MacGyver y otros rojos camuflados
Supongamos que hubiera un espectador de Friends que se irritara en 1996 con el capítulo en el que la exmujer de Ross se casaba con su novia. Pues pensando en él, los productores habían preparado un regalito: "La actriz que oficiaba la ceremonia", avisa una de sus creadoras, Martha Kauffman, "fue, muy intencionadamente, Candace Gingrich, hermana de un político republicano. Sí. Era para dar por culo a la derecha".
Asociar política a un producto como las series de televisión, más que a perverso, suena a inútil. Al fin y al cabo, Friends convivió con el 11-S y la guerra de Irak, y eso nunca se reflejó. Pero de ahí a que las series estén exentas de carga ideológica hay un paso. Al menos eso afirma Primetime propaganda, el libro que acaba de publicar Ben Shapiro. En él, cientos de productores y guionistas de televisión confiesan sin tapujos que se rigen por principios progresistas. "En este negocio solo hay una perspectiva, y es demócrata", sentencia en sus páginas Fred Silverman, antiguo director de cadenas como NBC, ABC o CBS. En boca de sus creadores, los personajes más inesperados son activistas. Por ejemplo, ese prodigio de la ingeniería doméstica llamado MacGyver resulta ser un pacifista contra el uso privado de las armas. "Esa era nuestra premisa", confiesa su productor, Vin Di Bona. "Que MacGyver se valiera solo del cerebro y de la ciencia. Sin pistolas".
"En este negocio hay solo una perspectiva. Y esa es la del Partido Demócrata"
La parcialidad política también salpica a nuestros recuerdos más tiernos: cuando los muñecos de Barrio Sésamo entrevistaban a jipis o se codeaban con reputados homosexuales como Neil Patrick Harris (el Barney de Cómo conocí a vuestra madre, aquí interpretando un personaje provocadoramente llamado Hada Zapatera) nos estaban formando ideológicamente. "Nunca nos interesó la clase alta", afirma Mike Dann, uno de sus primeros productores. "No es que estos creadores reconocieran favorecer a la izquierda: es que lo celebraban", se indigna por teléfono Ben Shapiro, el autor del libro, un chaval californiano de 27 años. "Si en su cabeza sustituyeran la palabra conservadurismo por libertades sociales, ellos mismos se quedarían lívidos con el trato que le dan".
Como este sesgo se traduce en nepotismo ideológico, surgen casos como el de Janine Turner, Maggie en Doctor en Alaska. "En 2008, mientras rodaba un papel secundario en Friday night lights, hice campaña por John McCain y Sarah Palin. Desde entonces, no solo me trataban con más frialdad en el set, sino que no me llamaron para la siguiente temporada", recuerda al teléfono desde su casa de Tejas.
Hay que salir de las páginas del libro y centrarse para poner a prueba tamaña conspiración catódica: Ben Shapiro es un reputado reaccionario que escribe libros o columnas en periódicos y habla en la radio, siempre a favor del bando republicano. Escribió el libro por encargo de Broadside Books ("yo quería escribir sobre Obama", se lamenta), bastión en defensa de los intereses conservadores con un catálogo de libros como Por qué la reforma sanitaria de Obama perjudica a América, y filial de HarperCollins, propiedad de un filón de la derecha como Rupert Murdoch.
Cabe trazar una barrera entre revelación y acusación. Es inevitable que el comportamiento de un personaje desprenda ideología. Basta con que anteponga los amigos a la familia, que se relacione con minorías, que cuestione el orden establecido para que suene liberal. Pero si privamos a un personaje de estas cosas, ¿qué queda? ¿Ese festival de los valores familiares que fue Los problemas crecen? "Serían programas que defienden el orden establecido, no que lo cuestionan", explica Shapiro. "Como CSI. O Perdidos, mi serie favorita: es conservadora porque trata de la fe. Y tiene a Sawyer, que reconocía haber votado republicano. Todo lo demás es una vergüenza. En un país en el que la mitad de la población es conservadora, Glee es líder de audiencia. Luego los estudiosos hablan de que la televisión refleja nuestros tiempos. Pero no es verdad. Los moldea".
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