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Todo le interesa, todo le merece un comentario al observador señor Zeta que por las tardes en un parque conversa con los transeúntes: la fama, el arte, la astrofísica, las sagradas escrituras, las máquinas de afeitar, las “boutades” de los poetas, la educación o el misterio de la creación de dinero. Habla con estilo y gracia, haciendo alarde de una vasta cultura cosmopolita que, envuelta en un lenguaje algo anticuado, condensa en desafiantes aforismos: “Contradíganme, pero sobre todo contradíganse ustedes mismos. Uno sólo debe mantenerse fiel a aquello que no dice.” Pronto se verá que con semejantes llamadas a la independencia el señor Zeta simplemente ha definido su propio personaje que se apoya en la paradoja y la contradicción. Y por tanto no sorprende que este hombre mayor de traje impecable proclame las bondades de la ambigüedad y las estrategias de disimulo, renegando de la actuación consecuente. De hecho, va desarrollando en su banco del parque una muy seductora filosofía del escaqueo: “La evitación,” dijo Z., “es un arte elevado que raramente se enseña y aún más raramente se domina. La mayoría de las personas se ven superadas sin remedio por la magnitud de lo superfluo.” (La traducción, por lo demás muy solvente de Francesc Rovira, pone “renuncia” en vez de “evitación”, dándole así un matiz más inocente).
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