Príncipes del Bronx, reyes de Harlem
La relación del ‘hip hop’ con las grandes firmas de moda es cada vez más estrecha
Antes de que Saint Laurent vendiese zapatillas llenas de bling bling a 800 euros el par y Alexander Wang colocase las clásicas etiquetas de los discos de rap en sus deseadas sudaderas, ya estaba Dapper Dan. Desde su tienda de Harlem, el modisto utilizaba en los ochenta los estampados clásicos de marcas como Vuitton y Gucci —sin pagarles un dólar— y creaba piezas que esas firmas jamás hubiesen osado comercializar, con decenas de cremalleras, volúmenes imposibles y logos gigantes. “Las hacía aptas para negros”, explica él. “Daps hacía con la moda lo mismo que nosotros con la música: coger samplers y loops de otras canciones para algo nuevo”, sentencia el rapero Nas.
La secuencia forma parte del filme Fresh Dressed, del periodista Sacha Jenkins. Tras pasar por Sundance, podrá verse ahora dentro del festival de documentales de moda Moritz Feed Dog, que se celebrará entre este jueves y el 17 de mayo en Barcelona, en el que también están programados títulos como Dior and I, sobre la tumultuosa llegada de Raf Simons a la casa francesa, o Iris, la película que el fallecido Albert Maysles dedicó a la icónica decoradora y diseñadora Iris Apfel.
Fresh Dressed arranca con imágenes de archivo de un programa musical de los setenta que apenas duró un episodio. “Vais muy fresh” (estilosos, cool), felicita el presentador, un acólito de Jean-Michel Basquiat, a dos chavales, que proceden a explicar su estilismo con inmenso orgullo, desde sus Adidas “con cordones gordos” —por entonces, no se comercializaban y para obtenerlos había que pasar horas almidonando un cordón normal— a sus gorras Kangol, pasando por sus enormes gafas Cazal.
A partir de ahí, se enlazan docenas de entrevistas que van construyendo la historia oral de dos disciplinas que no se entienden la una sin la otra en las últimas décadas: la moda y el hip hop. Músicos como Pharrell Williams, Kanye West, Sean Puffy Combs o Swizz Beats; diseñadores como Riccardo Tisci, de Givenchy, que asegura ser “uno de los primeros chavales italianos en escuchar hip hop”, y estudiosos de la cuestión, como el editor André Leon Talley, se turnan para hablar de gorras y zapatillas, pero también de raza y dinero.
El fenómeno
Sin embargo, no se obvia el lado oscuro del fenómeno. “Lo último que querías oír en los ochenta en el Bronx cuando se te acercaba alguien a quien no conocías era: ‘¿Qué talla tienes?”, recuerdan varios testimonios. Porque entonces lo que seguía era un atraco a mano armada que acababa con la víctima descalza en el mejor de los casos y tiroteada en el peor. Hace apenas dos años, un adolescente de 16 años fue asesinado en el neoyorquino Bryant Park para arrebatarle su parka Marmot. Junto a ese consumismo exacerbado y esa glorificación de los símbolos de estatus, surgen otras cuestiones, como el supuesto odio a lo propio que, según la diseñadora Alice Walker, explica el ocaso de la llamada “moda urbana”, ahora diluida en la moda a secas.
Fresh Dressed cuenta también ese auge y caída de las marcas nacidas en el seno del hip hop y que vivieron un momento dorado en los noventa. Firmas como Cross Colors, que explosionó cuando empezó a llevarla Will Smith en El príncipe de Bel Air; Fubu, Phat Farm o Sean John —la efímera, pero muy exitosa marca de Sean Puffy Combs, antes P. Diddy— construyeron imperios, pero acabaron desintegrándose o quedando como algo marginal. “Las marcas urbanas estaban hechas por nosotros y para nosotros, pero no fuimos leales. No representan el estilo de vida que sí reflejan las grandes firmas”, explica la profesora del Fashion Institute of Technology Elena Romero. Mientras, las compañías que los chicos de Harlem y el Bronx ya idolatraban en los ochenta, como Ralph Lauren y Tommy Hilfiger —quien regalaba prendas en los barrios marginales “como los camellos que dan el primer chute gratis”, según algunos entrevistados—, siguen siendo populares y han aprendido a traducir el estilo del hip hop a las masas. Los hiphoperos de última generación, como A$AP Rocky, citan directamente a Prada, Hermès y Ferragamo. “El lujo nos adora”, recalca Pharell Williams. Kanye West no lo tiene tan claro: “Esas casas son muy escépticas para asociarse con raperos porque nos consideran de clase baja”.
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