Conmociones a media voz
No hay tertulia musical en Londres, de unos meses a esta parte, en la que no termine mencionándose el nombre de Laura Marling, la voz más cautivadora y magnética que se recuerda en una buena temporada. Por eso tenía algo de mágico ver a Marling ayer, al mediodía, cantando para menos de 40 personas en La Buena Vida, la cafetería-librería que la familia Trueba regenta junto a la plaza de Ópera. El emergente ruiseñor de la escena trovadoresca publica a finales de mes su tercer disco, A creature I don't know, e hizo escala peninsular para adelantar sus contenidos de la manera más cruda y austera posible: en la más completa soledad, sola con su guitarra y sin ningún tipo de amplificación. ¿Resultado? Media docena de canciones en 27 minutos conmovedores, seguidos en silencio reverencial por músicos, periodistas y algún joven y afortunado oyente de Radio 3.
Escribe con una madurez insultante para una chavala de su generación
Laura Beatrice Marling acredita, a sus 21 años, un currículo asombroso. Sus dos primeros álbumes, Alas, I cannot swim y I speak because I can, fueron candidatos al Mercury, el premio que distingue el mejor trabajo británico de la temporada. Pero la nómina de parabienes se disparó este año cuando la muchacha de pálida tez y pelo lacio recibió el galardón del semanario New Musical Express y el Brit a la mejor artista femenina del año. Los melómanos ingleses aún recuerdan su estampa recogiendo, cabizbaja, una estatuilla que le temblaba entre las manos. Las crónicas hablaban de una artista de timidez acentuada, pero ella adujo: "Llevaba en pie desde las cinco de la mañana y estaba muerta de frío".
Ayer, con un sol castigador cayendo a plomo sobre el asfalto mesetario, tampoco conseguimos que Laura intercambiase una sola mirada con su reducidísima audiencia. Desenfundó la guitarra, apretó una rodilla contra la otra y se pasó todo el concierto con la vista clavada en el mástil, las conducciones del aire acondicionado y los anaqueles que albergaban los volúmenes de poesía. Tras interpretar I speak because I can, la última de las seis composiciones, mudó la guitarra por una cerveza a medio consumir y puso rumbo a la calle (es fumadora compulsiva) mientras analizaba el entarimado del suelo. En realidad no hicieron falta ni sus sonrisas ni sus discursos. Su media voz trémula resulta tan conmovedora que la eximiremos siempre, con sumo gusto, de obligaciones sociales.
Marling escribe con una madurez y complejidad insultantes para una chavala de su generación. Apela a la racionalidad en el análisis de las relaciones interpersonales y rehúye las alusiones autobiográficas. "Donde haya estado últimamente no es algo que te incumba", canta en Sophia, uno de los más cautivadores nuevos temas. Salinas, otro de los títulos que estrenó ayer, se refiere al lugar de nacimiento de John Steinbeck, autor por el que siente fascinación. Y para su segundo álbum se había inspirado en Penélope y otros personajes de la mitología griega. Sospechan bien: no estamos ante la más convencional de las veinteañeras que podamos encontrarnos al oeste de Londres, donde ha fijado su morada.
Las comparaciones con Joni Mitchell (a veces por vía directa; otras, a través de Feist) se antojan evidentes y merecidas, aunque cuando explora su registro más grave, como ayer en Sophia, emerge algún inesperado aroma vaquero. En cualquier caso, la adscripción de Marling al rutilante nuevo folk británico confirma las excelencias de una generación sencillamente asombrosa. Y que, en su caso, añade las conexiones personales a las estilísticas: ha sido pareja de los cantantes de Noah & The Whale (Charlie Fink) y Mumford & Sons (Marcus Mumford). El primero lamió las heridas de la ruptura con un disco depresivo y hermoso, The last days of spring. El segundo se encuentra ahora mismo inmerso en la grabación del esperadísimo segundo trabajo del cuarteto. Si a estos nombres unimos algún otro, como los de Johnny Flynn o el dúo Trevor Moss & Hannah-Lou, resultará evidente que la escena folkie de las islas ha retornado a la edad de oro.
Laura constituye un filón por descubrir en España, donde solo había actuado hace tres años, en Barcelona, como telonera de Andrew Bird. "No es una personalidad expansiva a lo Justin Bieber, obviamente", anota con sorna su manager, también llamada Laura, "pero cada vez se siente más a gusto consigo misma". A nosotros nos sucede algo parecido escuchándola.
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