Viaje a Mozambique (1): De sorpresa en sorpresa
No sé por qué, pero el nombre de Mozambique siempre me evoca revolución, lucha por la libertad, la independencia y el cambio social. Fue llegar a Maputo y darme cuenta del desfase existente entre mi imaginario y la realidad que aquí se vive: una ciudad vibrante, llena de vida, de novedades, de tiendas, de bares y restaurantes, de cultura, de rincones mágicos, de fiestas hasta el amanecer, de playas paradisiacas, de negocios, de contrastes, de riqueza y de pobreza. Sin embargo, poco queda de las lucha por la liberta que por tantos años arrasó este país. Hoy, Mozambique es sinónimo de milagro, de crecimiento económico, de inversiones, de boyantes negocios. Una de las preguntas que me he repetido durante este viaje y que he hecho a todo aquel que he podido es ¿qué queda de la revolución?
Plaza de la Independencia, Maputo.
Viajé con la TAP, la línea aérea portuguesa en un vuelo Madrid-Lisboa, Lisboa-Maputo. En este último, de 10 horas y media, pasé hambre porque el servicio ofrecido por la compañía deja bastante que desear. Para la próxima vez iré preparado. Menos mal que tenía lectura para entretenerme: The last duty, del nigerinao Isidore Okpewho. Un libro que compré en Ghana y que nunca había tenido tiempo de leer. Me sorprendió muy gratamente, a pesar de ser de la editorial Longman, que no se caracteriza por sus buenas impresiones: a veces las letras bailan, son pequeñas…
Lo que más me sorprendió del vuelo fue que la gran mayoría de los pasajeros eran blancos. De hecho, me levanté y conté solo 10 africanos en un avión que estaba totalmente lleno, al menos en la clase turista. También llamó mi atención que viajaran muchas familias completas, con niños pequeños, en su mayoría portuguesas. En el avión también iba un grupo de Scouts, de Braga. Todos con sus uniformes. Muchos mandos, que se distinguen porque llevan los flecos de los calcetines en negro y no en rojo como la tropa y también por llevar gruesas botas, no zapatillas como los otros. El jefe de la expedición debía ser un señor bajito y regordete, con un sombrero tipo policía montada del Canadá, que daba muchas órdenes.
Aeropuerto Internacional de Maputo.
Llegamos a Maputo de noche, a las 21:15. Siempre me cuesta entender esta manía de las compañías aéreas de aterrizar en África cuando ya no hay luz. Pero en este aeropuerto, las cosas, de entrada, parecían ser diferentes. Me sorprende: nuevo y con pasarelas extensibles hasta la puerta del avión. El primer aeropuerto africano en el que no tengo que caminar por la pista o ser transportado, 10 metros, en autobús.
Me sorprende lo grande que es, lo limpio que está, lo bien ordenado, auqnue no esté terminado del todo. Me sorprenden los carteles en chino para los cientos de trabajadores que, luego me enteraré, están construyéndolo. Es el primer signo de la enorme presencia de esta gente en el país. A partir de ese primer día me los encontraré en cualquier parte que vaya. Ya se están convirtiendo en un elemento más del paisaje africano.
Aeropuerto Internacional de Maputo.
Lo primero es hacer el visado: solo se requieren 60 euros y el pasaporte. Me pongo en cola. Llaman primero a las personas con niños y a los que necesitan asistencia. Luego los demás. Larga cola, casi todos gente de negocios, según oigo hablar. Muchos portugueses e italianos. Alguien llega al mostrador con varios pasaportes, da dinero al agente de aduanas, este coge los documentos, entonces se acerca un pequeño grupo: se hacen las fotos, pagan los 60 euros cada uno de sus miembros y pasan. Son españoles. La gente protesta porque se han saltado la cola, pero no sirve de nada; sonriendo y charlando entre sí se alejan. Llega mi turno: pago, me hacen la foto, me pegan el visado en el pasaporte y me dirijo a recoger la maleta. Esta sale inmediatamente. La paso por el escáner y salgo.
En la calle hace fresco, es de noche. Busco un taxi para dirigirme a casa de mis amigos Samuel y Eva, en el barrio de Polana.
Cuando por fin subo al vehículo son las 22:30 de la noche, muy tarde para una ciudad donde, en esta época del año, anochece sobre las 17:30. Recorremos grandes avenidas y algunas rotondas hasta que nos para un control de la policía. El agente examina los papeles del coche, parece que todo está en orden y podemos seguir nuestro camino.
Avenida Eduardo Mondlane, Maputo
Llegamos a casa, mis amigos me esperaban. Me asiento y tomo la primera cerveza mozambiqueña, 2M, que también se convertirá en otra de las constantes de este viaje.
Así me instalo en esta ciudad cuyo callejero está lleno de nombres que recuerdan revoluciones, aunque con el paso de los años algunas fracasaran o se convirtieran en dictaduras, y lucha por la independencia africana: Mao Tsé Tung, Julius Neyere, Eduardo Mondlane, Patricce Lumumba, Ahmed Shekou Toure, Salvador Allende, Amilcar Cabral, Kenneth Kaunda, Vladimir Lenin, Karl Marx, Samora Machel, Guerra Popular… Una buena metáfora para esta ciudad y para este país que, a pesar de que en su bandera y en su escudo recuerda continuamente la lucha por la libertad, ahora se ve sumergido en la vorágine del liberalismo impuesto por las grandes organizaciones mundiales para que sus recursos naturales (carbón, gas, madera…) puedan caer en manos de compañías extranjeras (chinos, norteamericanos, italianos…).
Avenida 24 de Julho, Maputo.
Poco a poco iré compartiendo mi paso por Mozambique, pero no esperéis que os hable del barrio de Mafalala, que es donde terminan todos los turistas (yo también). Hay mucho más que ese rincón de Maputo. Un país grande y precioso, del que solo he visitado una ínfima parte, pero que me ha dado la oportunidad de conocer personas muy interesantes y enriquecedoras y de las que he podido aprender mucho. Para mí, eso es lo más importante de cualquier viaje.
Todas las fotos Chema Caballero
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