Un fraude con mucha historia
Una exposición del MNAC muestra que la falsificación de moneda es tan antigua como las acuñaciones - Alterar metal era el tercer delito en Barcelona en 1886
"Estamos en el país de las monedas falsas. En ninguna parte se encuentran con tanta frecuencia como aquí y se ha llevado tan lejos el arte de falsificar, imitar y recortar las monedas". Así describía la situación que vio el barón Davillier en su viaje por España en el siglo XIX, una afirmación que se confirma cuando se comprueba que en la Barcelona de 1886 la falsificación monetaria era la tercera actividad delictiva más importante de la ciudad.
En el Museo Nacional de Arte de Cataluña se expone el tesoro de monedas más antiguo que se conoce en España: un conjunto de 897 piezas encontrado en el yacimiento de Empúries (Girona) datadas en el siglo IV. Dos son falsas. Estas diminutas monedas que conserva el Gabinete Numismático de Cataluña, con sede en el MNAC, son el punto de arranque de la exposición La moneda falsa. De la antigüedad al euro, donde se demuestra que la historia de la acuñación de metal y las falsificaciones de monedas no son paralelas, sino que se cruzan continuamente. Dividida en cuatro momentos históricos: antigüedad, Edad Media, moderna y contemporánea se pueden ver todas las variantes de este delito económico. Uno de ellos es el forrado por el que una moneda de metal inferior, cobre o bronce, se recubría de plata. Pero hay ejemplos de lo contrario, como la moneda de 20 francos de Napoleón III de 1864 realizada de platino, que en aquel momento no era un metal valorado, recubierta con plata. Otro de los fraudes más extendido ha sido el cercenado, por el que la moneda se recortaba, con lo que, a veces, es difícil reconocer que eso fue una moneda.
En las vitrinas se pueden ver monedas griegas, iberas, romanas, visigodas, medievales, modernas o contemporáneas falsas, como los duros acuñados en la época de Franco o los billetes de euro, sobre todo los de 50 euros que al ser los de mayor uso son los que más se copian. Cuando es posible, junto a las falsas se han colocado las mismas monedas verdaderas. Imposible de ver las diferencias. La legislación para intentar atajar esta práctica es continua. Casi todas las sociedades han aplicado las penas más severas para los falsarios: desde morir en la hoguera a la condena en las temidas galeras en la edad moderna.
Pero la falsificación tiene su lado positivo. Según el comisario de la exposición, el conservador del MNAC, Albert Estrada-Rius, "la lucha contra el fraude ha hecho que se mejoraran cada vez más las acuñaciones, estimulando a las cecas a estampar mejor, hacerlas más redondas, incorporar cordones perimetrales para evitar el cercenado y perfeccionar la técnica, como cuando se empezó a emplear el molino hidráulico que produjo monedas excepcionales y, por un momento, se llegó a pensar que con este método se acabaría con el fraude". Pese a todo, los sufridos usuarios seguían siendo engañados y no les quedaba más remedio que morder la moneda para saber si estaba forrada, lanzarla contra un mármol para ver el ruido que hacía o pesarla. "Proliferaron los especialistas y pesadores que en cualquier esquina verificaban una moneda", asegura. Si no era auténtica, la moneda se cortaba por la mitad, se agujereaba o se estampaba con un sello de falsa y se retiraba de la circulación. "Se desmonetizaba", explica.
"Ha habido épocas en las que la falsificación era marginal, otras era una práctica muy extendida e incluso protegida por los monarcas para especular o enriquecer las arcas de su estado", asegura Estrada-Rius. Casi todas coinciden con épocas de crisis "como la de principios del siglo XVII, donde se vivió una eclosión y no se hablaba de otra cosa. O la de ahora, que es una buena época para falsificar", bromea.
En la exposición (abierta hasta enero de 2012) se pueden ver los grilletes que arrastraban los condenados por este delito y se apuntan los lugares donde más moneda falsa circulaba de mano en mano: los mercados y las tabernas, donde era imposible comprobar su autenticidad. Parte del material actual, sobre todo el referido a la falsificación del "dinero de plástico" proviene de la Policía Nacional, encargada de perseguir este delito en la actualidad.
La exposición concluye con una máquina que permite saber si los billetes que llevamos encima son falsos. Nadie se resiste.
Más falso que un duro barcelonés
Si hay una frase conocida relacionada con la falsificación de monedas es la de "eres más falso que un duro sevillano".
Según Estrada-Rius no parece que haya una razón objetiva para calificar a estas excelentes falsificaciones de plata de la España de principios del siglo XIX de "duros sevillanos". En realidad, las primeras monedas falsas se detectaron en Barcelona, "ciudad con una fuerte tradición en la falsificación, por ser puerto y un área muy industrializada". Sin embargo, "no se sabe por qué pronto se les asoció con Sevilla". La calidad de la falsificación era tal que era imposible diferenciar los duros buenos de los falsos. No servían los métodos de "repique en el mármol" ni de la "piedra de toque", y muchos solo confiaban en "el golpe de vista".
En ese momento falsificar moneda era un buen negocio. En 1870 el precio de la plata era tan bajo que el metal para elaborar un duro costaba dos pesetas, por lo que el beneficio, para el Estado o los falsarios, era de tres pesetas. En 1908, el Ministerio de Hacienda, ante las protestas inutilizó estos duros pagando a los tenedores de buena fe el valor de la plata. Pocos aceptaron por miedo, por lo que hubo que retirar 2,7 millones de duros falsos. El resto fueron considerados legítimos, se ordenó controlar la importación de plata y los duros dejaron de acuñarse.
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