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PUNTO DE OBSERVACIÓN | OPINIÓN
Columna
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Nunca "cueste lo que cueste"

Soledad Gallego-Díaz

El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, debería dejar de hacer dos cosas en las que viene insistiendo en los últimos meses y que son bastante desagradables. La primera, dejar de azuzar la lucha interna por su sucesión dentro del PSOE, como ocurrió al asegurar que ya tenía tomada una decisión sobre si volver a ser candidato dentro de año y medio. La segunda, dejar de lanzar la amenaza de que tomará las decisiones "que España necesite, cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste".

La peor de todas es la segunda. Cuando el presidente lo dijo ante el pleno de Congreso, pareció sonar bien, casi heroico. Sucede, sin embargo, que "España" no necesita decisión alguna. Somos los españoles, los ciudadanos, quienes las necesitamos. Seguramente, a todos nos parece muy bien que el presidente tome las decisiones que le parezcan necesarias, "le cueste lo que le cueste". En el fondo, lo que le cuesta no es la vida ni su bienestar, sino las elecciones, su posibilidad de solicitar un tercer mandato presidencial, y eso es algo que viene dado con el cargo, algo muy poco dramático y, desde luego, nada heroico.

La historia demuestra que el ansia de sacrificio (de los demás), la voluntad de seguir "pase lo que pase", desemboca en catástrofes

El problema se plantea cuando dice estar dispuesto a hacer lo que le parezca necesario "para España", cueste lo que le cueste a los demás. Es decir, nos vaya a costar lo que nos vaya a costar a los españoles. Esa suele ser siempre una pésima perspectiva a la hora de encarar los problemas y de encontrar soluciones razonables. Casi nada merece la pena "cueste lo que cueste". Lo que se suele hacer es buscar, precisamente, la solución menos onerosa, la menos dramática y más equilibrada posible. Lo hacemos los ciudadanos en nuestra vida cotidiana y privada, y se lo solemos pedir a nuestros gobernantes en la vida pública común.

La mayoría de las veces, la historia demuestra que esa ansia de sacrificio (de los demás), esa voluntad de hierro de seguir por el camino marcado, "pase lo que pase", desemboca en catástrofes o, al menos, en situaciones peores de lo que podrían haber sido con actitudes menos extraordinarias y más flexibles. No basta que el objetivo sea claro, ni tan siquiera que sea compartido o comprendido por la mayoría de la sociedad. Además, hay que lograrlo con medios lo menos dramáticos posible y, desde luego, nunca a cualquier precio.

Tenemos por delante un año horrible. Serán imprescindibles esfuerzos y cambios, reformas, nuevas capacidades, nuevas ideas, y aun así todo eso no evitará que la mayoría de los ciudadanos tengan que hacer sacrificios. Todo esto tendrá un coste, pero no se debería encontrar la salida "cueste lo que cueste", llevándose por delante, por ejemplo, la educación, la sanidad o los sistemas de previsión social. Los ciudadanos nunca salimos bien parados de los planteamientos heroicos, sino del paciente empeño por encontrar opciones equilibradas.

Y dado que 2011 va a ser un año temible, no estaría tampoco mal que el presidente dejara de jugar con el tema de su posible candidatura. Declaraciones como las del último mes son más propias de expertos en "aparatos" políticos que de gobernantes en ejercicio. Nadie le habría reprochado a Rodríguez Zapatero que hubiera pospuesto la decisión hasta después de las elecciones autonómicas y municipales, muy importantes para calibrar el deterioro socialista. Lo que es un juego tonto es asegurar que ya se ha tomado la decisión pero que no se le comunicará a nadie. Si el presidente va a ser candidato, lo mejor sería que su partido lo hiciera público inmediatamente, cortando de cuajo las luchas internas. Si no lo hace, es porque Rodríguez Zapatero no optará a un tercer mandato. Y en ese caso, lo mejor habría sido que se estuviera callado. No tiene gracia que él mismo eche leña al fuego lento en que se consume el PSOE.

solg.@elpais.es

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