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Crónica:UN ASUNTO MARGINAL | OPINIÓN
Crónica
Texto informativo con interpretación

Héroes

Enric González

Llamé a la puerta, asomé la cabeza y recibí mi primera orden: "Domingo, tráigame una Coca-Cola". Lo suyo habría sido obedecer, pero no sabía dónde se guardaban los refrescos, o en qué bar se compraban. Por otra parte, no me llamaba Domingo, y se suponía que me pagaban, poco, por titular teletipos y cerrar páginas. Me escabullí discretamente, volví a mi mesa y simulé una concentración intensa. No supe más del director hasta que, unas semanas después, tuve que preguntarle cuántas páginas llevaba mi sección. Respuesta: "Domingo, tráigame una Coca-Cola".

Las experiencias de juventud marcan para siempre, y creo que desde entonces, 1976, he procurado mantenerme a distancia de mis jefes. He tenido varios directores, algunos excelentes. Pero sospecho que viven en su mundo, afligidos por presiones que desconozco e interesados en asuntos que me son ajenos. Y temo que vuelvan a llamarme Domingo y a pedirme que, antes de firmar la carta de despido, traiga de una vez la puñetera Coca-Cola.

Huertas Clavería fue periodista, un maestro del oficio. Poseía una humanidad tan generosa que debía dolerle

Cuando se habla de transición, mis recuerdos son aquel director, aquella pequeña redacción y el precario periodismo que se ejercía en la época. Recuerdo el miedo, la improvisación, las amenazas. También la esperanza y algunas grandes juergas. No recuerdo, en cambio, ninguna de las glorias que se atribuyen a la época. Entre la monstruosidad del búnker franquista y la violencia del otro extremo, fuimos sensatos porque no podíamos ser otra cosa. Renunciamos a hurgar en el pasado sin tener demasiada confianza en el futuro. Salió razonablemente bien, a estas alturas resulta obvio. Sin alardes: razonablemente bien.

Qué tiempo extraño aquel en que cardenales como Tarancón o generales como Gutiérrez Mellado asumieron (con todo el mérito) la condición de héroes. Qué juego extraño jugamos. La gran mayoría tuvo que perder algo, a veces mucho, para que ganaran todos.

Es posible que mis problemas con la autoridad y mi dificultad para funcionar en esquemas jerárquicos fueran anteriores a la secuencia de las coca-colas. En cualquier caso, mis héroes personales, y sin duda mis héroes de aquel tiempo, carecen del empaque que proporciona el poder. Tienden a ser de tamaño natural, o incluso menos que eso. Uno de ellos, bajito, grosero, impertinente, propenso a la histeria y al psicodrama, se llamó Josep Maria Huertas Clavería. Fue periodista, un maestro del oficio. Poseía una humanidad expansiva, tan generosa que, sospecho, debía dolerle. No pertenecí a su círculo más íntimo (nunca me arrojó un teléfono a la cabeza) ni estuve presente en sus momentos más difíciles. Fue mi jefe, un jefe anarcoide y estimulante, casi un anti-jefe, durante unos años. Aún hoy someto a su juicio todas las cosas que hago. ¿Le gustaría esto a Huertas? No, por supuesto. Me llamaría cursi y pelota y me mandaría a la calle, "a ver si encuentras una noticia por una vez en tu vida".

Huertas publicó en el diario Tele-Express de Barcelona, el 7 de junio de 1975, un artículo titulado Vida erótica subterránea. En él se señalaba que algunas viudas de militares dirigían meublés. Fue detenido el 23 de julio, sometido a consejo de guerra y condenado a dos años de cárcel. El caso Huertas provocó la primera huelga de periodistas de la transición y le elevó a la categoría de símbolo profesional. A veces, ser símbolo resulta problemático. Porque mientras los demás le admirábamos, él sufría la cárcel.

Salió en libertad bajo fianza el 13 de abril de 1976. Fue recibido con alborozo, pero nadie se atrevió a darle trabajo. Estuvo en paro ocho meses. La transición. Luego volvió y siguió trabajando, y siendo Huertas, hasta el último día.

Josep Maria Huertas Clavería murió hace un año, el 4 de marzo de 2007. José Martí Gómez, gran amigo suyo, otro de mis héroes personales, le dedicó unas bellísimas palabras fúnebres. Evocó los gustos imposibles de Huertas, que combinaba los berberechos con el batido de chocolate y sentía una fatigosa devoción por los colores chillones, y recordó su fe cristiana, su honestidad hiperactiva, su confianza en los jóvenes, su carácter imposible. La ironía es un potente analgésico. "Mi problema", vino a decir Martí Gómez, "consiste en que soy creyente. Creo en la vida eterna. Creo, por tanto, que me reencontraré con Huertas, que él seguirá igual, y que volverá a meterme en líos".

Entre las razones para tener fe, ésa es mejor que muchas otras. -

Cada taula, un Vietnam, de Josep M. Huertas. Edicions de la Magrana. 229 páginas.

El periodista Josep María Huertas Clavería, saliendo de la cárcel Modelo de Barcelona el 13 de abril de 1976.
El periodista Josep María Huertas Clavería, saliendo de la cárcel Modelo de Barcelona el 13 de abril de 1976.EP

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