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En el nombre del fútbol, amén

Religión y afición se unen cuando los hinchas rezan por el equipo y se casan en el estadio Tres clubes españoles permiten a sus fanáticos dejar las cenizas en sus instalaciones

Iban Anglada y Sígrid Sans en su boda en el Camp Nou, en julio de 2011.
Iban Anglada y Sígrid Sans en su boda en el Camp Nou, en julio de 2011.FC BARCELONA

Adonde quiera que va, Marcos Sánchez, de 35 años, lleva pines del Real Madrid. Los usa como regalo. Para socializar. Y no, no trabaja en el club. "Es lo que yo llamo evangelizar. Cuando voy a otra ciudad o a otro país voy creando madridistas siempre que se pueda, claro que sí". Desde hace 23 años, él es uno de los 2.000 socios compromisarios del equipo. Hace 17 que colecciona antigüedades del conjunto blanco y, si pudiese, se casaría en el Santiago Bernabéu.

Iban Anglada y Sígrid Sans fueron los primeros en realizar el sueño que Marcos se muere por cumplir. Un 9 de julio de 2011 celebraron en el estadio más grande de Europa su boda y el banquete. "Da un poco de pereza ir a según qué boda, pero una en el Camp Nou... ¡yo también querría que me invitaran!", cuenta Sígrid.

Aunque no todos viven el barcelonismo con la misma pasión. Los invitados anticulés tuvieron que aguantar una boda en la que los novios entraron por el túnel de jugadores con el himno del Barça. Nunca imaginaron que el Tot el camp pudiera funcionar como marcha nupcial. También soportaron durante una hora y media la presencia de los tres trofeos que el club había ganado hasta entonces. Una boda como la de Sígrid e Iban, para unas 250 personas, ronda los 40.000 euros.

Marta Serrano, una de las organizadoras de ceremonias en el Camp Nou, cuenta que allí van a casarse parejas de todo el mundo. Ya se han celebrado dos bodas y diez eventos de particulares en lo que va de año. Al igual que en el Camp Nou, en el Mestalla o el Vicente Calderón también se celebran este tipo de fiestas.

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El Bernabéu, sin embargo, sigue reservando su estadio solo para eventos de empresa. Los particulares, de momento, se montan el altar en casa. El piso de Marcos Sánchez, en el barrio madrileño de Vallecas, no parece, a primera vista, un museo. Pero apenas empieza a abrir cajones, su salón se transforma en una exhibición de primera. Banderines, programas de partidos, revistas, libros, camisetas y hasta un uniforme infantil que "solo costó tres duros", aunque no tiene hijos. "Yo aparte de coleccionista, a nivel modesto, claro, me considero un historiador del Madrid. Es que cuando uno tiene una pasión procura meterse en ella y conocerla".

Para él no hay un mejor lugar en el mundo que el Bernabéu. Le gustaría, de hecho, que el equipo acondicionara un área con columbarios para que los más forofos como él puedan descansar en paz en su catedral futbolística, como ya pasa en otros estadios. En el museo memorial del Atlético de Madrid, hay espacio para 4.200 urnas funerarias, de las cuales 100 están ocupadas y 300 reservadas.

Con la entrada justo al lado de la tienda oficial del equipo, el columbario del Vicente Calderón no parece un cementerio. El ambiente dentro, aunque solemne, está lejos de ser fúnebre. Allí pueden descansar, sin embargo, los restos de cualquier hincha por precios que oscilan entre 1.400 euros (en el espacio comunitario) hasta 6.000 euros (por un columbario familiar).

"Si piensas en un espacio memorial, te equivocarás si piensas en cruces y cirios. Los aficionados no tienen ningún tipo de reparo en que esté allí. Lo agradecen, porque es una manera de cerrar el círculo de la vida de una persona que ha estado ligada a un club", cuenta Rubén Tamarit, director de Giem Sports, la empresa que gestiona los columbarios en todos los estadios de España.

El Barça tiene previsto reformar su estadio en 2017, y el proyecto planea la construcción de un espacio para dejar las cenizas de los aficionados. Será el más grande del mundo en un lugar deportivo, con 30.000 nichos individuales y 60.000 áreas comunitarias.

En el columbario del Vicente Calderón hay ocupados 100 espacios de los 4.200 disponibles

Se sumará a los tres estadios que actualmente ya cuentan con un espacio de este tipo. Son el Vicente Calderón (Atlético de Madrid), el Cornellà-El Prat (RCD Espanyol) y el Benito Villamarín (Real Betis Balompié). Un lugar para que los forofos puedan seguir estando cerca de su club, aun después de la muerte.

Marcos Sánchez dice que vive su afición más como una pasión que como una religión, aunque se plantea que sus restos descansen en las instalaciones del Real Madrid. En su agenda religiosa sólo tiene espacio para una misa: la que ofrece el Real Madrid todos los 2 de junio en memoria de Santiago Bernabéu.

Pero Marcos aclara, con su camiseta de Santillana puesta y rodeado de su colección en el sofá de casa, que eso no le hace más madridista que el resto. "Yo lo hago porque quiero, me gusta y ya está". Para él la afición a un equipo tampoco tiene que ser una competición. Si lo fuera, quizás iría en cabeza.

La vida entera para el Málaga

Para salir y entrar de su casa, Andrés Perales tiene que pedir que le abran la verja del estadio de La Rosaleda. Porque es allí donde vive el que fuera el chófer del Málaga CF y posterior conserje de su campo. Y aunque él se jubiló hace tres años y puso fin a una relación laboral de casi cinco décadas con el equipo, la dirección del club lo tiene claro. La vivienda dentro del estadio, desde la que Perales custodiaba el recinto día y noche con ayuda de su bicicleta y sus tres perros, le pertenecerá todo el tiempo que este la requiera. Su decicación le ha valido a este hombre de 79 años, también, que una de las entradas del campo lleve su nombre —un privilegio reservado, hasta entonces, para los grandes jugadores del equipo—.

El conserje también fue quien mantuvo el aliento del estadio los dos años que el Málaga, jurídicamente, no existía. En 1992, la entidad, hasta el cuello de deudas, tuvo que echar el cerrojo. Con todo, la jueza que embargó las dependencias del equipo entendió que no podía desalojar a Perales, su mujer y los cinco hijos con los que convivían entonces. Así las cosas, el trabajador recorría la ciudad con un taxi y dormía en La Rosaleda. Mientras tanto, uno de sus retoños cuidaba del césped que otras veces había arreglado su padre, no fuera este a pudrirse durante los dos años de silencio.

Perales, natural de Marmolejo (Jaén), ni siquiera era un aficionado del club cuando empezó a conducir para él, en 1963. El Málaga entonces titubeaba entre la Primera y la Segunda división, y así se quedaría durante la década de los sesenta. Los años en el Flecha Azul, el autocar del equipo, son los que el chófer recuerda con más cariño. “Yo era uno más. En el equipo había compañerismo, que es lo que no hay ahora”, opina el antiguo conserje, que afirma no conocer personalmente a la actual plantilla del Málaga.

Cuando los vecinos del barrio le preguntan cómo está, Perales responde que “más aburrido”, aunque sus hijos vayan a verle a diario. Él echa de menos a su mujer, con la que convivió durante más de seis décadas, y que murió hace un año. También faltan los tres grandes canes que le ayudaban con la ronda, aunque en su lugar hay un gato, dos pájaros y un pequeño perro de compañía.

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