Nicolas Hayek, empresario, alma del reloj suizo Swatch
Suiza es un país poco dado a la grandilocuencia y al culto de la personalidad. Pero, muy de vez en cuando, un personaje se alza sobre los demás. Como Nicolas Hayek, empresario nacido en Líbano, Beirut, en 1928, que llegó a Suiza a los 21 años para convertirse con el tiempo en algo muy parecido a un padre de la patria para los helvéticos. Murió en la tarde de ayer de un paro cardiaco mientras trabajaba en las oficinas de su grupo empresarial. Un digno final para este capitán de empresa, hijo de dentista, educado en la cultura francesa.
Un invento suyo fue clave en la recuperación económica del país alpino en los difíciles años ochenta, cuando los baratos relojes de cuarzo asiáticos amenazaron con acabar con la legendaria hegemonía suiza en la industria relojera. Su invento: Swatch, un relojito de plástico colorido que dio la vuelta al mundo y convirtió a Suiza en superpotencia exportadora, y a su creador, en el más influyente empresario del país y uno de los mayores de Europa. Sus intereses se ampliaron a las energías renovables y los coches eléctricos. Hayek estuvo igualmente en el origen del pequeño automóvil Smart, en colaboración con Daimler Chrysler.
Su imperio abarca las marcas relojeras Omega, Blancpain, Breguet, Tissot o Longines, entre otras, y dispone de capitales propios de 5.000 millones de euros, con ingresos brutos anuales de 4.000 millones. Hayek pasó las riendas del coloso industrial en 2003 a su hijo Nick, actual director general del grupo, pero se quedó como presidente del Consejo de Administración. Su muerte protagonizó los informativos nocturnos de la televisión suiza, con encendidos elogios de políticos y empresarios. La presidenta de Suiza y ministra de Finanzas, Doris Leuthard, afirmó: "Todo el país debe mucho a su iniciativa y genio empresarial". Los medios de comunicación reflejaron la que, posiblemente, sea la mayor cualidad de este visionario, que destaca en estos tiempos de tormenta financiera. Y es que se vanagloriaba de méritos tan inhabituales hoy como apostar a una economía productiva (su grupo da empleo a 25.000 trabajadores), nunca haber "jugado a la ingeniería financiera" ni pedir ayuda a los bancos. Un colaborador destacó en la televisión suiza que "no tenía ningún respeto por las teorías de los expertos en marketing y desconfiaba de consultores y demás supuestos especialistas. Creía, ante todo, en sus tripas".
De hecho, en un foro de emprendedores en Lausana en 2005, este autodenominado "empresario y artista" me comentó: "Puede usted mandar un burro al Conservatorio de Salzburgo durante años, pero no conseguirá un Mozart. Así, no es a base de másteres en administración y cursos de marketing que se crea un empresario". Con él desaparece una forma de entender los negocios que hace mucha falta en los tiempos que corren.
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