"Uno no escoge ser intelectual comprometido"
Cada vez que se le plantea una pregunta a John Berger se sume en una reflexión profunda. Hunde la cabeza en la mano, se rasca suavemente la blanca cabellera, se atusa la ceja, medita en silencio un buen rato y luego habla con claridad. Algo que se aprecia en este tiempo de respuestas rápidas e irreflexivas.
La cita es en un restaurante castizo del centro de Madrid, en el barrio de Chueca. La decoración es básicamente taurina. "¿Que si me gustan los toros? No tengo nada en contra, desde luego", dice después de pensárselo más de un minuto. "Detrás de cada tradición hay un enorme sistema de valores y creencias que no se pueden borrar teniendo en cuenta uno solo de sus aspectos. En ese sentido las protestas civiles contra ellas suelen ser superficiales. El sufrimiento de los animales es algo a tener en cuenta, pero sólo se refiere a un pequeño aspecto. Es como el veto contra el velo de las mujeres musulmanas que ignora las nociones sobre lo secreto, lo privado y lo público en esas sociedades. La vida es cruel. Y en todos los continentes hay mayores vejaciones que éstas contra los oprimidos".
El escritor británico ha mostrado nuevas formas de contemplar el arte
Y no lo dice quitando el cuerpo a esos conflictos, sino todo lo contrario. Toma unas cucharadas de sus lentejas, le gustan los platos modestos y suculentos. Aunque opina discretamente que él las prepara mejor.
Este novelista, poeta, pintor y crítico de arte nacido en Londres en 1926, vive desde hace cuatro décadas en un pueblo francés cerca de la frontera suiza. Le gusta eso de sentirse extranjero y nativo a la vez. Integrarse en una sociedad y a la vez verla con la distancia del foráneo. Hablamos de El extranjero, de Camus. "Ese libro me marcó mucho al final de mi adolescencia", admite mientras continúa cuchareando en una cazuela con una merluza en salsa verde. "Donde yo vivo no hay mucho pescado fresco y este está delicioso", comenta.
Berger es un hombre comprometido con la realidad, a su pesar, dice. "Si pudiera decidir qué hacer el resto de mi vida, me dedicaría sólo a pintar animales y flores", dice, "pero no puedo porque vivo en el mundo y hay demasiadas cosas preocupantes".
Aprovecha cualquier pausa para saborear su plato, pero continúa. "Uno no escoge ser artista o intelectual comprometido. Y si lo hace, resulta sospechoso. Lo que te hace un artista comprometido es lo que sucede y ante lo que no puedes cerrar los ojos o mirar a otro lado". Sus ojos azules son pequeños, inquietos e intensos. No se pierde palabra del interlocutor y se interesa vivamente por indagar en su vida personal más allá de lo que dicta estrictamente la cortesía. Es también efusivo en los saludos y sonrisas. Le gusta reír. Disfruta las carcajadas. Su ensayo Modos de ver ha enseñado a muchos a apreciar las obras de arte desde una perspectiva distinta.
Ganador del premio Booker en 1972, no ha dejado de cultivar la ficción. Su última novela es De A para X (Alfaguara). "Me gusta cocinar. La pintura y la cocina tienen muchas cosas en común. El color, la improvisación, las texturas. Entre los pintores hay muy buenos cocineros".
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