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Reportaje:

Ecos de África

Amelia Castilla

En Senegal algunos dicen que Nick Gold entró en África por la ventana y que ahora, por fin, lo ha hecho por la puerta. No se trata del típico proverbio africano sino de una forma popular de describir cómo se inició la relación del productor discográfico y responsable del fenómeno Buenavista Social Club —coproducido por Ry Cooder— con los músicos de Dakar o los de Bamako. Sin entrar en celos fronterizos, Nick Gold reconoce que se mueve por instinto y se define como un rendido admirador del África más creativa y cultural. La pasión del director de la discográfica World Circuit por los músicos es patente. "Fueron artistas individuales, como La Orquesta Baobab o Ali Farka Touré, los que me llevaron a esos lugares, no una idea o un concepto".

"En África, la música tradicional tiene un sentido contemporáneo que no se encuentra en otras partes"
"Músicos como la Baobab o Ali Farka Touré me llevaron a esos lugares, no los países de los que proceden"

Nick Gold (Londres, 1961) viaja ligero de equipaje. Zapatillas deportivas, vaqueros, camiseta y un bolso de mano que no necesita embarcar para subir a los aviones. El mes pasado aterrizaba en Dakar para asistir a la presentación de Made in Dakar, el nuevo trabajo de La Orquesta Baobab, y apenas una semana más tarde volaba a Malí para ultimar detalles sobre la grabación del nuevo disco de Toumani Diabaté, The Mande Variations, el que será el primer álbum en solitario del intérprete de kora más importante del planeta y que se publicará en febrero. De alguna manera, Gold es uno de esos tipos que parece haber hecho realidad su sueño, pero pertenece a la categoría de los que todavía no han perdido la capacidad de sorpresa. Haber producido algunos de los discos más importantes de uno de los géneros en alza en la música actual no le ha hecho perder la perspectiva. Tímido, fumador empedernido, lector de Le Carré y enamorado de España como lugar de veraneo, no desaprovecha la oportunidad de agacharse sobre un puesto polvoriento de CD en una avenida en la capital de Senegal para fisgar sobre las últimas novedades africanas. Se encuentra en un país donde cada día surgen voces impresionantes.

PREGUNTA. La etiqueta world music fue casi un invento de su compañía. ¿Cómo descubrió los sonidos que cambiaron su vida?

RESPUESTA. Hace al menos un par de décadas, cuando escuché tocar la guitarra al músico maliense Ali Farka Touré, algo se removió en mi interior. Supe inmediatamente que se trataba de alguien especial y que yo tenía la posibilidad de llevar su música a mucha gente.

P. De aquel encuentro con el guitarrista africano surgió una gran amistad pero también varios discos y algún que otro grammy. ¿La música de Cuba, la de Senegal y la de Malí fueron el arranque de una vocación?

R. Hasta ese momento yo era un joven trompetista que coleccionaba discos de jazz y que había centrado sus estudios universitarios en África, pero nunca había pensado seriamente en dedicarme a la música. Mary Farquharson y Anne Hunt tenían una empresa dedicada a mover la música que venía de fuera, pero querían montar algo más sólido. Los músicos pasaban por Londres, tocaban y se volvían a marchar a su país, así que decidieron contratarme. Aquello supuso el inicio de una pequeña compañía discográfica y de lo que ahora se conoce popularmente como las músicas del mundo. La etiqueta, world music, nació en esa época, más que nada para buscar un hueco en las estanterías de las tiendas de discos donde colocar un tipo de sonido que entonces empezaba a emerger.

P. Parte del éxito de esos sonidos tuvo que ver también con el momento.

R. Seguramente. En Londres se vivían unos años bastante enloquecidos. A mediados de los años ochenta había hambre de una música diferente. Empezaba a despuntar el pospunk, pero para mi gusto se trataba de un momento bastante árido musicalmente. Sin embargo, paralelamente se vivía un crecimiento de la presencia de culturas distintas donde la música africana empezaba a hacerse popular.

Dos décadas después, la situación se ha modificado notablemente. ¿Cómo agrupar ahora toda la música que se hace en el mundo bajo una misma etiqueta? Gold levanta los hombros en señal de impotencia. Las socias fundadoras siguen en la música pero fuera de Europa la compañía, que dirige ahora en solitario, sigue siendo una pequeña empresa, aunque el sello goza de una reputación indiscutible. A Dakar viajó para dar un último empujón a La Orquesta Baobab. Se trata de un proyecto personal en el que lleva implicado más de una década. En los ochenta, cuando escuchó los discos de este combo africano, el grupo ya había desaparecido del mapa, absorbido por los nuevos sonidos en boga, en este caso encabezados por Youssou N'Dour y su mbalax. Le gustaron tanto —"con ellos entré de lleno en la música africana"— como los grandes músicos de jazz cuyos discos de vinilo se sabía memoria a base de poner una y otra vez sus canciones en el tocadiscos de su cuarto. Desde el principio supo que necesitaba escuchar a la Baobab en el escenario.

