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Columna
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Rayados

Cuando el mundo era complejo y plural, buena parte de la tribu de economistas se dedicaba a analizar las intervenciones públicas de Alan Greenspan para así inferir el curso de los tipos de interés mundiales. Ahora que, según algunos, vivimos en un mundo sencillo en el que China produce, Estados Unidos consume y el resto del globo les financia, aparentemente lo único que realmente merece la pena debatir es sobre cuánto y por cuánto tiempo seguirán creciendo los dos protagonistas de la economía mundial, sobre los déficit gemelos y sobre cuándo China va a perder el miedo a flotar su tipo de cambio.

Mi impresión es que, pese a las apariencias y a que mes tras mes los desequilibrios se amplían, el número de los catastrofistas disminuye. La razón del abandono del tremendismo es sencilla: quienes se la han jugado por la insostenibilidad de los desequilibrios globales han perdido. El pesimismo -algunos dirán la "racionalidad"- no ha pagado dividendos porque cuando los problemas han surgido, los agentes y las autoridades ya habían creado las condiciones necesarias para remontarlos. Ante la amenaza de una recesión global, los tipos de interés cayeron, los impulsos fiscales prevalecieron y un sistema financiero sano permitió multiplicar los impulsos macroeconómicos. Gracias a esos colchones sobrevivimos al estallido de la burbuja bursátil de las puntocom, a la crisis de los emergentes, a las incertidumbres geoestratégicas y al reciente incremento del precio del petróleo. Esta capacidad de "zafar" también se dio en economías emergentes -por ejemplo, en Latinoamérica- que demostraron su capacidad para evitar los cataclismos cambiarios y sociales que muchos les pronosticaron tan pronto como la Fed anunció que su nuevo rumbo era hacia la neutralidad monetaria. Los éxitos de unos y otros han hecho que 2004 haya sido el año de mayor y más consistente crecimiento de la economía mundial en las últimas tres décadas.

Los éxitos de unos y otros han hecho que 2004 haya sido el año de mayor crecimiento de la economía mundial en las últimas tres décadas

Nada de lo anterior detiene a quien ya ha decidido apostar "por el ahora sí que no hay forma de evitarlo". Su argumento favorito es que dado que el 15% de depreciación real del dólar no ha servido para corregir el déficit corriente americano, lo que hace falta es perseverar en la depreciación y probar otra medicina: una fuerte y no anticipada subida de los tipos de interés americanos que recorte el valor de sus activos financieros y fuerce a los consumidores a volver a ahorrar para restaurar su nivel deseado de riqueza. Sin duda es una receta de libro. El problema es si en el mundo de hoy esto es deseable. Nada garantiza que un menor crecimiento americano se compense con un mayor crecimiento endógeno de Europa, Japón o China. Más bien todo lo contrario: dado que EE UU ha pasado a ser el mayor deudor de la economía global, la caída de valor de los activos en dólares conlleva un efecto riqueza negativo sobre la economía mundial que probablemente acabaría a la postre lastrando el re- equilibrio de las cuentas externas americanas.

Lo que la economía mundial necesita es tiempo y tacto. Y lo que nos sobra son salvadores. Quizá moralmente fuese saludable castigar al derrochador consumidor norteamericano, pero nunca al precio de hacernos todos un poco más pobres. Así que, por favor, dejen por el momento de rayarnos. Si llega el caso, ya se verá cómo lo enfrentamos.

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