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John Edwards, un 'cadáver político' que se enfrenta a 30 años de cárcel

El exsenador demócrata está acusado de desviar dinero de su campaña para esconder a su amante

Yolanda Monge
John Edwards llega junto a sus padres al tribunal de Carolina del Norte, el 24 de mayo de 2012.
John Edwards llega junto a sus padres al tribunal de Carolina del Norte, el 24 de mayo de 2012. ALEX WONG (AFP)

John Edwards ha confesado sus pecados y cumplirá cadena perpetua por ellos. La frase es de su abogado, no el veredicto que estos días busca el jurado que ya lleva cinco días reunido dirimiendo cuál será el futuro del exsenador y excandidato presidencial. Lo que el abogado de Edwards, Abbe Lowell, quería decir es que el político demócrata es culpable de muchas cosas, que ha mentido hasta la saciedad –incluida a su entonces moribunda esposa, devastada por el cáncer- pero que, en cuanto a haber violado la ley se refiere, es inocente de todos los cargos.

 El descenso a los infiernos de John Edwards es material de tragedia griega. También de Hollywood, ya que la historia es tan cinematográfica que ya se la disputan los estudios para llevarla a la pantalla. Edwards, 58 años, es el protagonista de un drama lascivo, de un cuento de poder, de un relato de codicia y ambición, de una crónica de decepción e incluso de muerte, la de su esposa, que han hecho de él un hombre acabado políticamente y un paria social. Se acabó, por ejemplo, saltarse las listas de espera en los restaurantes. Hace unos meses tuvo que esperar con sus dos hijos más pequeños más de una hora para comer hamburguesas en un conocido bar de Chapel Hill (Carolina del Norte), como el resto de los mortales.

El exsenador por Carolina del Norte ha sido juzgado durante cuatro semanas en Greensboro, ciudad del mismo Estado, por estar acusado de seis delitos de fraude de la ley de financiación electoral y conspiración, cargos para los que la fiscalía pide una pena máxima de 30 años de cárcel y un millón y medio de dólares (1.200.000 euros) en multas. Según la acusación, Edwards concibió un plan para usar más de un millón y medio de dólares provenientes de dos donantes de su campaña para esconder una relación extramatrimonial con Rielle Hunter y la hija fruto de ella y que el escándalo no afectara a su intento de conquistar la nominación demócrata a la Casa Blanca en 2008. Las primeras informaciones sobre la relación surgían en diciembre de 2007, un mes antes de los caucuses de Iowa.

Tan importante en el juicio ha sido quién testificó como quien no lo ha hecho. Por supuesto no ha subido al estrado el propio Edwards. La opinión pública supo mucho antes de ello que tampoco lo haría Hunter, que tiene una ganada reputación de decir las cosas tal y como las piensa, sin tapujos y ajena a lo políticamente correcto. Otra gran ausencia: su esposa. El cáncer acabó finalmente con la vida de Elizabeth Edwards, la esposa coraje, en diciembre de 2010. También la enfermedad se llevó a Fred Baron, amigo y donante electoral de Edwards, quien gastó más de 200.000 dólares (casi 160.000 euros) de su  fortuna en esconder a Hunter antes de morir en octubre de 2008. La otra donante en el centro del caso es la filántropa heredera Rachel Bunny Mellon, que a sus 101 años ha sido considerada por los abogados demasiado mayor como para testificar.

 Al lado de Edwards –¡qué lejos queda aquel niño bonito que quería conquistar la Casa Blanca con un mensaje para los más desfavorecidos y en el que la prensa quiso ver una vuelta al Camelot de los Kennedy y solo los ha imitado en sus tragedias!- ha estado cada día del juicio su hija mayor Cate, de 30 años. Más parecida físicamente a su madre que a su padre, la joven ha vivido momentos muy duros en la sala del tribunal de Greensboro. “No se lo que va a decir”, le confesó en voz baja su padre hace unas semanas justo cuando iba a comparecer la exasesora de Edwards Christina Reynolds, que relató una pelea entre Elizabeth y John cuando un tabloide descubrió la aventura del político. Cate, previsora, abandonó la sala, llorando. Lo que Reynolds relato fue que Elizabeth Edwards se arrancó la camisa y el sujetador y mostró su pecho comido por el cáncer a su marido en el aeropuerto de Raleigh, desde donde iban a volar a un acto de precampaña. “Ya nunca me miras”, le chilló fuera de sí.

Pero el jurado no juzga los pecados de Edwards. Ocho hombres y cuatro mujeres deben de dictaminar si Edwards cometió varios crímenes. “Por favor pasemos página a este triste episodio y declaren a este hombre inocente”, pidió el abogado del ex senador. Su suerte está echada. Ahora solo queda esperar.

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Sobre la firma

Yolanda Monge
Desde 1998, ha contado para EL PAÍS, desde la redacción de Internacional en Madrid o sobre el terreno como enviada especial, algunos de los acontecimientos que fueron primera plana en el mundo, ya fuera la guerra de los Balcanes o la invasión norteamericana de Irak, entre otros. En la actualidad, es corresponsal en Washington.

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