Clay Regazzoni, piloto de F-1

En la mente de los tifosi, Gianclaudio Clay Regazzoni, fallecido el pasado viernes en un accidente de circulación cuando conducía un monovolumen, figura como el último piloto italiano capaz de vencer en Monza al volante de un Ferrari de fórmula 1. A pesar de haber nacido en 1939 en Ticino, el único cantón suizo de habla italiana, los aficionados transalpinos pronto le adoptaron como propio. A ello ayudó la agresividad que destilaba a los mandos de cualquier monoplaza.

Intratable en su paso por las fórmulas inferiores, Ferrari le ofreció el segundo volante de la marca en 1970, con el belga Jacky Ickx como compañero de taller y primer piloto de la marca de il cavallino rampante. El novato corredor suizo firmó uno de los mejores arranques de la historia tras terminar cuarto en las dos primeras carreras y segundo en la tercera por detrás de Ickx. En su cuarta carrera en la F-1, el bigotudo piloto venció, en Monza, y ante una hinchada completamente entregada.

Pero Regazzoni no pudo mantener el nivel exhibido el año de su irrupción, y en 1973 fichó por BRM antes de regresar a Ferrari en 1974, con un jovencísimo Niki Lauda como compañero de box. Aquella temporada, Clay fue subcampeón tras librar un sinfín de reyertas precisamente con el austriaco. El Mundial acabó en manos del brasileño Emerson Fittipaldi, al volante de un McLaren y con la regularidad como bandera.

Lauda arrasó en 1975 y sólo un accidente en Nürburgring en (1976) le apartó de su segundo título, que finalmente llegaría al año siguiente. Los buenos resultados que cosechó el dúo Lauda-Regazzoni hizo posible que el título de constructores regresara a las vitrinas de Ferrari 11 años después.

A partir de entonces, los problemas para hacerse con un volante se le multiplicaron al suizo, que deambuló por varias escuderías como Ensign, Shadow o Williams. La carrera deportiva de Clay se truncó definitivamente en 1980 cuando un accidente durante la cuarta carrera del año disputada en Long Beach (California) le postró en una silla de ruedas. Al parecer, los frenos de su Ensign acusaron algún problema, que le impidió detener el coche antes de colisionar a más de 260 kilómetros por hora contra el de otro participante.-