderes”, manifiesta Dieudonné.
Vivir en la calle en plena crisis política
Pero los últimos meses de crisis política las cosas se han puesto difíciles y Dieudonné confiesa que las ayudas que reciben del exterior no están llegando. “Cada día, desde hace meses, a partir de las tres de la tarde las calles quedan desiertas y se genera una situación de toque de queda. Desde la casa de acogida, los niños escuchan disparos y explosiones algunas noches. Y los niños que siguen en la calle por falta de espacio en nuestro centro de avenue du Large están aterrorizados. Han perdido su libertad”, se queja el fundador de New Generation.
A pesar de que los indicadores macroeconómicos mejoraron, el 58% de la población burundesa sufre de malnutrición y el 80% vive con menos de un euro al día
Con un 45% de la población menor de 15 años, y con alrededor de un 80% de la infancia burundesa viviendo en condiciones de pobreza, los niños de la calle son los que están experimentando una situación más grave de vulnerabilidad. Tal como nos explica Eliane Luthi, responsable de comunicación de Unicef en Burundi: “Está claro que desde que se inició la crisis política las necesidades de estos menores han aumentado ya que les resulta cada vez más difícil ganar dinero de la mendicidad en las calles y acceder a servicios básicos como la salud debido a la violencia y la inseguridad. Teniendo en cuenta la crisis económica y el aumento de la pobreza de los padres mientras los puestos de trabajo se pierden y el franco burundés se devalúa, es probable que veamos aumentar el número de niños que viven en la calle en los próximos meses”, se lamenta Eliane. Una situación que también relataba para Planeta Futuro el especialista en protección infantil de Unicef en Burundi, Pedro Guerra.
Según el último informe publicado por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, nueve menores han muerto en los brotes de violencia relacionados con las últimas elecciones en Burundi y 17 han sido sentenciados tras ser acusados de estar involucrados en grupos armados. A pesar de que Eliane Luthi dice que “Unicef no puede confirmar los datos”, Dieudonné asegura que tanto el gobierno como la oposición están financiando a algunos niños de la calle como mercenarios, que participan de la violencia callejera para poderse llevar algo de comida a la boca.
Los traumas de la violencia y los trastornos causados por el estrés postraumático son frecuentes en menores que han vivido en la calle. Además, los que lo han hecho durante un tiempo más prolongado presentan más frecuentemente depresión y riesgo a la drogodependencia, de suicidio o de alcoholismo, según un estudio sobre la reinserción de los niños de la calle en Burundi.
Educación, el arma del futuro
“La educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo”, decía Nelson Mandela. Facilitar el acceso a la educación se considera clave para la integración en la sociedad. “Quiero ir a la escuela. No quiero mendigar más”, le dice uno de los niños a Teddy mientras, junto a otros miembros de New Generation, hacen una ronda nocturna por Bujumbura para repartir comida a los cientos de menores que se acumulan en cada esquina. “Casi todos ellos quieren estudiar. Tienen una sed de aprendizaje brutal y saben que la educación les puede sacar de la calle y darles una vida digna. Pero New Generation no da abasto. Nos hace falta más espacio, más camas, más dinero para becar a los estudiantes en secundaria y en la universidad”, reconoce el trabajador de la organización.
Según datos de las Naciones Unidas, las tasas de alfabetización en Burundi pasaron del 59% al 96% del 2005 al 2011. Sin embargo, según el mismo informe, la mitad de los estudiantes deja la escuela antes de terminar la primaria y solamente el 41% empezarían secundaria. “Nosotros, a parte de facilitarles ir a la escuela, les suministramos comida siempre que podemos, porque el tiempo que dejan de estar mendigando en la calle se tiene que compensar con lo que ganarían estando en ella”, dice Dieudonné. Pero su mayor logro no es el de facilitar una continuidad en la educación primaria y secundaria, sino el de ofrecer educación en valores. En el centro que New Generation se organizan clases de música y hasta torneos de fútbol. “En marzo de 2014, viajamos a Brasil con nuestro equipo de fútbol para participar en la Copa del Mundo de los Niños de la Calle. Nuestro equipo, que nunca había salido de Burundi, estaba entusiasmado e ilusionado. En el avión sus caras eran un cromo. Pura felicidad. Este tipo de actividades les dan esperanza. Y eso es lo que intentamos con todo lo que hacemos con ellos, empoderarlos y potenciar sus habilidades como agentes de transformación social”, cuenta el director de la organización.
New Generation ya ha formado a más de 5.000 chicos y chicas a través de sus programas. Y muchos de sus actuales educadores son exniños de la calle que han tenido la oportunidad de estudiar en la universidad, desde ciencias políticas a trabajo social, y que ahora revierten a la sociedad todo aquello que han aprendido. “En el año 2000 empezamos a idear seriamente una estrategia para formar los líderes del futuro para 2020. Teníamos un sueño que estamos haciendo realidad. En nuestra organización, exniños de la calle y hasta exniños soldado están ayudando a la infancia más vulnerable. Ellos están educando en valores y ya son agentes de cambio. Estamos cambiando el país. ¡Vamos a liderar el futuro y el gobierno lo sabe!”, asegura Dieudonné orgulloso de los avances sociales que están consiguiendo en un país sumergido en una flagrante crisis. La esperanza se palpa en las palabras de sus protagonistas. Hay futuro. Y el futuro está en manos de una nueva generación de paz que ya ha empezado a germinar.
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