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Columna
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El presente monumental

Hablemos de 1909, de las celebraciones de la Exposición Regional que ideó Tomás Trénor; pero sobre todo hablemos de la historia y sus usos. Idolatramos los números redondos: son como esferas que giran y giran, que empiezan y terminan en el mismo lugar. Ahora, en 2009, algunos periodistas y ciertos munícipes han querido establecer una relación estrechísima -circular, diríamos- entre 1909 y nuestro presente como si ambos momentos fueran calcos respectivos, como si la Valencia de entonces y la de ahora tuvieran las mismas aspiraciones: ser los mejores en el centro de un presente enorme y municipal.

Concebido de este modo, el pasado es una suerte de espejo en el que ya veríamos reflejados nuestros rasgos actuales; pensada de esta manera, la historia es una especie de embrión que crecería y crecería hasta adoptar la forma de lo que en el fondo ya éramos. Estas operaciones de celebración esférica no proporcionan conocimiento, sino reconocimiento de lo superficial: nos vemos en los antepasados, en los aires de familia, ratificándonos.

Pero la historia es siempre un país extraño, una sucesión de contextos distintos. Cada acto humano se emprende en circunstancias irrepetibles. Por tanto, hacer hincapié en lo que nos iguala tras un siglo es una fantasía reparadora, una operación propagandística o mendaz. La labor pedagógica de la historia ha de servir justamente para lo contrario: para acentuar y mostrar las diferencias que nos separan de los antepasados. La historia no es un proceso que se desarrolle consumando al fin lo que ya estaba en origen. Tampoco es un relato coherente en el que todo concuerde para adhesión común o alivio general: ni siquiera es un camino continuo que nos traslade desde el instante original (1909) a otro superior que nos justificaría (2009).

Hoy en día, los historiadores no sumamos ni enumeramos acontecimientos pasados, glorias menudas o formidables, en equívoca sucesión. No cultivamos la historia monumental para dar sentido memorable y unívoco a lo pretérito: el relato de unas gestas que nos confortan en el presente.

La Valencia de 1909, la Valencia de Tomás Trénor, todavía es un espacio burgués y respetable, con notables que ejercen su dominio y su influencia, con patricios que hacen gala de su bonhomía levantando una Exposición; pero también con caciques que rapiñan a manos llenas y con muchedumbres empobrecidas, levantiscas, airadas. La España de entonces es una sociedad en la que se desmorona el orden liberal, un país que postula un regeneracionismo finalmente fracasado. La España de 2009 es una sociedad de la expectativa, de la información y del conocimiento, con una democracia parlamentaria y mediática, con populismos, con clases medias, con un sistema global que trastorna lo propio y que multiplica lo particular.

Como dice Jed Rubenfeld, "los caminos de la felicidad y del sentido no son los mismos. Para encontrar la felicidad, un hombre sólo necesita vivir en el instante; sólo necesita vivir para el instante. Pero si quiere sentido", añade el narrador, "deberá rehabitar el pasado, por oscuro que fuere, y vivir para el futuro, por incierto que sea". Los historiadores, siempre infelices, rehabitamos el oscuro pasado y, como ciudadanos, nos aventuramos en el futuro incierto. Lo que no hacemos es confundir la cronología, el sentido y la propaganda en un presente enorme, cíclico y municipal.

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