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Reportaje:El gran salto español | De Seve a Sergio García

25 años y un mundo

Seve cobraba 40 pesetas de 'caddie' a los nueve años; García les ganaba 'coca-colas' a los socios con el 'putt'

Carlos Arribas

Marzo de 1974. Un adolescente de 16 años, Severiano Ballesteros, agarra una bolsa de palos y empieza a recorrer el mundo para ganarse la vida como jugador profesional de golf. Abril de 1999. Sergio García, el Niño, 19 años, se hace profesional. A los dos les une un talento extraordinario de niños prodigio nacidos en un campo de golf, el golf en la sangre, en la leche que mamaron, la precocidad; a los dos les separa 25 años, un mundo.

Seve, que no tenía nada más que sus manos, se lanzó a lo desconocido gracias a un mecenas, el cardiólogo César Campuzano, que le patrocinó la aventura con 250.000 pesetas (unos 1.500 euros). El debut profesional de Sergio García, que ya había firmado un contrato millonario de patrocinio con Adidas, llegó precedido de una campaña de lanzamiento que parecía extraída del mundo cinematográfico: vestido de Armani se dejó fotografiar en el campo de El Prat (Barcelona), donde daría sus primeros golpes remunerados con sus drivers de madera tan complicados de manejar, el 22 de abril de 1999.

Sergio García se presentó a la prensa vestido de Armani el día que dio el salto
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De la nada a la cima

Ballesteros, que ya ha cumplido los 50 y se ha retirado del golf, un deporte en el que ha ganado cinco grandes y en el que fue durante una década el mejor del mundo, cuenta su vida y la convierte en el relato de la lucha por la supervivencia en la pobre España franquista. El golf era un deporte minoritario que practicaban por placer aristócratas y millonarios en clubes de campo en los que regían estrictas reglas de jerarquía social. Del golf comían los parias, caddies y profesionales. "Nací junto al hoyo dos de Pedreña y a los nueve años ya trabajaba de caddie, como mis hermanos mayores, llevando bolsas por 40 pesetas (24 céntimos de euro) los 18 hoyos", cuenta el jugador cántabro. "A mí me gustaba cargar con los palos de un médico, Santiago Ortiz, porque, aunque los caddies teníamos prohibido jugar en el campo, él me permitía jugar de extranjis". El campo de golf de la infancia de Ballesteros era la playa de Pedreña las noches de luna llena. Con un palo artesanal hecho con un hierro y una rama de árbol golpeaba sin parar bolas, cimentando su imaginación, libre expresión de su talento natural, su marca de fábrica.

Hasta mediados de los 80 la escuela natural de los golfistas españoles era el trabajo de caddie. Miguel Ángel Jiménez, el malagueño de 42 años que aún sigue dando guerra, es el último de los caddies, de los autodidactas, de los espontáneos; José María Olazábal, el otro español que ha ganado grandes es, pese a compartir orígenes humildes e infancia en el campo de golf con sus mayores, el primero de la nueva fábrica, de los jugadores de escuela: golfistas detectados desde niños por los cazatalentos federativos y encuadrados en escuelas, enseñados por técnicos de la federación en la España de los centenares de campos de golf, la de las 315.000 licencias de jugadores. Los caddies murieron con la invención del carrito eléctrico, con la proliferación de los buggies; con la democracia cambió también la sociología del golf profesional: los jugadores ya no han pasado hambre, son los hijos de las clases medias-altas y altas, acomodadas, de los socios de los clubes de golf que ya no desprecian a quienes se ganan la vida trabajando.

Sergio García nació en un campo de golf, en Castellón, en el que su padre, Víctor, era profesional y su madre, Consuelo, se encargaba de la tienda. De niño correteaba por calles y greens, sin problemas para jugar, apostándose con los socios coca-colas con el putt, y ganándolas. Su padre fue su profesor y sigue siendo su entrenador. Estudió y se preparó, con clases de inglés, para convertirse en el mejor, también en el mejor pagado. Entró en el golf profesional en la era de la explosión económica, en la era de internet. Antes de dar el primer golpe con su driver de titanio, de gran punto dulce, ya era una figura conocida. Ya desde que era amateur, categoría que no conoció Ballesteros, a su alrededor se creó un círculo, dirigido por José Marquina, una empresa con su nombre, un salto programado. Poco después abandonó el ensayo artesanal y se enroló en IMG, la agencia de los mejores.

Según los registros de la PGA europea la primera bolsa del cántabro, que terminó último su primer torneo profesional, en Portugal, fue de 1.200 libras esterlinas (unos 1.800 euros) por ser quinto en el Open de Italia, en octubre de 1974. Su primera temporada la terminó Ballesteros con unas ganancias oficiales de 2.915 libras (unos 4.500 euros), lo suficiente para devolver el préstamo al doctor Campuzano.

Por ser 25º en el Open de España de 1999, Sergio García se embolsó 7.938 euros, pero tres semanas después quedó tercero en el Byron Nelson, lo que le valió una recompensa de 144.000 dólares. Sus ingresos por premios su primer año profesional superaron el millón y medio de euros.

Fuzzy Zoeller ayuda a Ballesteros a ponerse su primera chaqueta verde, en Augusta, en 1980.
Fuzzy Zoeller ayuda a Ballesteros a ponerse su primera chaqueta verde, en Augusta, en 1980.ASSOCIATED PRESS
Sergio García celebra la victoria de Europa en la Ryder Cup en Dublín, en 2006.
Sergio García celebra la victoria de Europa en la Ryder Cup en Dublín, en 2006.EFE

El chico que impulsó el golf

- Seve Ballesteros nació en Pedreña el 9 de abril de 1957.

- Jugó su primer torneo a los 10 años.

- Un médico le prestó 250.000 pesetas para hacerse profesional.

- Ganó tres Open Británico (1979, 1984 y 1988), dos Masters de Augusta (1980 y 1983) y tres Ryder Cup (1985, 1987 y 1995).

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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