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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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La historia en el contenedor

No busquen en los obituarios. Con la poca querencia que tiene esta ciudad por sus investigadores, la muerte el pasado 13 de junio de Valerie Powles (Birmingham, 1950) nos ha pillado a todos con el pie cambiado. Esta constatación resulta todavía más sorprendente si tenemos en cuenta que esta vecina del Poble-sec fue el detonante de alguno de los ejemplos más sonados de recuperación de la memoria histórica en la Barcelona de los últimos años. Valerie era una mujer conocida por su vehemencia y su coraje a la hora de defender una causa que creyese justa. Llegó aquí en 1977, en plena transición. Y se enamoró de un lugar que volvía a respirar la libertad; y de las vistas sobre Montjuïc que tenía su domicilio. Fue una historiadora aficionada, con un rigor y una vocación pocas veces vista en los departamentos universitarios. Formó parte del Centre de Recerca Històrica de Poble Sec, del Ateneu Enciclopèdic Popular y de la Associació per la Recerca Històrica i Documentació, entidades en las que desarrolló sus pesquisas sobre la Guerra Civil.

Valerie Powles fue determinante para salvar los restos de El Molino
De espíritu inquieto, le indignaba la desidia que provoca aquí el pasado

A esta libertaria inglesa, de espíritu inquieto y roja cabellera, la indignaba el desinterés y la desidia que aún provoca el pasado en nuestro país. Contaba la de veces que había encontrado fotografías, carteles o documentos valiosos tirados en la basura o abandonados en una esquina. Una de sus investigaciones la llevó hasta los cursos de defensa civil que se pusieron en marcha en Can Jorba durante los bombardeos de la aviación franquista. El edificio acababa de ser adquirido por El Corte Inglés y con la reforma cabía la posibilidad de que apareciesen papeles de la época. Valerie se dirigió a los nuevos dueños a fin de impedir que algún resto importante pudiera acabar en un contenedor. No quedaba ningún archivo, pero en el tejado apareció la última sirena conocida de la defensa antiaérea republicana, que desde entonces ha sido exhibida en varias exposiciones municipales.

A finales de aquella década tienen lugar sus intervenciones más conocidas. En 1998 un inversor ruso compró el teatro El Molino y decidió deshacerse a la brava de la decoración modernista que había diseñado Manuel Raspall en 1913. De regreso a su casa, Valerie vio a los obreros lanzando todas aquellas pequeñas joyas del teatro catalán al contenedor, y rápidamente se movilizó para salvarlas. Algunas fueron cedidas para diversas exposiciones y las otras fueron donadas al Institut del Teatre. La creación por su parte de la plataforma Fem girar El Molino -que implicó a vecinos, comerciantes y colectivos de artistas-, fue crucial para la preservación de esta sala. Pocos años más tarde, frente a su balcón de la calle Nou de la Rambla vio el derribo de una vieja fábrica, de la que emergía la puerta enrejada de un refugio antiaéreo. Parar aquellas obras fue difícil y convencer al Ayuntamiento para musealizar los restos aún más. Después sería diplomáticamente apartada del proyecto -"no sé si por mujer, por extranjera o por anarquista" decía ella-, aunque su trabajo pudo conocerse a través del libro El refugi 307, escrito con Joan Villarroya y Judit Pujadó.

La última vez que hablamos, Valerie estaba preocupada por la supervivencia de la antigua Font d'en Conna, un merendero popular que fue retratado por Santiago Rusiñol y que era el preferido de las familias trabajadoras para celebrar la verbena de Sant Joan. De aquella fuente no he vuelto a saber nada más y el silencio de los medios de comunicación solo vuelve a confirmarme su condición de investigadora anónima, y a veces incómoda. Tras su fallecimiento la historia de esta ciudad pierde un referente, y todos los que la conocimos, a una amiga.

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