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Columna
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Ignacio de Loyola y la mula sabia

Se cumplen el próximo lunes, 31 de julio, los 450 años de la muerte de Ignacio de Loyola, y la portada de la revista Historia 16, que compro en un quiosco próximo al parque del Oeste, viene con este titular: "El desconocido Ignacio de Loyola". ¿Es Ignacio de Loyola un desconocido? Para ver qué opinan los jesuitas telefoneo al convento que la Compañía de Jesús tiene en la calle de Diego de León. Pero, ay, nadie coge el teléfono -algo que se comprende bien: en Madrid cae azufre inflamado del cielo- y, como el termómetro no baja, renuncio a investigar en otras casas de la Compañía de Jesús dispersas por las calles de Maldonado, Almagro, Fernán González, Pablo Aranda, por mencionar sólo las sedes más visibles.

Tras viajar a Tierra Santa, Ignacio vino a Alcalá de Henares a estudiar Artes

Como haría mi maestro Montaigne en un caso así, me pregunto: ¿qué sabes tú de Ignacio de Loyola? Y me respondo: sé que, en una ocasión, el santo sintió el deseo de matar a un árabe porque habló mal de la Virgen. Recurro, pues, a las Obras completas de San Ignacio de Loyola que han dormido, durante tantos años, el sueño de los justos en una estantería sin haberles dedicado ni un solo minuto de mi vida. Estas Obras completas están vírgenes de lectura pero ha llegado el momento de ver de qué tratan.

Aplazando por si acaso la investigación sobre si Ignacio de Loyola quiso matar o no a aquel árabe o si esta historia es un recuerdo mío erróneo voy directo a la magnífica cronología del santo que, con tanto rigor intelectual, nos da el jesuita Ignacio Iparraguirre en esta edición de Obras completas.

Tras su viaje a Tierra Santa y su estancia en Barcelona, donde estudia gramática, Ignacio de Loyola viene en 1526 a Alcalá de Henares a estudiar Artes. En Alcalá sufrió tres procesos. Fue condenado y terminó en la cárcel, pues lo tenía enfilado el vicario alcalaíno Juan Rodríguez de Figueroa. Hacia el 21 de junio de 1527 Ignacio de Loyola salió de la cárcel y se fue para Salamanca. Como era un intruso en teología -no tenía entonces estudios oficiales en esta ciencia divina- y, sin embargo, predicaba, fue de nuevo procesado y conoció también la cárcel en aquella ciudad bañada por el Tormes.

En la Autobiografía del santo confirmo que, tras un encuentro con un árabe que no creía en la virginidad de la Virgen después del parto, sintió el deseo de apuñalarlo.

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El árabe se despidió diciendo que iba a una villa próxima. Ignacio de Loyola siguió su camino y de pronto le hirvió la sangre. ¿Por qué no he sido contundente con este moro -así lo llama él- blasfemo? ¿No es mi deber devolverle su honra a la Virgen? Y el futuro santo escribe literalmente que sentía deseos de ir a buscar a aquel moro y darle de puñaladas por lo que había dicho. ¿Lo apuñalo o no lo apuñalo?, se preguntaba Ignacio de Loyola sin saber qué decisión tomar. Y, como tomar una decisión a veces es difícil incluso para un futuro santo, tomó la determinación de dejar ir a la mula con la rienda suelta hasta el lugar en que se dividían los caminos. Y al fin lo vio claro: si la mula tomaba el camino de la villa, él buscaría al árabe y le daría de puñaladas. Pero, si la mula no tomaba el camino de la villa, sino la dirección del camino real, él dejaría de irse a encontrar con el árabe. Ignacio de Loyola lo hizo así y cuenta en su Autobiografía que Dios Nuestro Señor quiso que, aunque el camino de la villa era muy ancho y muy bueno, la mula tomara el camino real, y dejara el camino de la villa. La Autobiografía de Ignacio de Loyola es apasionante. La fuerza física de Ignacio, su carácter colérico, sus éxtasis -es decir, sus delirios alucinatorios-, su extraordinaria capacidad para crear equipos, su salvaje fe en Dios y su clarividente instinto para acercarse con éxito al poder en todas sus manifestaciones -terrenales y religiosas- lo convierten en un personaje tan peligroso como fascinante.

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