"Los pulpos son encantadores cuando los conoces"

Resulta excepcional ver a Sylvia Earle fuera del agua. Y es que esta mujer es medio pez: famosa bióloga marina, abanderada del reino subacuático, defensora de los mares, tiene la friolera de 6.000 horas de inmersión acreditadas y un récord de buceo de 1.000 metros de profundidad. Earle (Gibbstown, Nueva Jersey, 1935) llega a merendar con un libro monumental bajo el brazo, su Ocean, un atlas ilustrado de las extensiones marinas del mundo. Lo acaba de publicar National Geographic, sociedad de la que es exploradora residente.

Earle pide té. Luce un collar con una orca de oro, regalo de los indios de Vancouver. Cuando lo muestra abriéndose un poco más la camisa uno casi espera ver escamas en el pecho de la oceanógrafa. Su piel es sorprendentemente fina. No parece que una vida de sal y sol le haya causado estragos. Earle, que aún bucea ("¡y lo seguiré haciendo, soy adicta al agua salada!"), es muy vital, expresiva y apasionada, y hace gala de un estupendo sentido del humor.

La gran oceanógrafa describe algo peor que un tiburón en el mar: el hombre

El mar está lleno de cosas que dan miedo, le digo. "¿Como qué? ¿Como los buceadores? No, no, ¡el mar está lleno de belleza resplandeciente y de criaturas maravillosas! Hay que conocerlas. Mire los pulpos. Cuando conoces a un pulpo son encantadores. Una vez tuve un encuentro excepcional con uno en Australia. Me vio y empezó a cambiar de colores, como un arco iris, mientras yo nadaba junto a él. Me miró como diciendo: 'Eres tan tonta, ¿no puedes comunicarte?'. ¿Se imagina tener un cuerpo como ellos? ¡Cuántas posibilidades!". Le sugiero que el pulpo posiblemente estaba cortejándola (es verdad que lo hacen así) y ríe de la galantería. "Quizá; en ese caso hubiera sido un pulpo ambicioso".

Aprovechando el giro de la conversación y no sin un cierto rubor le pregunto a la madura oceanógrafa por el sexo en el mar. Parece que hay cosas asombrosas en el mundo de la sirenita: El animal con el pene proporcionalmente más largo no es el caballo, ni el elefante, ni siquiera nosotros -por generalizar-, los hombres, sino una especie de percebe (Balanus) cuyo soberbio elemento supera de largo el tamaño de su entero cuerpo. Qué decir del sexo oral de la tilapia, fecundada por la boca, o de las extrañas coyundas tentaculares de, precisamente, el pulpo... Earle sonríe. "¿Todo eso le parece raro? Ellos deben pensar lo mismo del sexo humano. Lo nuestro también es muy variado, ¿no cree?". Bueno... volvamos al miedo. "Los mayores riesgos los he tenido viajando en coche, sin duda. Los momentos de peligro en el mar se han debido en general a asuntos mecánicos, el regulador, los submarinos... Una vez me mordió una morena, pero fue porque la pisé. ¿Tiburones? No somos parte de su menú corriente. Aunque en una ocasión tuve que darle con la aleta en el hocico a un tiburón oceánico (carcharhinus longimanus); eso le desanimó". Earle lo dice sin dramatismo, pero esa bestia pelágica es el peor tiburón, el causante de más muertes.

Earle insiste hasta la salmodia en que lo realmente peligroso somos nosotros. Ni tiburones ni rayas. "Estamos matando el océano, con lo que sacamos y con lo que metemos. Somos el peor depredador del planeta. No podemos cogerlo todo. Ahora hay que parar. ¡Demos un respiro a las ostras, a las almejas, a los atunes!".