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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Revolución monetaria

La intervención del BCE, reclamada por Rajoy, frenaría la pérdida de competitividad del euro

Los bancos centrales de Estados Unidos, Reino Unido y Japón han intensificado las políticas de relajación monetaria a la vista de que sus economías no acaban de despegar, el paro se resiste a bajar de forma significativa y las expectativas de recuperación no son claras. Las decisiones de la Fed y el Banco de Inglaterra, bien conocidas, y la más reciente del Banco de Japón que ha llevado la relajación monetaria y las facilidades crediticias hasta límites desconocidos hasta ahora, han inspirado al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, a reclamar abiertamente que el Banco Central Europeo (BCE) intervenga en la vacilante situación de la economía europea inyectando dosis masivas de liquidez. Es evidente que el discurso de Rajoy contradice la ortodoxia monetaria dominante que procede de Alemania y el Bundesbak.

También es evidente que la reclamación de una intervención monetaria procede de un análisis oportunista; no todos los males de la economía española proceden de la cautela monetaria europea. Son muchos los errores cometidos en la política económica lo que permite afirmarlo. Ahora bien, es un hecho que después de la decisión de Japón, el BCE aparece como un islote donde reina la contención, rodeado por un océano de liquidez en las áreas del dólar, la libra y el yen. El BCE sigue atenazado por la falta de cohesión de la eurozona, el euro pierde competitividad a raudales y Draghi no se decide a utilizar la política monetaria con todas sus consecuencias para hacer política de recuperación. Quizá ahora Draghi esté más motivado para sumarse al relax monetario.

El último e impactante ejemplo es Japón. Agotadas las recetas para consolidar el crecimiento, el banco central ha decidido aumentar la liquidez del sistema con una intensidad insólita. El objetivo es reducir los tipos de interés reales, aumentar la inflación (hasta el 2%), elevar la capacidad de compra de los japoneses, estimular las exportaciones bajando la cotización del yen y facilitar la financiación del déficit. Para ello, duplicará la base monetaria en dos años, hará lo propio con el plan de compra de títulos; en el bienio (el total sobrepasará el 15% del PIB) aumentará el crédito a familias y hogares (consumo igual a crecimiento) y ampliará el vencimiento de bonos hasta los 40 años.

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Japón tiene la ventaja de que una parte importante de su deuda pública está en manos de sus ciudadanos. El Gobierno español debería impulsar el ahorro interno para reducir la financiación exterior; pero su camino es justamente el opuesto.

Hay efectos secundarios. La decisión tendrá impacto en las economías de la zona, puesto que la depreciación del yen deteriora la competitividad de sus vecinos y, menos acusadamente, en Europa y EE UU. La prolongación de los vencimientos de deuda confía el pago a los nietos de los actuales contribuyentes nipones. Circunstancia poco tranquilizadora si se observa la pirámide de edad del país, muy envejecida por la longevidad, la baja tasa de natalidad y la ausencia de inmigración.

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