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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Blasco, la mancha resistente

El siete veces consejero Blasco, imputado por corrupción, ha decidido echarle un pulso al presidente Fabra, y lo está ganando.

Marcos Balfagón

Parece mentira que con lo desprestigiada que está la actividad política haya tantas resistencias a dejarla; si bien es más justo decir que son los que están acabando con su reputación los que más se aferran a ella. En el Parlamento valenciano hay nada menos que nueve diputados del PP (de un total de 55) imputados por corrupción. Los nueve siguen acudiendo cada día a las Cortes, participando en sesiones y comisiones, confiados en que la justicia sea lo suficientemente lenta o torpe como para evitarles el mal trago de tener que dedicarse a otra cosa.

Rafael Blasco ni siquiera necesitaría buscarse otra dedicación. Con 68 años cumplidos, su retiro sería un gran alivio para la Comunidad Valenciana, que tantos servicios le ha prestado, y, sobre todo, para su propio grupo político. Pero no. Blasco no se va. La Abogacía del Estado de la Generalitat pidió el martes para él 11 años de cárcel y la Fiscalía Anticorrupción reclama 14. Ello indica que su presunción de inocencia está más que en entredicho. Pero el siete veces consejero Blasco ha decidido echarle un pulso al presidente Alberto Fabra y, de momento, lo está ganando.

Las pruebas contra Blasco son contundentes y especialmente vergonzosas. En la instrucción de los cuatro casos en los que está incurso se habla de sobres con dinero, millones inicialmente destinados a proyectos de cooperación dedicados a comprar pisos o viajes oficiales a Cuba aprovechando que su hijo exponía... Nada de ello parece suficiente para que Blasco y algunos compañeros de imputaciones reconsideren su prescindible aportación a la política.

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Se sabe que la corrupción política en España es sistémica. Personajes como Blasco demuestran que, además, es una mancha viscosa difícil de limpiar. Fabra, que tanta limpieza prometió, se deja torcer el pulso. No puede arrebatarle el escaño, pero sí echarle del grupo parlamentario, lo que no ha hecho todavía. Y así las cosas, Blasco sigue ocupando su puesto y, para estupor general, habla de dignidad y aplaude al mismo jefe que sueña con prescindir de él. Sabe que la condena jurídica tardará en llegar y la ciudadana, en las urnas, no se ha producido. Todavía.

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