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Columna
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¡ZP al rescate!

Jesús Ruiz Mantilla

¡Aparten! ¡Dejen libre! ¡Espacio! ¡Aplaudan! ¡ZP ha decidido acudir al rescate de los madrileños!

Así están las cosas. Ante la nulidad, ante la incapacidad, ante la falta de arranque, la ausencia de iniciativas, el silencio constante, previsible y el encefalograma plano del PSOE en Madrid, el jefe, el Mesías socialista, ha decidido ponerse a dejar huella de sus inversiones y a inaugurar como un loco en la capital, cual Obama cheli.

Así nos lo ha contado Soledad Alcaide en este periódico. Pero, aun con toda la ofensiva en marcha, será difícil contrarrestar los efectos de Espe con la camiseta de Los Angeles Lakers. Eso sí que es un golpe de efecto. Le caía como anillo al dedo, además. Menudo regalo que le ha hecho Pau Gasol a la presidenta de la Comunidad. Siempre sale por ahí un deportista dispuesto a bendecir políticos en apuros. No hay mejor foto para un dirigente que un encuentro con Gasol, con Nadal o con Iniesta, ídolo de ZP. En este caso estaba más que justificado por el homenaje que se le hacía con el merecido Premio Internacional del Deporte de la Comunidad.

El jefe, el Mesías socialista, ha decidido ponerse a dejar huella en la capital

Pero esa tendencia no ha debido ni llegar todavía al entendimiento de quien pergeña las desastrosas estrategias de los socialistas madrileños. Siguen anclados en una típica tradición barriobajera que consiste en sacarse los ojos entre sí. La lucha interna es su mayor vicio. Ya lo advertía Josep Tarradellas. Cuando alguien, al regresar del exilio, le comentó con malicia al presidente las cuitas del PSC, rápidamente contraatacó: dejó claro que lo suyo no era nada comparado con los pifostios que ya en los años treinta dividían a los socialistas de Madrid.

Así hasta hoy. Desde que perdieron definitivamente el poder en los noventa con la salida de Joaquín Leguina no han levantado cabeza. Los traumas posteriores les han hundido todavía más. No hay Correas, ni Bigotes, ni casos guateques, ni espías que puedan con el trágico tamayazo. Aquello fue el fin. La despreciable jugarreta contra Rafael Simancas lo mandó todo al carajo. Si Vargas Llosa nos preguntara, como hacía uno de sus personajes de Conversación en la catedral con respecto al Perú, ¿en qué momento se jodió Madrid?, habría que contestarle que aquella tarde. La tarde en que se echaba abajo un pacto legítimo progresista para poner en marcha los mecanismos que acabarían propiciando una mayoría absoluta de la derecha más rancia. Fue un Gobierno que partía de la vergüenza. Pero eso no les importaba a quienes se iban a instalar en él. La sonrisa profidén de Esperanza Aguirre en su escaño cuando nadie encontraba en su escaño a Tamayo y Sainz lo decía todo.

Por cierto: ¿qué ha sido de ellos? Esa sería una buena pesquisa que debían hacer parte de sus antiguos compañeros de filas, y no estar a verlas venir, como nos tienen acostumbrados. ¿Dónde paran? ¿A qué se dedican? ¿Trabajan o viven de las rentas?

Ese trauma también explica en cierto modo las razones por las que el PSOE se muestra incapaz de sacar partido a la red corrupta que salpica en la actualidad al PP madrileño. Cierto es también que Esperanza Aguirre está manejando el cotarro con destreza. Mucho mejor que en Valencia. Con más temple. Sin nerviosismos. Sin necesidad de hacer el ridículo como Rita Barberá esta semana, admitiendo inconscientemente que su querido Francisco Camps había recibido regalitos mediante esa comparación absurda con las anchoas que el cántabro Revilla regala a Zapatero.

Aquí, en el reino de Espe y sus maromillos Juan José Güemes e Ignacio González, no hay cabeza sospechosa que se le haya escapado sin rebanar. Tampoco le temblará el pulso si debe cepillarse a alguno más. Confiamos en ti, oh gran sacerdotisa, para ver correr la sangre. Así es como se las gasta una líder. A ver si aprendes, Mariano.

Pero la razón más perjudicial con respecto a la situación catatónica del PSOE, insisto, es la división interna. Mientras sigan las zancadillas, las puñaladas contra Tomás Gómez, menos provecho sacarán a nada. Queda por designar el candidato a alcalde. Un marrón para el que pocos se presentarán como voluntarios. Ni las cintas que ha cortado Zapatero en los últimos meses, ni el buen rollito que parece haber trabado Pepiño Blanco con Aguirre, ni nada de nada servirán para hacerles volver al poder si no entierran el hacha de guerra.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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