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Columna
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La escoba de Alberto

En la región norteña de Hälsingland, en la muy socialdemocrática Suecia, la policía acaba de desmantelar una red de traficantes de seres humanos. Búlgaros, rumanos y bálticos ganaban diez euros diarios cosechando fresas. Y pagaban cinco euros por dormir en un jergón y otros cinco por un plato de sopa. Una vergüenza pública y social. En anteriores campañas, las víctimas procedían de Tailandia o Vietnam; últimamente, y gracias a la libertad de movimientos en la Unión Europea, se buscan más cerca. La policía sueca ha indicado que sobre los responsables del desatino contra la dignidad humana caerá el peso de la ley: algunos de ellos ya están preventivamente entre rejas. Y a quienes no habitamos la fría región de Hälsingland, sino el cálido País Valenciano, algo nos queda transparente con medianía: hasta en el país de Olof Palme, que creíamos que disfrutaba de buena salud social y política, se dan desaguisados como en El Maestrat.

Y también nos queda el enojo de quienes denominan países "Pigs", es decir, cerdos en la lengua de Shakespeare a Portugal, Italia, Grecia y España, debido a los escándalos financieros y políticos. Como si la geografía escandinava, británica o germánica estuviese exenta y lejos del olor de porqueriza. Algo que está lejos de la realidad. La diferencia entre allí y aquí estriba, no en el olor, sino en las medidas que se toman para barrer la calle pública que es de todos, es decir, la política y la hacienda de toda la ciudadanía. En las tierras valencianas, desde Vinaròs a Orihuela, pasando por Requena y el Pla de Lluch, se tarda una eternidad en comprar escobas, e incluso muchos dudamos de que se tenga una voluntad de compra o limpieza. Hechos fehacientes que así se interpretan no faltan.

Ahí está la veraniega y tardía dimisión de Francisco Camps y la inexistente del provincianista Carlos Fabra. La dimisión de Camps suscitó chistes y chanzas en algunos medios europeos. Cuando se dimite tarde y mal, los sacrificios, casi místicos casi religiosos, los elogios, loas y panegíricos al dimitido en la televisión autonómica, los trajes, las correas y los cinturones de la opaca financiación de nuestros conservadores se convierten en un sainete satírico con brisa mediterránea. Una vergüenza aquí y en cualquier lugar del planeta donde uno se encuentre. Ni los vecinos del Pla de Lluch, ni los de Requena, ni los de Benicarló u Orihuela son merecedores de tales desquiciamientos, aun cuando sean devotos votantes de nuestros conservadores del PP.

Pero todavía no hemos pasado página ni comprado escoba. El otro día escenificaban en Benicàssim el sainete de siempre el dimitido Francisco Camps y el por dimitir Carlos Fabra. Mientras los votantes de los romanos, los cartagineses o los tartesios estamos, pacientes, a la espera de que la esperanza blanca Alberto Fabra, con sentido común comprobado en la vida pública, con mano tan firme como democrática o viceversa, se haga con la escoba que no es tan urgente.

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