El exilio forzoso de la muerte
Los cementerios son los grandes olvidados del patrimonio arquitectónico
Los tabúes perennes sobre la muerte y la creciente tendencia de las sociedades occidentales a impermeabilizarse de esta se han combinado para propiciar una injusticia cultural: el olvido de los cementerios como parte del patrimonio artístico y arquitectónico. Los camposantos han quedado relegados a su aspecto más funcional, y el interés por ellos apenas sí renace el día de Todos los Santos -y ello con el permiso del rodillo de Halloween-. "El cementerio es el último patrimonio que queda por descubrir. Se reconoce el patrimonio industrial e incluso el patrimonio inmaterial, pero casi no hay conciencia del cementerio y del paisaje cultural que este crea", se lamenta Francisco Javier Rodríguez Barberán, historiador del Arte y profesor titular de la escuela de Arquitectura de la Universidad de Sevilla.
Barberán: "Los cementerios nuevos carecen de personalidad"
En la actualidad, solo cuatro de los 268 cementerios registrados en la base de datos del Patrimonio Inmueble de Andalucía disfrutan de alguna figura de protección: son los de Casabermeja, Benadalid y de Los Ingleses, en Málaga; y el de Moguer (Huelva). Rodríguez Barberán, uno de los mayores expertos españoles en arquitectura funeraria, considera que "la muerte ocupa poco espacio en la sociedad del bienestar. A la gente le incomoda y le pone filtros, de modo que el cementerio acaba quedando como algo residual y no son una prioridad para la Administración". Según el historiador, los poderes públicos, en especial los Ayuntamientos, de quien dependen en primera instancia los cementerios, tratan estos lugares con criterios similares a un colegio, un mercado o una estación de autobuses. "La intervención de la Administración no pasa de lo puramente correcto: el mantenimiento. Pese a que son lugares de experiencia y memoria, no tienen difusión, tutela ni un reconocimiento colectivo particular", dice el estudioso.
En los últimos tiempos se han dado algunos pasos, por lo demás tímidos, para sacar a los cementerios de este exilio forzoso y convertir a los más interesante en un foco turístico. Es el caso del camposanto de San Rafael, en Monturque (Córdoba). Este recinto de la campiña sur cordobesa ha sido incluido, junto con el de San José, en Granada, en la Ruta Europea de Cementerios Significativos, iniciativa auspiciada por el Consejo de Europa en la que participan 49 camposantos de 16 países.
La singularidad artística de la necrópolis de Monturque es la red de galerías subterráneas de época romana que contiene su subsuelo. En una actuación poco habitual en el último tercio del siglo XIX, cuando se fundó el cementerio, los responsables no optaron por enterrar los túneles sino que los utilizaron para dar sepultura a "gente pudiente". Ahora este conjunto de cisternas romanas es Bien de Interés Cultural desde 1996.
Sobrios, misteriosos, o abiertamente kitsch, los cementerios, en su manida definición de "negativo de la ciudad", reflejan en su urbanismo y su arquitectura la historia del núcleo al que dan servicio. "Por ejemplo, el cementerio de San Fernando, de Sevilla, tiene una zona noble aristócrata y burguesa del siglo XIX, arquitectura regionalista de principios del siglo XX, un pequeño cementerio musulmán de la Guerra Civil y nichos en altura en los arrabales alejados del centro", comenta Rodríguez Barberán. "No entiendo cómo no se vé como un activo patrimonial", remacha.
A principios de los años 90 del siglo pasado, la Consejería de Obras Públicas de la Junta hizo un intento de dar a los camposantos dignidad patrimonial. Esto se tradujo en un congreso sobre cementerios en 1991 y en un libro-catálogo de los recintos más singulares, de 1993. "Desde entonces, ya no se ha hecho más. Y con un poco más de esfuerzo se hubiera conseguido algo pionero, como un inventario de cementerios", afirma Rodríguez Barberán, que dirige un curso de posgrado sobre arquitectura funeraria en la Hispalense.
El alejamiento de los cementerios de los núcleos urbanos, una idea higiénica de la Ilustración, sancionada por Carlos III en 1787, no se llevó masivamente a cabo en Andalucía hasta la epidemia de fiebre amarilla de 1800. Sin embargo, el crecimiento de las urbes terminó por absorber a los camposantos, que volvieron a verse empujados hacia las afueras, como en el caso de Málaga. "Los cementerios nuevos tienen un aspecto light, líquido, de centro comercial; creo que carecen de atributos y personalidad. La idea de cementerio-parque, con un césped de campo de golf, me parece un disparate. Se les ha privado del carácter sagrado -no en el sentido religioso- de acumular la memoria de las generaciones", afirma Rodríguez Barberán.
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