Arrebatar la clase media al PP
En esta crisis los progresistas han de poner el énfasis en ayudar a la clase media para rescatar así a los desfavorecidos. Lo que pueden ofrecerle es promover la igualdad de oportunidades frente a las élites
Dos mentiras bautizan a nuestros partidos mayoritarios. El Partido Popular no es un partido popular. Es un partido elitista que jamás ha fomentado una medida que no favoreciese a la clase alta. Es "popularista" por necesidad, porque su clase de referencia es minoritaria. Y su bolsa de votos complementarios solo puede estar en la clase media. La clase obrera está demasiado lejos como para atraerla en grandes proporciones a su proyecto, aunque la derecha, que no puede despreciar ningún voto, explota cuestiones como inmigración, nacionalismo y terrorismo para capturar votos en la base socialista. Uno de los eslóganes actuales del PP -"Centrados en ti"- desvela su táctica principal. El "en ti" apunta al individualismo típico de la clase media. "Centrados" revela la ubicación donde esta se posiciona a sí misma y a la que el PP se ofrece, solícito, como su representante político. Un centro político que ha descuidado José Luis Rodríguez Zapatero, a quien acudió la clase media tras abandonar a José María Aznar en las terribles horas finales de su segunda presidencia, quien a su vez lo había finalmente conquistado, tras años de intentarlo, en su autocontrolada primera presidencia.
La política fiscal es una cuña de separación entre los intereses de la clase media y la alta
Zapatero deja la impresión de no haberse interesado por el funcionamiento eficaz del Estado
El PSOE también tiene problemas para la conformación de mayorías sostenibles de gobierno. La clase obrera -el único grupo social que le ha sido siempre electoralmente fiel- ni tiene la demografía suficiente, ni la visión innovadora del mundo, para ser sujeto político hegemónico. El PSOE no puede ser solo "obrero". Por eso Alfredo Pérez Rubalcaba prefiere hablar de "trabajadores", pero esta no es una categoría electoral útil.
Ninguna clase social por sí sola puede gobernar en el capitalismo avanzado, y menos en crisis. No hay mayorías naturales. Todas son artificiales, que hay que construir y mantener. Y todas las combinaciones de gobierno pasan por la clase media. Parte por tanto con ventaja el PP, que ya con su nombre ejerce su reclamo del centro, el reclutamiento de la clase media. Y cuando la capta, con oficio político hoy superior al del PSOE, no la suelta, como se muestra en Madrid y Valencia.
Las coaliciones sociales son especialmente imprescindibles para la izquierda. Al fin y al cabo, un partido conservador (y el PP de Mariano Rajoy va a serlo más que el de José María Aznar, a su modo un partido de cambio) necesita menos capital político que uno de progreso, porque siempre es más fácil mantener el statu quo que transformarlo. Sin la acumulación de capital político que solo provee una coalición con la clase media el PSOE no podrá ser un partido de cambio, ni de gobierno duradero. Y con las encuestas anunciando una clara victoria del PP, el debate dentro de la derecha empieza a ser si se ha de aprovechar la oportunidad para empujar a Mariano Rajoy -a quien siempre hay que forzar para que gaste capital político- a revertir las contribuciones socialdemócratas en salud y educación de Felipe González y los avances en ciudadanía de José Luis Rodríguez Zapatero. Sin la clase media el PSOE no podría resistir esta ofensiva.
Para robar la clase media al PP, el PSOE debe acertar las respuestas a dos preguntas clave ante cualquier coalición. La primera es ¿qué hay que dar? La clase media, más allá de los tramos de renta que usan los sociólogos para encuadrarla, se define subjetivamente por un proyecto de mejora económica, por la movilidad vertical. Es una clase en movimiento, por tanto, insegura.
Lo primero que hay que darle es el reconocimiento de la legitimidad de sus valores. Jesús Caldera, en un artículo en este periódico sobre los retos ideológicos del socialismo, argumentaba la necesidad de asumir los valores del mérito, la responsabilidad, el esfuerzo, valores que son identitarios de la clase media, pero lo hacía tímidamente, al final del artículo, en pocas líneas. Tiene que enfatizar más el PSOE estos valores -claves para las alianzas con la clase media de Bill Clinton y Tony Blair- cuyo discurso ha dejado por demasiado tiempo en manos de la derecha, mucho más ejercitada en su prédica.
