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Tribuna:OPINIÓN | Apuntes
Tribuna
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In memoriam. El taller de imagen de Alicante

El pasado día 24 de octubre, la Junta General de Accionistas de la Sociedad Anónima Taller de Imagen de la Universidad de Alicante, vistos los resultados económicos, la realidad patrimonial y las perspectivas futuras, decidió la disolución de la citada sociedad. En mi opinión se ha adoptado una decisión a la que poco o nada se puede objetar.

La situación en la que se encontraba el Taller de Imagen, como sociedad anónima, exigía dar este doloroso paso. Sin embargo, conviene, para intentar comprender en profundidad lo que ha ocurrido, no caer en el error del que ya nos advertía Antonio Machado en relación a que los necios confunden el valor con el precio. Y si bien es verdad que en términos de precios, en términos de lo que hoy se cotiza en el mercado televisivo, el precio de la sociedad llevaba a su disolución, nadie debe llegar a la necia conclusión de que el valor del Taller de Imagen era también pequeño.

Como simple testigo, aunque muy cercano, considero que puedo realizar algunas reflexiones no interesadas sobre lo que ha supuesto el Taller de Imagen y sobre lo lamentable que resulta su desaparición. El Taller de Imagen fue una idea, brillante, de un profesor y hombre de arte de la U. A., Adolfo Celdrán, que se percató, con gran visión de futuro, del enorme potencial que los modernos medios audiovisuales tenían para la docencia e investigación en el mundo universitario, y que contó con el apoyo del equipo rectoral encabezado por Ramón Martín Mateo y, especialmente, del entonces Vicerrector de Relaciones Institucionales Ángel Poveda.

Desde sus modestos y voluntariosos orígenes el Taller conoció un importante desarrollo, se convirtió en Sociedad Anónima y llevó a cabo una variada y rica actividad que fue recompensada con destacados premios nacionales e internacionales. La lista de estos galardones, más de cincuenta premios y distinciones en diversos concursos, festivales y certámenes, algunos de gran prestigio, es demasiado larga para reproducirla aquí íntegramente. Este amplio reconocimiento en diversos foros especializados de todo el mundo, permite hacernos una idea del auténtico valor del Taller de Imagen. A la vista de este currículum considero que es difícil no estar de acuerdo en el elevadísimo valor del Taller, valor que, sin duda, no estaba reflejado en su precio en el actual mercado televisivo. Los programas culturales, científicos y educativos característicos del Taller, hemos de reconocerlo, no se cotizan en la televisión actual. Resulta penoso recordar la cicatería, la roñosería con las que las televisiones pagaban los excelentes programas del Taller. Programas en los que muchos profesores y especialistas colaboraban de forma totalmente desinteresada. Esas mismas televisiones, sin embargo, financiaban y financian, alegremente, cualquier programa de telebasura, cualquier engendro en el que personajes de medio pelo desvelan sus más obscenas intimidades. Cualquiera de estos programas mueve muchísimo dinero (precio). Su valor es, sin embargo, nulo si no negativo. Soy consciente de que el problema que planteo es delicado, ya que chocamos con cuestiones para las que se han acuñado respuestas simplistas y aparentemente incontestables. Se me puede replicar diciendo que el precio lo fija el mercado y los gustos del público, que son favorables a determinados programas y no a otros. Esta respuesta tiene, aunque sea en parte, una indudable consistencia.

Si no aceptamos el principio de que el público es soberano podemos llegar a conclusiones peligrosamente dirigistas. ¿Quién o quienes serán los seres privilegiados que decidan los gustos que convienen a la mayoría? Pero este peligro no es mayor que el que resulta de admitir que lo que desea la mayoría, en todo tipo de casos y circunstancias, es lo más adecuado y lo más conveniente éticamente. Las leyes racistas en Estados Unidos estaban avaladas por una mayoría democrática y sin embargo ni eran buenas ni justas. Y si los profesores dejáramos votar a nuestros alumnos sobre la obligatoriedad de estudiar algunas materias, nos encontraríamos con resultados que consideraríamos inaceptables. Y esto mismo es aplicable al caso de los programas televisivos. Los programas más vistos no son necesariamente los mejores. Evidentemente no es posible dar una respuesta simple a este problema. Como todo en la vida, la respuesta justa es compleja y resultado de finos equilibrios.

Los gustos mayoritarios del público merecen ser considerados, pero las instituciones públicas y, especialmente, las Universidades y la radiotelevisión, tienen la obligación de fomentar la educación y la cultura. En estos momentos y en el mercado televisivo actual la Universidad de Alicante no podía sostener el Taller, pero, por favor, no seamos necios y no olvidemos la extraordinaria calidad de sus producciones y su enorme valor.

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Carlos Barciela es catedrático de Historia Económica de la Universidad de Alicante.

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