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El profeta de Hollywood

Subió al escenario del teatro Dolby y rellenó de humanidad la gala de los Oscar Con un pasado de superviviente y un aspecto de Jesucristo, Jared Leto es el actor que nunca soñó con el cine, pero tiene una vida de película

El actor y cantante Jared Leto, retratado en un estudio de Los Ángeles en octubre de 2013.
El actor y cantante Jared Leto, retratado en un estudio de Los Ángeles en octubre de 2013.L. Nicholson (Reuters)

¿Quién se lo pasó en los Oscar como niño con zapatos nuevos? ¿Quién comió pizza a dos carrillos, se apuntó al selfie sin estar invitado o entregó su Oscar “a una orgía” para que todos lo sobaran? ¿Quién fue el rey del Instagram —empatado con Ellen DeGeneres— durante la velada y tuvo tiempo de acordarse de Venezuela, Ucrania y los 36 millones de personas que perdieron su batalla contra el sida? Solo hay una respuesta, y esa es el Bee-Jesus de Hollywood, Jared Leto. Una mezcla de uno de los Bee Gees con Jesucristo Superstar que exuda el actor de 42 años que ha vuelto al ruedo cinematográfico tras seis años de ausencia para llevarse de un solo golpe el Oscar como mejor actor secundario, la fama y la conciencia política y social. Todo ello sin poner cara de mártir y, al parecer, ligando con Lupita Nyong’o. O con June Squibb, bromea. Leto no va de Miss Mundo abogando por la paz mundial. Dijo lo que dijo desde el teatro Dolby porque le parece importante, porque es apropiado con el tono de la película que le llevó allí, Dallas Buyers Club, y porque se siente “como en casa” en el mundo mundial que diría Elvira Lindo. “Los temas de interés mundial nos afectan a todos de forma muy directa”, recordó en plena fiesta.

De Jesucristo venido a la tierra solo tiene la apariencia, porque en las distancias cortas Leto no puede ser más terrenal. Alguien que reconoce no haber visto la película por la que ha ganado los principales galardones que Hollywood puede ofrecer. Alguien cuyos sueños nunca incluyeron la idea de ganar un Oscar porque, admite, sus planes para cuando fuera mayor iban entre “ser pintor o narcotraficante”. El chaval de ojos de semáforo descubrió en la fotografía su pasión y en la interpretación la forma de pagar las facturas sin dejar de soñar. Sueños muchos de ellos que le rondaron por la cabeza a la intemperie durante una infancia precaria como el menor de una madre soltera y con una juventud llena de albergues, sofás, arbustos, bancos, tejados y playas por cama. “Muy parecido a lo que vivieron muchos otros que llegaron a Los Ángeles buscando una carrera, imagino”, recuerda ahora con un suspiro y una sonrisa de ensoñación. Rebeldía o aceptación, Leto se mueve entre las dos aguas. De ahí que en la noche de su triunfo, como dijo a los cuatro vientos, podría haber hecho dos cosas: hablar de sí mismo o apuntar su foco a los demás. Esto último fue lo que hizo, y por razones de lo más terrenales. “Tengo un gig en Ucrania en un par de semanas. Otro en Tailandia. Estoy hablando para dar un concierto en Venezuela. Vamos, que todas estas revueltas sociales nos afectan de una forma directa”, recordó a una audiencia quizá demasiado estadounidense para entenderle. “De ahí que me parezca importante hablar de estos temas en nombre de la gente con la que mantengo un diálogo, una interacción, en Instagram, en Twitter, en Facebook”, añadió.

Habla de los fans de su música, de los que le conocen por Thirty Seconds to Mars o el vídeo City of angels, que rodó justo donde le dieron la noche del domingo pasado el Oscar, en el bulevar de los sueños rotos donde lo que ni soñó como actor se hizo realidad. “Es gracioso que hasta ahora solo había ganado premios con lo que más criticado he sido, con mi música”, se rio el Jordan Catalano de My so-called life (Es mi vida, en España), una serie que, para haber durado solo una temporada, se quedó grabada en toda una generación.

Ni su música ni su filmografía se pueden calificar como concienciadas. Cada papel, una aventura, ya sea con el yonqui demacrado de Réquiem por un sueño, en el nihilismo de El club de la lucha o gordo cual el innombrable que asesinó a John Lennon en Chapter 47. Tampoco su música incluye canciones protesta, aunque parte de estos seis años que se ha pasado alejado de la gran pantalla los pasó peleando una demanda que le puso la discográfica EMI a él y a su grupo valorada en 30 millones de dólares. Ganó David y perdió Goliat. De hecho, cuando llegó a sus manos el papel de Rayon, el transexual con sida que pone la humanidad en el club de la droga que ahora le ha llevado al Oscar, Leto dijo que no. Después de 10 millones de álbumes vendidos, conciertos para más de 150.000 personas, después de haber dado varias veces la vuelta al mundo, ¿qué se le había perdido en Dallas Buyers Club? Su respuesta es tan certera y humana como la dedicatoria que le hizo en el Dolby a su madre, la mujer que le enseñó a soñar. Lo que le hizo cambiar de opinión fue el recuerdo de ese vecino que tuvo en su primer apartamento en Los Ángeles, ese cuchitril donde conoció a ese hombre con sida, “además de un gran sentido del humor y mucha humanidad”. “Él me dio grandes lecciones de comprensión y empatía”, echa ahora la vista atrás. A él y a muchos otros como él ofreció un Oscar que dedicó también “a aquellos que sintieron la injusticia por ser quienes son o por amar a quienes aman”. Palabras serias que en un rápido cambio de tercio complementa con sus otras realidades más terrenales, como lo terrible que fue utilizar medias para el papel o los horrores de la depilación a la cera. “Pero hice de mí una mujer bien guapa aunque no todos lo crean. A diferencia de Dustin Hoffman. Él tenía buenas pantorrillas, pero mis tobillos son para morir por ellos”, resume de su trabajo retornando a la parte más frívola de su conciencia.

Mechas ganadoras

Además de por su Oscar, Jared Leto ha acaparado centímetros de papel y pantalla gracias a su melena, envidiada tanto por hombres como por mujeres y con su propio club de fans en Tumbrl. A través de Twitter, la actriz Olivia Wilde preguntó a su estilista Chase Kusero cuál era el secreto de tan resplandecientes mechas, y la web de estilo del New York Magazine, The Cut, decidió ir un paso más allá y entrevistarle al respecto. "Duerme con una mascarilla el día de antes, se lava con un champú seco y se plancha el pelo mechón a mechón", explicó el peluquero.

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