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Columna
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El Motor para Europa

Hubo un tiempo en el que los catalanes concitaban una suerte de admiración, por no decir envidia, debido a su progresía, vanguardismo y europeidad. Sus moderaciones y modernidades nos parecían casi el modelo a imitar, el reflejo en el que nos mirábamos, atribulados por nuestras barbaridades y desganas. En cierto sentido, Cataluña era el lugar ciudadano al que queríamos llegar. Allí las cosas "funcionaban" y se codeaban con la crême de la crême. En 1988 se fundó una asociación que se llama Cuatro Motores para Europa. La forman las regiones de Baden, Cataluña, Wûrtemberg, Ródano-Alpes y Lombardía: el no va más. El nombre es grandilocuente y un pelín cursi y sus objetivos igual de vacuos - se resumen en los lugares comunes de siempre, incrementar las potencialidades económicas, culturales y sociales de las cuatro regiones y contribuir al proceso de unificación europea-, pero su mero enunciado evoca una política de gran potencia regional. Una vez los Cuatro Motores, que se autodenominan así en su documentación, se fueron a China.

Los ciudadanos andan cabreados, y los políticos, a su tono, buscan que la mala uva se dirija contra el contrincante
Hubo un tiempo en el que los catalanes concitaban una suerte de admiración, por no decir envidia

Pues bien: nuestro Motor para Europa hace aguas. Día tras día, y sin descanso ni asueto, la otrora envidiada Cataluña se nos convierte en motivo de noticias truculentas. Apagones prolongados, colapsos en el tráfico y las autopistas, desastres en el aeropuerto, obras de AVE que se retrasan, trenes que no llegan... por no insistir en el derrumbamiento del metro o en que hace seis meses se hundió el muelle en construcción (17.000 toneladas, 40 millones de euros a pique, se retrasará esta infraestructura dos años). ¿Mal fario, gafe, suerte aciaga, concurrencia fatal de causas diversas? Caos, colapso, desastre... son términos que últimamente bajan asociados a Cataluña, el Motor para Europa. Sus infraestructuras no son el modelo de eficacia que ingenuos admirábamos en su día. Los ciudadanos andan cabreados, pues nadie puede complacerse sólo con las glorias pasadas y las venideras, gusta también de pillar en el día. Los políticos, a su tono, buscan que la mala uva se dirija contra el contrincante.

Se acabó el sueño de la modernidad y racionalidad de la Cataluña Motor para Europa. Además, llueve sobre mojado, tras el vertiginoso descrédito de la política catalana. Hace no mucho se hablaba del "oasis catalán" -la versión posmoderna del seny-, para designar la moderación y la capacidad de entendimiento que decían había en Cataluña, frente a la crispación sobreabundante en el resto de España. Hemos descubierto que el oasis resultaba espejismo de oasis, formado por clientelas, conchabeos, gusto por el victimismo, así como por una frivolidad y agresividad soterrada que espantan. La gestión del primer tripartito catalán estremece, como su final, y la gestación del Estatut constituye una colección de absurdos, chantajes, navajeos -por mucho que la navaja no forme parte de la cultura catalana, Consejera de Interior del Motor para Europa dixit- y tensiones innecesarias, en pro del soberanismo, la imposición idiomática y la satisfacción de egos.

La Cataluña de los Cuatro Motores, la que se quiso ver como modelo, ¿fue una ficción o todo se ha derrumbado ahora? Como tal cúmulo de despropósitos (políticos e infraestructurales) no puede sobrevenir en plan condena repentina por algún pecado reciente -defenestrar a Maragall, sobrevivir a Pujol, no rendir culto cotidiano a Wifredo el Velloso o dejar escapar a Saviola-, hay que pensar que el asunto viene de atrás. Que la admiración que suscitaban era más bien por el marketing. No puede surgir por generación espontánea la frivolidad de esta clase política, perdida en cuestiones identitarias, propagación a toda costa del catalán, techos estatutarios al margen de la ciudadanía, diccionarios sánscrito-catalán, un orden público políticamente correcto... A la fuerza tiene que tener raíces hondas. Al parecer, más que a gestionar la cosa pública le gusta dedicarse a sus metafísicas.

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Las reacciones que está suscitando la reciente ración de desastres confirman que no era epidérmico el caos mental de los dirigentes catalanes, sino de enjundia. De momento, lo que hay es: PP y CIU, como no están en el tripartito, culpan a éste del desaguisado. Los del tripartito, a sus predecesores (PP en Madrid y CIU en Barcelona), alegando que las cosas vienen de antiguo. Empieza a ser hábito de la política española: la oposición culpa de todo al Gobierno en efectivo y éste al anterior, el que formó la oposición en su día; así nadie se aclara. A ERC el asunto le coge a contrapelo por estar en el Gobierno; no puede lanzarse a degüello según costumbre; pero ha conseguido cargar contra el Gobierno español y se lo ha puesto fácil la ministra de Fomento, que tuvo un periplo catalán manifiestamente mejorable. No daba explicaciones sino excusas, y para más inri no sonaban creíbles.

Y triunfa la idea de que el caos se debe a que España no invierte en Cataluña lo que fuera menester, o que lo hace mal -el misterio es por qué en otros sitios no se producen estas calamidades-, y que todo se debe a la catalanofobia que se da en España, concepto exculpatorio convertido en artículo de fe. Todo muy autogratificante para los mandamases del Motor Catalán, pero que no lleva a ningún lado. El desastre es tan amplio y descomunal que no podría atribuirse sólo a desidias de unos años, ni a pasividades del Estado que no se han denunciado hasta después del estropicio (sin concreciones, la impugnación genérica de la inacción de España no cuenta, pues es pieza doctrinal del catalanismo). Quizás les va la falta de planificación, la improvisación y la desidia.

Unos descerebrados han destrozado el último toro que cubría una carretera catalana, para acabar con los símbolos de España. La política catalana, para no meterse en líos -le llaman moderación-, se saca fotos con coronas de espinas. El Motor para Europa se ha quedado tirado en la autopista.

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