Robert Rosenblum, profesor y crítico de arte
En uno de sus primeros libros, dedicado al arte de fines del siglo XVIII (Transformaciones en el arte de fines del siglo XVIII), Robert Rosenblum hizo una declaración de intenciones que en principio podría parecer sorprendente: quería abordar el tema desde una perspectiva cubista.
Era entonces un joven profesor de Historia del Arte cuyo rigor académico estaba fuera de toda duda, pero su intención era ampliar los métodos tradicionales de su disciplina para abordar el estudio de la creación artística en toda su complejidad, sin marcarse una línea estrecha, excesivamente "especialista" en un aspecto concreto.
Rosenblum optó por trabajar con la diversidad de una época tan enormemente rica como la que va de la Ilustración al inicio del siglo XIX. La visión cubista significaba para él reconocer los muchos matices; las desviaciones de la norma, las opciones creativas tan distintas en un periodo muy corto.
Analizar, en suma, los procesos sociales y culturales, aunque desde luego también formales, y hacerlo desde la flexibilidad intelectual y el conocimiento profundo. Todo el instrumental del historiador del arte estaba a su alcance, y la suya fue una opción clara para comprender los métodos y objetivos de esta ciencia histórica. No en vano fue discípulo de uno de los grandes maestros: Walter Friedländer, bajo cuya dirección escribió su tesis doctoral en 1956 en la Universidad de Nueva York.
En esa Universidad siguió impartiendo clases, en el famoso Institute of Fine Arts, una institución prestigiosa donde se han formado historiadores de arte, conservadores, y arqueólogos. Sus clases eran densas y sorprendentes. Tengo el honor de contarme entre sus discípulos en aquellos salones dorados, sentados junto a un gran piano de cola, atentos a una pantalla que se poblaba de imágenes procedentes de dos proyectores que un ayudante manipulaba desde una cabina. No había entonces -a mediados de los años ochenta- Power Point, sino diapositivas que íbamos descubriendo como facetas de un enorme poliedro de opciones creativas.
La pintura del Neoclasicismo y la Revolución Francesa aparecía en esas clases como un inusitado campo de enorme riqueza para el que había que adoptar una perspectiva amplia y abierta. Como apoyo para la clase, Rosenblum nos proporcionaba unas pequeñas carpetas con fotografías en blanco y negro de todos los cuadros que proyectaba; muchos de ellos imposibles de encontrar en los libros, porque eran producto de sus muchos años de dedicación al arte del XVIII y XIX, de su trabajo a pie de obra en los museos europeos, junto a los cuadros y los depósitos.
Su enorme erudición le permitía "saltar" conceptualmente, buscando rasgos profundos que a veces enlazan la creación artística de épocas distintas. Uno de estos saltos constituyó el tema de otro de sus libros más apreciados y leídos, La pintura moderna y la tradición del romanticismo nórdico. De Friedrich a Rothko. En él establece con maestría y sensibilidad vínculos estéticos, ideológicos y plásticos entre artistas diversos. Rosenblum dedicó gran parte de su vida académica al estudio de la pintura francesa, del que han salido publicaciones fundamentales sobre la colección del Musée d'Orsay de París, o la obra de Ingres.
En colaboración con H. W. Janson escribió un libro que sigue siendo de consulta obligada: Arte del siglo XIX. En clave más iconográfica, en un ensayo sobre el perro en la pintura moderna rastreó los cambios y sentidos de su representación a lo largo del tiempo.
Si bien la dedicación de Rosenblum al Siglo de las Luces y el XIX ha configurado buena parte de su legado, no hay que olvidar sus muchas aportaciones al estudio del arte del XX, empezando por un ya clásico libro sobre el Cubismo; otro sobre el arte moderno norteamericano, y otro más sobre el paisaje en ese siglo. Su perspectiva intelectual abierta le ha llevado también a escribir en revistas especializadas en arte actual (Artforum entre otras muchas) y a publicar estudios sobre artistas recientes: Frank Stella, Alex Katz, Warhol, Gilbert & George, Jeff Koons o Sol Le Witt.
Su relación con España fue estrecha desde los años noventa, viniendo con cierta frecuencia a impartir conferencias y participando con sus ensayos siempre rigurosos y brillantes en diversos catálogos de exposiciones. Cabe destacar, sin embargo, su dedicación especial a la figura de Picasso, sobre todo a sus etapas clasicistas, en cuyo análisis siempre sabía aportar una mirada nueva, imaginativa, comprensiva y rigurosa.
Descanse en paz.
Carmen Bernárdez Sanchís es profesora de Arte Contemporáneo en la Universidad Complutense de Madrid.
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