_
_
_
_
_
Fútbol | Internacional
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Shakespeare y 'El Especial'

"¡Oh, vil jugador de fútbol!". El rey Lear, de Shakespeare (1605: primera referencia a este deporte en la literatura inglesa)

Es bastante habitual adaptar las obras de Shakespeare, en el teatro o el cine, a los tiempos modernos. Macbeth, convertido en un sanguinario dictador africano, por ejemplo, o Hamlet, como un jefe de Gobierno indeciso. La obra maestra de Shakespeare es El rey Lear. El personaje contemporáneo ideal para retratar al protagonista sería un entrenador de fútbol.

Lear es un megalómano sabelotodo gritón que lo pierde todo, enloquece, se recupera, se amansa y, a través de la humildad, obtiene la recompensa de la sabiduría.

El personaje contemporáneo de la Liga española que mejor cuadraría con él sería obviamente Fabio Capello. En Inglaterra, José Mourinho. No es que ninguno de los dos haya necesariamente llegado aún a la fase final de humildad y sabiduría, o incluso a la locura, pero hay indicios de que van por buen camino.

Hablemos de Mourinho, el entrenador del Chelsea y, en lo futbolístico, el hijo de Capello. No hay nadie en el mundo del fútbol actual, a excepción del italiano, con un ego más inflado o que haya demostrado una convicción más absoluta de haber resuelto el misterio del fútbol, de haber dado con la fórmula sagrada para crear un equipo ganador.

Alex Ferguson demuestra tendencias learescas, como podría constatar David Beckham en sus tiempos en el vestuario del Manchester United. En cuanto a brotes de furia demencial, pocos pueden competir con el escocés. Pero, a diferencia de Mourinho, Ferguson siempre ha preservado una pequeña dosis de humildad. Cuando ganó el triplete, en 1999, reconoció que el factor suerte había jugado un papel determinante.

Mourinho, poco después de llegar al Chelsea, hace dos años y medio, se autodefinió en público como The Special One, El Especial. La prensa se ha burlado un poco de él por esto, pero no tanto. Porque lo que ha logrado con el Chelsea, tras sus espectaculares éxitos con el Oporto, ha sido casi milagroso. Dos Ligas inglesas seguidas y un excelente rendimiento en la Champions, competición en la que esta temporada ha dado un par de buenos repasos al Barça.

Pero desde entonces el Chelsea y, por ende Mourinho, han mostrado señales de ser mortales. Han empatado sus últimos tres partidos de la Liga -contra equipos débiles, como el Reading, el Fulham y el Aston Villa- y en la Copa, esta misma semana, no pudieron pasar del empate, 1-1, contra el Wycombe Wanderers, un conjunto de la Cuarta División.

Incapaz de aceptar que él mismo es falible, Mourinho hizo como el rey Lear y como Capello: le echó la culpa a los demás. En este caso, a los jugadores. Mourinho declaró el 30 de diciembre, tras empatar, 2-2, con el Fulham en casa, que tenía algunos que "no estaban aportando lo debido al equipo".

El siguiente paso ha sido culpar a la directiva del club. Se ha estado quejando abiertamente esta semana de que le están negando el dinero necesario para hacer más fichajes. Lo cual tiene miga, claro, ya que nadie ha tenido más cheques en blanco para gastar lo que quiera en quien quiera que el portugués. Ahora, el fichaje más caro de todos, el de Andrei Shevchenko por 45 millones de euros el verano pasado, fue iniciativa no de Mourinho, sino del dueño del Chelsea, el Midas ruso, Roman Abramovich. Mourinho ha empezado a poner a Sheva en el banquillo, lo que algunos han interpretado como una declaración de guerra a Abramovich.

Los héroes trágicos de Shakespeare, como Lear, siempre caen como consecuencia de no reconocer sus límites; de un exceso de orgullo y vanidad. Declarar la guerra a Abramovich podría ser el salto de soberbia que propicie la caída de Mourinho.

Por eso se ha hablado mucho en Inglaterra esta semana, antes de que el último episodio de la saga Beckham acaparara todos los títulares, de que Mourinho se irá del Chelsea a fin de temporada. Ahora, la verdad es que sería un disparate dejar que se fuera. Por más egomaniaco que sea, no deja de ser brillantemente eficaz, como lo fue en su día su padre futbolístico italiano. El Chelsea, pregúntenlo en Barcelona, tiene un juego potentísimo. Mourinho sería un técnico muy dificil de reemplazar.

Pero, si se va, lo lógico sería que, como corresponde a un heredero, sustituya a Capello en el Real Madrid. Mourinho es lo que creía la directiva madridista que iba a ser el italiano. Eso y más. Y, si rumbo a España lograra ganar un poco de humildad y sabiduría, mejor.

José Mourinho.
José Mourinho.REUTERS

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_