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DEFENSOR DEL LECTOR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Topónimos limítrofes

El empleo de determinados nombres propios, particularmente de espacios geográficos sobre los que se emplean distintas denominaciones, suscita el reproche

Tomàs Delclós

El empleo de determinadas denominaciones, desde geográficas a históricas, provoca la réplica de lectores. Detrás de algunas hay una susceptibilidad ideológica. Las batallas nominales no son, en muchos casos, gratuitas. Algunos sectores no quieren reconocer, por ejemplo, la unidad lingüística del catalán, al margen de las denominaciones de sus distintas variantes, a pesar de estar establecida con certeza por autoridades científicas tan poco sospechosas como la Real Academia. Ahí está el episodio del bautizo este año por parte de las Cortes aragonesas del catalán que se habla en determinados zonas de su comunidad como LAPAO (Lengua Aragonesa Propia del Área Oriental) negando su pertenencia al idioma catalán.

 Muy diferente es el fundamento del reproche de dos lectores aragoneses por el empleo de la expresión “corona catalano-aragonesa”. Uno de ellos, Luis Torres, comentaba que “jamás se usó en los documentos de época ese término, la cosa se reducía a la Corona de Aragón. Es la historiografía nacionalista catalana de época reciente, que en su intento (yo diría que infantil) de marcar distancias y otorgarse protagonismo comenzó a usar esa palpable adulteración de la historia. En Aragón el uso del término “corona catalano-aragonesa” duele, sobre todo cuando lo usan instituciones y/o medios que cuentan con una amplia trayectoria de veracidad histórica”. Juan, por su parte, escribe: “Mi pregunta es ¿en qué momento de la historia ha existido tal corona? ¿Por qué debemos leer continuamente esta reinterpretación de la historia?”. El comentario se refiere a un artículo, La partida de ajedrez de 1714, dedicado a describir la caída de Barcelona en 1714 tras meses de asedio de las tropas franco-españolas de Felipe V. En otros casos, pocos, se han publicado en este diario artículos que emplean el término corona catalano-aragonesa como nombre propio. En el mencionado, se citaban las coronas de Castilla y Aragón y, en otro párrafo, se hablaba de la corona catalano-aragonesa en minúsculas, en términos descriptivos. De hecho, el archivo oficial ubicado en Barcelona se llama de la Corona de Aragón. Dada la documentación mayoritaria de la época, aunque se hayan localizado textos que hablan, por ejemplo, de la Corona Aragonum et Catalonie o de Corona Daragon e al Comptat de Barcelona, el término correcto es Corona de Aragón. En la época moderna, historiadores catalanes han construido el concepto de corona catalano-aragonesa para explicar, por emplear conceptos contemporáneos, la composición casi confederal de la citada corona y el peso que tenía en ella (económico, demográfico o lingüístico) la parte catalana, al margen de que se extendió a otros territorios. La denominación, que no ha estado exenta de disputa, es Corona de Aragón, como hacía el citado texto, al margen del empleo de otros términos de tipo descriptivo.

Un tema que suscita debate es el de los términos de toponimia, particularmente en zonas limítrofes. El Libro de Estilo dedica un amplio capítulo al tratamiento lingüístico de los nombres de ciudades o accidentes geográficos en España pero, obviamente, dada la notable casuística, no se anticipa a todas las dudas.

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Dos casos planteados al defensor ilustran el debate. Javier Pajarón escribió reprochando que una pieza de este diario hablara de la bahía de Gibraltar. “Ahora resulta que lo que los algecireños hemos conocido como bahía de Algeciras, y así figura en todos los mapas españoles, es finalmente Gibraltar Bay. Ni James Cook hubiera soñado con lograr semejante éxito”. Efectivamente, aunque en cartas náuticas españolas, por ejemplo del XVIII, figura la expresión bahía de Gibraltar, en el caso español hay que acudir al Instituto Geográfico Nacional que fija el nomenclátor. Y en este caso, es bahía de Algeciras.

La intensidad de los debates sobre los nombres geográficos la explica muy claramente el catedrático de Geografía Humana de la Universidad Autónoma de Madrid Fernando Arroyo Ilera en Creciente interés geográfico por la toponimia. La toponimia tiene varias funciones. Identifica un lugar, individualizándolo, lo localiza y describe. “Pero hay una cuarta función, no menos importante y cada vez más relevante, que añadir a las anteriores: la toponimia de un territorio como forma de apropiación del lugar por el grupo, reafirmando la identidad, imagen o símbolo de la población que lo habita. Ello debido a que todo topónimo es expresión de la perspectiva empírica que las personas tienen del espacio que habitan. Es decir, las experiencias de quienes ocupan un área son las que hacen que ese lugar sea significativo para ellos e inteligible para los demás”. Y termina con una cita del geógrafo Yi-Fu Tuan: Se puede sostener que los ingenieros pueden crear localizaciones, pero que el tiempo es necesario para crear lugares.

Raramente se trata de debates técnicos, es geopolítica

En el caso de la bahía de Algeciras, por ejemplo, en 2112 la prensa gibraltareña criticó que la Enciclopedia Británica incluyera el topónimo de “bay of Algeciras” junto a la tradicional de Gibraltar.

Algunos se acomodan a la hipotética sensibilidad de su audiencia. El buscador Google, en su sección de mapas, cuando buscas en la versión inglesa (google.com) “bay of Algeciras” lo corrige y presenta la zona como “Bay of Gibraltar”. Pero si el internauta acude a la versión española (google.es) y busca “bahía de Gibraltar” sustituye la expresión por “Bahía de Algeciras”.

Otro caso que me llegó hace más tiempo es la denominación del mar que baña, entre otras, las costas de Corea el Sur y Japón. Japón defiende el nombre de Mar de Japón y Corea del Sur lo llama Mar del Este. El uso de esta última denominación en un mapa sobre Corea del Sur fue objeto de diplomático reproche por parte de un ciudadano japonés. La Organización Hidrográfica Internacional (OHI), autoridad en esta materia, tiene reconocido desde 1929 el nombre de Mar de Japón, pero el gobierno de Corea del Sur considera que se tomó esta decisión en la época colonial japonesa durante la cual no podía defender sus intereses. El gobierno japonés, por su parte, sostiene que es un nombre con arraigo histórico de siglos. Ambos gobiernos han aportado cartografía de distintas épocas para sostener sus tesis. En algunas publicaciones internacionales volvemos a encontrar soluciones afines a la filosofía que sostiene Google que, con el objetivo de que sus mapas sean más útiles “a los usuarios en cada idioma”, presenta “el nombre que esperan ver” sin eludir el nombre alternativo en disputa. National Geographic opta por el nombre oficial y, cuando la escala lo permite, incluye entre paréntesis el de Mar del Este. La Enciclopedia Británica en 2007 decidió que en los mapas de Japón, el topónimo Mar del Este figurara entre paréntesis como segunda opción, pero en los mapas de Corea se procedía a invertir el tratamiento.

Para Arroyo, es lógico que, en el caso de bahía de Algeciras, las publicaciones españolas respeten el nombre fijado por el Instituto Geográfico Nacional “aunque no hay que escandalizarse porque los británicos empleen la otra expresión”. Con respecto al Mar de Japón, se inclina por respetar el criterio del OHI sin excluir que se refleje la alternativa en disputa. “El problema de la denominación de Mar del Este para los japoneses, al margen de debates históricos, es que se halla al oeste de sus costas y al este de las de Corea”. Con todo, concluye, estos debates raramente son técnicos. “Estamos hablando de geopolítica”.

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