Lo segundo que necesita la clase media es un Estado eficaz, barato, ágil, estratégico, que le ayude en su proyecto de movilidad vertical, lo que no es incompatible con la socialdemocracia. El gran pasivo electoral que deja Zapatero no es ideológico ni siquiera económico, sino la impresión que ha dado de incompetencia e indiferencia por el funcionamiento del Estado, de no tomarse el Gobierno y la Administración en serio. Hoy, un viejo eslogan socialista -"Para que España funcione"- sería imposible. Y el PSOE debe estar advertido: el foco de Mariano Rajoy, de gobernar, no será la política económica que, en cualquier caso, le vendrá dada; su instinto y el de buena parte de su equipo, altos funcionarios, será enfocarse al funcionamiento de la Administración.
La segunda pregunta es ¿qué puede proporcionar el PSOE a la clase media que no se lo pueda dar el PP? Y esto no puede ser otra política que la igualdad de oportunidades frente a las élites, el gran tapón a la movilidad vertical. En España la circulación de las élites -desde la misma clase política, a los consejos de administración de las grandes empresas, a los bancos, a la judicatura- intocadas por el presidente del Gobierno, es mínima. Prevenir esa circulación es el programa no escrito del PP; facilitarla debería ser objetivo estratégico del PSOE con instrumentos como el uso de la política fiscal, que nunca debería ser solo hacendística, sino también cuña de separación entre los intereses de la clase media y la alta.
Mientras que el PP tiene afianzadas sus alianzas de clase, el PSOE está atrapado en un dilema: lo que puede prevenir su desplome electoral -la movilización de su base tradicional- es al mismo tiempo lo que puede impedir su viabilidad como partido de gobierno a medio plazo, que solo puede venir de sumar a esa base la clase media.
Y algunas tentaciones izquierdistas, típicas de partidos socialistas en periodos difíciles -que Lenin calificó famosamente de infantiles- pueden alejar al PSOE de la clase media, y facilitar la tarea del PP de arrinconarlo en un extremo del arco político. Una es el 15-M, más una serie de eventos que un movimiento político estable. Mientras la clase obrera contaba para la formulación de su conciencia política la experiencia colectiva del trabajo fabril, los marginados por la crisis actual solo comparten la experiencia del desempleo, que es aislada, alienante e, injusticia añadida, incapacitante para la acción colectiva a largo plazo. Por ello, medios de actuación política como las coaliciones no precisan necesariamente, a veces al contrario, contar a sus beneficiarios finales como sus miembros principales.
Otra tentación izquierdista es aprovechar la crisis para ajustar cuentas ideológicas con líderes progresistas cuyas políticas habrían, supuestamente, abonado el terreno al capitalismo financiero causante de la crisis, como el mismo Felipe González (quien además de abandonar el marxismo prefería morir en Nueva York que en Moscú), Bill Clinton (siempre "triangulando", robando programa al Partido Republicano) y, sobre todo, el gran desviacionista para la izquierda más ortodoxa, Tony Blair, precisamente quien más combinó sofisticación táctica, aggiornamento ideológico y proyecto de actualización del Estado de bienestar, y con quien el progresismo ha tenido mala suerte: su inmenso error de Irak y su innecesario catolicismo de catacumba ha facilitado a sus críticos dentro del laborismo, los más afectados por su intento de renovación del partido, la descalificación global del New Labour, hasta ahora, y a pesar de que estaba pensado para tiempos de bonanza, todavía la mejor plataforma programática en Europa para la articulación de una alianza clase obrera-clase media.
En una reciente entrevista en The New York Times, Mario Cuomo, el único demócrata que en su día resistió la ideología y retórica de Ronald Reagan, recuerda nostálgico la estrategia principal del progresismo previo a Bill Clinton: ayudar a los desfavorecidos sin perjudicar a la clase media. En la crisis actual del capitalismo el énfasis progresista ha de ser, a la fuerza, más táctico y menos finalista: ayudar a la clase media para poder rescatar a los desfavorecidos. La políticamente promiscua clase media es el sapo a tragar, la ácida digestión inevitable del PSOE.
José L. Álvarez es doctor en Sociología por la Universidad de Harvard y profesor de ESADE.
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