Fiestas de cumpleaños
Faltan pocas semanas para el cumpleaños de la de tres años. Hará cuatro. Tachán tachán, la fiesta. Ole. Vacaciones de Navidad. No hay cole. A las cinco es de noche. No hay nadie en Barcelona. Y los que quedan se debaten entre la resaca de Navidad, el frenesí previo a fin de año y las compras de Reyes. La familia queda descartada. El recuerdo del primer aniversario de un, uno solo, retaco rodeado de 20 adultos no me gusta nada. Fue un error. Además, en estas fechas estamos saturados de familia. Mientras no llegan primos, los abuelos y tíos están invitados a felicitarla, si quieren. Por la mañana. Y pirarse.
Pero de la fiesta infantil no nos libramos. ¿Invitados? Sus cuatro amigas de la guardería son sagradas. Otros cuatro de la escuela, por lo bajo, también. Suma otros dos de los colegas más cercanos y hermanos. Doce o catorce. ¿Sumamos a los padres? Sí, porque con lo poco que nos vemos todos juntos mola tomarse unas cervezas con triángulos de pan bimbo y Nocilla.
El año pasado celebramos el cumple en casa y fuimos tratados de héroes. Pero creo que repetiremos. Caras pintadas, merendola, un rato de jugar y cuando la cosa se pone al límite, todos a la calle. Negociamos un paquete de fichas con los dueños de los caballitos que ponen en la plaza todas las Navidades y dieron vueltas al tiovivo hasta marearse. Entonces sí que cada uno a su casa. La nuestra, un campo de batalla. Sacaron hasta la última ficha del último juego, de la última caja, del último cajón. Ella estaba tan cansada que se quedó frita en el pasillo con el anorak puesto y no la despertó ni el aspirador a un palmo. Hubo que fregar veinte veces para despegar los pegotes de trinaranjus y pastel.
Pese a todo, lo prefiero a otras opciones. (Y estoy convencida de que ella también). Como el chiquipark. Los de la guardería celebran allí los cumpleaños. Los agrupan por trimestres y así los celebran por todos igual. Todos invitados, todos la misma fiesta y el mismo regalo comunitario. La idea es buena, y sobre todo práctica. Pero es que a mi la histeria esa que les entra en la piscina de bolas, con música a todo trapo, sudados y como si no hubieran visto un tobogán en su vida me da no sé qué.
En la línea de no hacer diferencias, en nuestra escuela el viernes por la tarde hay un patio a disposición para fiestas (siempre que se invite a toda la clase). El problema es que a nosotros nos pilla en vacaciones. Si no fuera invierno lo celebraríamos en un parque: un mantel con la merienda, cuatro globos entre dos árboles y a correr. Pero ya que no hay colegio, aprovechamos y lo hacemos la tarde del día que toca. Que venga quien se haya quedado en Barcelona. ¡Vienen todos!
En el tema regalos entro de pasada. Pedir que no traigan es inútil. Romper el binomio celebraciones y consumo parece imposible. Pero ahí van dos ideas. Una: hacer rular juegos de los que tus hijos se han cansado pero que pueden triunfar en otra casa. Los prestas y ya volverán para la de ocho meses. O no. Dos: regalos hechos por los propios críos. Un dibujo, una figurita de plastilina o un floripondio de papel y ale.
Me consta que la cosa de las fiestas se complica según pasan los años. Se pueden celebrar fiestas en varias tiendas (desde las de barrio hasta Imaginarium o Barbie), en instalaciones como el zoo, la pista de hielo o el Museo del Chocolate. Yo debo de ser muy rústica, pero intentaré seguir celebrándolo en casa. Y visitando el zoo, museos o patinando, claro.
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