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Reportaje:MÚSICA

La santísima trinidad

Llevaba a su país en el apellido: Antonio Carlos Brasileiro de Almeida Jobim. Aunque para los brasileños Jobim será siempre Tom: su hermana Helena, cuatro años menor, había sacado el nombre de una canción francesa que su madre solía canturrear. Chico Buarque le saludó en una de sus composiciones ("Mi maestro soberano / fue Antonio Brasileiro") y Guinga cree que era "una compensación para el pueblo brasileño, que sufre tantas cosas humillantes. ¡Produjimos un Jobim!, nos decíamos, y eso compensaba nuestra balanza con el mundo".

Antonio Carlos Jobim había nacido en Río de Janeiro el 25 de enero de 1927. Compuso canciones tan hermosas como Wave, Corcovado, Desafinado, Samba de uma nota só, Agua de beber, Dindi, Triste, Aguas de março -que el crítico de jazz Leonard Feather consideró una de las diez mejores de la historia- o Insensatez -la preferida de Pat Metheny-. Canciones patrimonio de la humanidad que han grabado Miles Davis, Sarah Vaughan, Nat King Cole, Ella Fitzgerald, Errol Garner, Stéphane Grappelli, Tete Montoliu, Françoise Hardy, Mina, Peggy Lee...

Murió el 8 de diciembre de 1994 en un hospital de Nueva York tras una operación. Uno de los primeros ramos de flores lo mandó su viejo amigo Sinatra. El novelista Jorge Amado escribió al día siguiente en un diario: "Todos los brasileños estamos de luto: perdimos lo mejor que teníamos". Su viuda, Ana Lontra, ha logrado por fin reunir toda su obra en una editora, Jobim Music. Con humor carioca, Antonio Carlos Jobim confesaba tenerle miedo a la muerte, pero no exageradamente. Sí que le preocupaba mucho que sus canciones circularan plagadas de errores. Lo remedió el lujoso Cancionero Jobim, con sus partituras para piano revisadas por el propio Jobim y su hijo Paulo. En el Centro Tom Jobim, con sede en el Jardín Botánico de Río, se guardan alrededor de 10.000 documentos restaurados y digitalizados y se incentivan proyectos de educación medioambiental para escuelas: a Jobim le preocupaba la ecología cuando esa palabra ni siquiera se usaba. "Siempre busqué la armonía, parece que intenté armonizar el mundo", decía el maestro.

En la madrugada del 9 de julio de 1980, en su casa del barrio de Gávea, dejó de latir el corazón de Vinicius de Moraes. El hombre que quiso "vivir cada segundo como nunca más" tenía 67 años. "No temo a la muerte, lo que añoro es la vida", explicaba. El único poeta que, según Carlos Drummond de Andrade, vivió como tal. Era el autor de Orfeu da Conceição -tragedia griega ambientada en el carnaval carioca-, que daría lugar a Orfeo negro, ganadora en 1959 de la Palma de Oro en Cannes y del Oscar a la mejor película extranjera. La obra se estrenó en el teatro Municipal de Río en 1956, con decorados de Oscar Niemeyer y música de Jobim. Vinicius de Moraes ya gozaba de una sólida reputación como poeta cuando le hablaron de un joven que tocaba el piano en garitos nocturnos. Cuando en el bar bodega Villarino, reducto bohemio de periodistas, intelectuales y artistas, el poeta le ofrece trabajar en el proyecto, Jobim le pregunta: "¿Hay algún dinerillo en esa historia?". Y es que la preocupación primordial del músico era pagar el alquiler.

Marcus Vinicius da Cruz de Melo Moraes llevó la poesía de los libros a las canciones con versos precisos y casi siempre coloquiales. Poeta, por naturaleza y vocación, desde niño, solía decir. Se ganó el sustento como diplomático hasta que, en 1968, el máximo jerarca de la dictadura ordenó su expulsión: "Cesen a este holgazán", decía supuestamente la nota remitida al ministro. Fue crítico de cine, trabajó en la censura -aseguraba no haber cortado ni una escena- e incluso se ocupó del consultorio sentimental de un diario para poder llegar a fin de mes: firmaba Helenice. El creador de los versos de Poema dos olhos da amada, Se todos fossem iguais a você o Soneto de separação escribió letras para Jobim, Carlos Lyra, Baden Powell, Francis Hime, Edu Lobo o Toquinho -el guitarrista tenía 23 años y el poeta 56-, con el que inició en 1969 una relación de once años, compartió más de mil recitales y canciones como Tarde em Itapoã.

"Tenía un desapego absoluto por todo lo material", asegura la que fue su última compañera, Gilda Mattoso -cuarenta años más joven que él-, y a la que presentaba a los amigos: "Aquí Gilda, mi viuda". Le gustaban las charlas de madrugada, regadas con música y whisky, y recibía a los allegados dentro de la bañera de agua templada. Sobre una tabla de madera colocaba la máquina de escribir, el cenicero, el espejo para afeitarse, el whisky... En Vinicius, espléndida película documental de Miguel Faria Jr., el poeta Ferreira Gullar opina que enseñó a Brasil a ser feliz y la actriz Tônia Carreiro asegura que era capaz de cualquier bajeza con tal de conquistar a una mujer. Se casó ocho veces. "Que sea infinito mientras dure", escribió en Soneto de fidelidade.

La espoleta de la bossa, paradójicamente, vino de un lugar dos mil kilómetros al norte de Río de Janeiro. En Juazeiro, un pequeño pueblo del interior de Bahía, lejos del mar, nació el 10 de junio de 1931 João Gilberto Prado Pereira de Oliveira. No había radio, pero por el altavoz que colgaba de uno de los postes de la calle de Apolo se escuchaban a diario canciones como Caravan, de Duke Ellington; Ménilmontant, en la voz de Charles Trénet, o Cambalache, con Francisco Canaro. Y mucha música brasileña

... interrumpida sólo por los anuncios y la retransmisión de la misa. Y bajo la sombra del gigantesco tamarindo de la plaza de la iglesia, un adolescente al que todos conocían como Joãozinho da Patu se reunía con amigos para tocar la guitarra y cantar. La teoría de João Gilberto era sencilla: las palabras deben pronunciarse de la manera más natural posible, como si se estuviera conversando. Su voz cae sobre el tempo como un golpe de karate y la guitarra marca una división rítmica irresistible: es la famosa batida de la bossa nova. El musicólogo Walter García explica que se traduce por una combinación rítmica entre la frecuencia regular del bajo y la irregularidad de los acordes. La guitarra hace una cosa y la voz otra.

El bahiano, que no actúa en Río desde 1962, ha dado pie a un rosario de anécdotas. Con 25 años, y ante los signos de desorientación que mostraba, su familia le internó en un hospital de Salvador. Un día, mirando por la ventana con aire ausente, le dijo a una de las psicólogas: "Mira al viento despeinando a los árboles". "Pero los árboles no tienen pelo", cometió ella el error de responder. Y él: "Y hay personas que no tienen poesía". Lo cuenta Ruy Castro en su libro Chega de saudade. Jorge Amado le telefoneó una noche. Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir estaban en su casa de Río y quería que se pasara por allí con la guitarra. "Está bien, Jorge, ya voy", contestó. Los tres murieron y João todavía no ha llegado.

João Gilberto (a la izquierda) y Vinicius de Moraes.  Debajo, Antonio Carlos Jobim dibujado por Loredano.
João Gilberto (a la izquierda) y Vinicius de Moraes. Debajo, Antonio Carlos Jobim dibujado por Loredano.

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