Escribiendo con sangre
Si estás deprimido, lo que se dice verdaderamente deprimido, no leas Las hermanas Grimes , de Richard Yates. Todos los demás, melancólicos y tristones incluidos, deberíais leer inmediatamente esta novela, si aún no lo habéis hecho. Es un libro relativamente breve (224 páginas) que logra la rara magia de ser monumental. El relato, limpio y afilado como un bisturí, nos cuenta la vida de dos hermanas, desde la niñez hasta los cuarenta y muchos años de edad. Aunque sería más atinado decir que el relato nos cuenta simplemente lo que es la vida, punto. La vida de todos, con la indefensión y la maravilla de la niñez, la esperanza y la confusión de la juventud, la lucha por la supervivencia de los años adultos y la desolación de la madurez. Polvo y cenizas.
Las hermanas Grimes / Vía revolucionaria
Alfaguara. Madrid, 2009. 224 y 400 páginas. 16,50 y 21,50 euros, respectivamente.
Permaneció en el limbo de los olvidados hasta que, hace algunos años, los críticos comenzaron poco a poco a rescatarlo
Para Yates, la existencia es una pura decepción. Un trayecto conmovedoramente penoso. Ni siquiera es una gran tragedia: no olvidemos que sus protagonistas son dos mujeres comunes y cotidianas, humildes heroínas de la vida vulgar. Tanto en esta novela como en su primer libro, Vía revolucionaria, ahora puesto de moda por la película protagonizada por Leonardo Di Caprio y Kate Winslet [Revolutionary Road], Yates muestra un finísimo instinto antisexista, un extraordinario entendimiento de las muchas limitaciones que la sociedad machista de los años cincuenta imponía a las mujeres. Son libros feministas en el mejor y más profundo sentido de la palabra, porque no son textos voluntaristas ni dibuja heroínas perfectas y admirables, sino que retrata con sobrecogedora elocuencia el destino innecesariamente cruel de unos seres humanos atrapados en la telaraña de los prejuicios.
De manera que, en Las hermanas Grimes, Yates huye voluntariamente de lo grandioso. En su libro, la vida se rompe al final sin apenas ruido y la realidad se revela como un fraude, como un mediocre decorado teatral que acaba por despintarse y resquebrajarse, evidenciando su triste falsedad. Las existencias que describe son diminutas, pero están tan llenas de deseos y esperanzas como las de las personas más prominentes. El fuego de la vida arde igual para Alejandro el Magno que para el individuo más modesto, y esta mezcla tan humana de lo ínfimo y lo enorme es lo que hace que la obra de Yates resulte formidable. Como demostró Flaubert con Madame Bovary, los buenos escritores son capaces de hacer novelas muy grandes con personajes muy pequeños.
Yo no creo y no quiero creer que la vida tenga que ser necesariamente así como la cuenta Yates, esa imparable decadencia, esa desilusión creciente, ese pequeño dolor que se te mete dentro y va creciendo insidiosamente como un cáncer. Pero el libro tiene tal veracidad y tal hondura que despierta inevitables ecos dentro de ti. Sin duda no todas las existencias son así, pero también es indudable que algunas sí lo son, y, en cualquier caso, todas participan de algún modo de un inevitable desencanto. La biografía del propio Richard Yates parece reflejar el ambiente de sus libros, esa tristura al mismo tiempo aguda y estoica. Por lo visto tuvo una infancia agitada, itinerante y difícil, con padres no sólo divorciados, sino ferozmente enemistados. Fue periodista, profesor, negro literario de Robert Kennedy y, desde que sacó su primera novela, Vía revolucionaria, a los 34 años, tuvo un gran éxito de crítica y un incomprensible y pertinaz fracaso de público: ninguno de sus libros vendió más de 12.000 ejemplares, una auténtica miseria para Estados Unidos, y un año después de su muerte ya estaba descatalogada toda su obra. Permaneció en el limbo de los olvidados hasta que, hace algunos años, los críticos comenzaron poco a poco a rescatarlo. Pero podrían no haberlo hecho; Yates y sus libros maravillosos podrían haberse perdido para siempre. Me pregunto cuántos grandes escritores estarán por ahí, flotando en la oscuridad de nuestra desmemoria.
En cualquier caso, Yates debió de morirse sintiéndose más o menos fracasado. Algo debió de pasarle en la vida, algo tan fatal como lo que les ocurre a los protagonistas de sus libros, porque sus fotos muestran un cambio físico estremecedor entre el joven autor de 34 años de Vía revolucionaria y el hombre maduro que parece un anciano roto, aunque al morir tan sólo tuviera 66 años. Se divorció dos veces, tuvo tres hijas y falleció de enfisema. Me lo imagino fumando como un desesperado. O más bien desesperado, y por eso fumando.
Gracias a la película, Vía revolucionaria ha tenido mucha más repercusión en todo el mundo, y sin duda en nuestro país, que Las hermanas Grimes. La primera novela de Yates está sin duda muy bien y habla del veneno del amor, de esa terrible paradoja por la cual muchas parejas, pese a desear ardientemente querer bien al otro y hacerle feliz, consiguen convertir su vida en un infierno. Es un libro poderoso e inteligente, una primera obra espléndida. Pero comparado con Las hermanas Grimes deja traslucir la juventud del autor. En los dieciséis años que median entre la publicación de uno y otro, Yates ha crecido hasta alcanzar una talla de gigante. Ha crecido al mismo tiempo que el grosor de su obra menguaba: Vía revolucionaria tiene 400 páginas. Más modesta en apariencia, Las hermanas Grimes llega, o eso me parece, mucho más al fondo de las cosas. Si la primera novela admira, ésta conmueve y conmociona. Con qué inmensa sabiduría consigue el autor dejar el relato en lo sustancial y pelar las palabras hasta alcanzar el tuétano. Sin aspavientos, sin sentimentalismos, Richard Yates disecciona la vida como si estuviera escribiendo la novela con su propia sangre. Tanta desnudez pone los pelos de punta.
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