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Crítica:CLÁSICA | 'El jardín de las voces'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La sabiduría de la sencillez

William Christie está tocado por el favor de los dioses. En las óperas que dirige, en las academias de formación de cantantes que impulsa, en la combinación de solidez y flexibilidad que ha conseguido de la orquesta Les Arts Florissants. En Christie todo rezuma alegría de hacer música, vitalidad. Pero lo más hermoso es que su genialidad se basa en la sencillez. En El jardín de las voces, por ejemplo, selecciona un puñado de cantantes jóvenes, los prepara escrupulosamente en técnica y estilo en las obras que más se ajustan a sus condiciones y monta con ellos como conclusión final de un periodo educativo una gira llena de frescura y espontaneidad.

A finales de 2002, la primera edición de El jardín de las voces recaló en Madrid en el teatro de la Zarzuela (y en Bilbao en el teatro Arriaga) dentro de un recorrido por varios países europeos. Fue una conmoción. Se percibía entonces desde el espectáculo que la utopía musical era aún posible. Ahora han vuelto a Madrid, en el marco de los conciertos de Juventudes Musicales, con la segunda edición de este singular proyecto formativo y han producido otra sacudida emocional de similar intensidad.

Juventudes Musicales

Les Arts Florissants. Director: William Christie. Puesta en escena: Vincent Boussard. Con Amel Brahim-Djelloul, Claire Debono, Judith van Wanroij, Xavier Sabata, Andrew Tortise, André Morsch y Konstantin Wolff. Obras de Purcell, Mazzocchi, Rossi, Lambert, Charpentier, Rameau, Campra, Händel, Mozart, Grétry y Philidor. Musicales, Auditorio Nacional. Madrid, 3 de marzo.

El esquema del espectáculo es prácticamente el mismo, aunque, claro, con distintas voces. En esta ocasión procedentes de Malta, Argelia, Holanda, Reino Unido, Alemania. Incluso un contratenor catalán, Xavier Sabata, menor de 30 años. Con una puesta en escena tan imaginativa como poco pretenciosa de Vincent Boussard, los jóvenes cantantes se transfiguran. La orquesta les arropa con su seguridad y lirismo. Y Christie canta o ríe o sueña o se abandona al inmenso placer de hacer música compartida, es decir, con sus alumnos y su orquesta, pero con una sensación de extraordinaria naturalidad que salta a la sala y contagia al público.

El jardín de las voces transmite emociones, está lleno de pasión. Xavier Sabata cantó felizmente un aria de Amadigi, de Händel. Lo destaco por ser español, pero lo que importa es la armonía del conjunto, su frescura, el carácter familiar de un espectáculo que está poseído por la sabiduría de la sencillez. El maestro Christie puede sentirse satisfecho.

William Christie.
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