P. ¿Qué encontró en los viejos discos de la Baobab?

R. La verdad es que me encanta ese tipo de música porque deja espacio para respirar. Se trata de sonidos con raíces que dejan espacio para la melodía. En la música que se hace hoy en día, especialmente en el pop o en el rock, no hay huecos, todo se hace seguido. La Baobab me produjo la misma impresión que cuando conocí a músicos cubanos, como Ibrahim Ferrer, Cachaíto o Rubén González.

P. ¿Fue difícil convencer a la Baobab para que volviera a tocar?

R. No fue sencillo, pero lo más complicado fue localizar al guitarrista Barthelemy Attisso, que no se encontraba operativo. Se había marchado a Togo para ejercer como abogado. Cuando dimos con él, primero le mandé una guitarra desde Londres para que volviera a hacerse con el instrumento, y luego le hablé de la solidaridad con el grupo, de lo mucho que debe a la música y del amor que siente todo artista por su oficio. Y él lo entendió. Se trata de un músico fuera de serie y de una mejor persona, uno de esos tipos con capacidad poética.

P. ¿Pero eso fue antes o después de grabar Buena Vista Social Club?

R. Las ciudades portuarias son vías de entrada y salida de culturas de distintas partes del mundo; se trataba de rastrear las huellas de una música, que había salido de Dakar con los esclavos y que en La Habana se había transformado para volver al país de origen. Con esa filosofía planeamos montar Buena Vista Social Club, pero a los músicos africanos no les concedieron los visados para viajar a La Habana y tuvimos que improvisar y arrancar sin ellos.

P. El éxito de Buena Vista benefició a la tercera edad pero dejó aparcada la música que los artistas más jóvenes hacían en Cuba.

R. Es verdad, pero eso no duró mucho tiempo. El fenómeno Buena Vista acabó por beneficiar también a los jóvenes y ahora se conocen todas las músicas que se hacen en la isla.

P. Tampoco La Orquesta Baobab tuvo suerte entonces, quedaron en segundo plano.

R. El éxito de Buena Vista fue tan importante que nos desbordó a todos. No podíamos llevar adelante dos proyectos semejantes a la vez. Se trata de sensibilidades distintas, pero en ambos casos tratamos con músicos que hay que cuidar porque representan una época de la historia. En África, la música tradicional tiene un sentido contemporáneo que no tiene en otras partes. Desde el principio tuve claro que su música no era una moda pasajera. En el pop hay muchos grupos, pero en estos momentos no hay tantas bandas como la Baobab. No se trata de un ejercicio de nostalgia sino de mantener una música eterna. Ahora disponen de libertad para tocar y crear. Antes era el jefe del cabaret en el que actuaban el que decidía lo que tenían que interpretar cada noche.

P. ¿Como productor está acostumbrado a salirse con la suya?

R. A mí no me gusta decir a los músicos cómo tienen que sonar, aunque reconozco que me gusta hacer las cosas de una determinada manera. Yo busco artistas. Fueron músicos como Rubén González, Omara Portuondo, la Baobab o Ali Farka Touré los que me llevaron a esos lugares, no los países de los que proceden. Personalmente, me gusta el jazz, el blues, el reggae y la música cubana, pero como productor tengo claro que debo invertir en las músicas de otros países y mi misión es hacer todos los esfuerzos para promocionar esos sonidos, pero siempre partiendo del respeto a los artistas y su trabajo.

P. Las cosas han cambiado mucho para la industria y no sólo por los problemas relacionados con las nuevas tecnologías.

R. La verdad es que me asusta un poco el futuro. Vivimos en un momento de indefinición en el que no sabemos si el CD va a desaparecer como formato o cuál es el futuro de las discográficas, pero lo más importante ahora es la música en vivo.

De vuelta a Londres, en el aeropuerto de Dakar, Gold se despide de sus contactos en la capital senegalesa. Volverá pronto. Entre sus planes de futuro figura montar algo potente con Youssou N'Dour, un músico al que admira. Con los músicos establece una relación de amistad y de respeto que puede alargarse de por vida, como con Ali Farka Touré, con el que viajó varias veces hasta la aldea maliense de Niafunké y al que acompañó en sus días de enfermedad cuando ya había contraído un cáncer. Ahora le toca ejercer de "tutor" de su hijo, Vieux Farka Touré, que se hizo guitarrista pese a la oposición de su padre, que prefería que tuviera una carrera con futuro y para ello le apuntó en el Ejército.

Cuando llegó el éxito, Ali Farka Touré nunca quiso dejar la discográfica de Nick Gold.
Cuando llegó el éxito, Ali Farka Touré nunca quiso dejar la discográfica de Nick Gold.

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