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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Laberinto pictórico

El artista portugués Pedro Calapez (Lisboa, 1953) ha aceptado el difícil reto de confrontar sus obras con los espacios del Centro Galego de Arte Contemporáneo (CGAC) -diseñados por su paisano Álvaro Siza- y ofrecer un complejo y arriesgado ejercicio de exploración de las relaciones entre arquitectura y pintura. El pintor se olvida de las exigencias funcionales que tiene que afrontar un arquitecto para realizar un proyecto y redibuja el espacio. Es una visión distorsionada pero que conserva elementos del plan original.

Calapez, que se distingue por tomar siempre como punto de partida una imagen para realizar su obra, utiliza esta vez los planos del propio museo como elemento inicial para acabar actuando como un escenógrafo y distribuir sus obras por las salas del museo provocando sensaciones muy diversas en quien las contempla. Es una suerte de laberinto pictórico en el que a veces el espectador puede sentirse atrapado y otras vislumbrar una salida. Cada uno de los cuadros de Calapez puede entenderse como una escena independiente pero, al mismo tiempo, acaba alcanzando su sentido pleno al relacionarse con las otras ventanas que la rodean. Sus obras son manchas de color sin rastro de presencia humana, pero que contienen elementos dramáticos que nos obligan a involucrarnos en ellas para tratar de desentrañar su significado. Son pinturas que huyen de sus propios límites y acaban traspasando ampliamente los bordes del cuadro.

PEDRO CALAPEZ

'Piso zero'

Centro Galego de Arte Contemporáneo

Valle-Inclán, s/n

Santiago de Compostela

Hasta el 27 de marzo

En esta ocasión la mayoría de las pinturas están realizadas sobre aluminio, aunque también se incluyen acuarelas sobre papel que nos permiten observar el absoluto dominio por parte del artista de las texturas y los colores que debe emplear en cada momento para provocar las sensaciones deseadas.

La distancia con la que miramos cada una de las obras también acaba siendo decisiva porque lo que vemos puede ser muy diferente al observarse con una u otra perspectiva. Es obvio que la figura del espectador resulta imprescindible en la obra de Calapez ya que la obra se va transformando según quién la contempla, el lugar donde se sitúa y el momento escogido para verla. El mismo artista admite su sospecha de que a veces pinta con el objetivo de convertirse en espectador de su propio trabajo.

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