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Reportaje:

Teruel, el frío invisible

La despoblación y la falta de expectativas preocupan mucho más que las temperaturas de 16 grados bajo cero

Un día dejó de haber niños y quitaron la escuela. Más tarde, cerraron el cuartelillo de la Guardia Civil. Lo tercero en desaparecer fue el centro de salud. No tardó la diócesis en llevarse al cura y fue en esa última huida cuando el pueblo sintió en sus carnes la extremaunción. Ahora, en muchos pueblos de Teruel sólo quedan unos cuantos viejos y frío, mucho frío, el frío de siempre. No la nieve inesperada que aparece en los telediarios cortando carreteras y haciendo felices a los que no la habían visto nunca, sino un frío antiguo, seco y pertinaz, el que retrató Robert Capa y describió Ernest Hemingway durante el avance del Ejército Popular sobre Teruel. "De aquella campaña", escribió Herbert L. Matthews, corresponsal del The New York Times, "nada me impresionó tanto como el increíble mal tiempo, y estoy seguro de que para los historiadores de la guerra será el rasgo más digno de estudio. Nada servía de protección contra las ráfagas heladas que llegaban aullando desde el norte. El viento nos zarandeaba como podrían haberlo hecho los puñetazos de un boxeador profesional".

De aquel tiempo a esta parte, no ha sido el frío el único boxeador profesional que ha castigado a Teruel. Amado Goded, que es bombero, licenciado en Medicina y portavoz de la coordinadora ciudadana Teruel Existe, dice que en los últimos 50 años han desaparecido 100.000 personas de la provincia. "Pero eso no ha sido noticia", se queja, "aquí solemos decir que sólo salimos en las noticias por el frío. Pueblos que hace 50 años tenían 500 habitantes ahora no llegan al centenar. Se ha producido una despoblación brutal, una catástrofe lenta. Esto es un desierto demográfico, aquí la densidad de población es de nueve habitantes por kilómetro cuadrado, y encima se trata de una población envejecida, más del 30% es mayor de 60 años. Pero, ya ve, se nos conoce más por el frío que por todo lo anterior".

Es la sensación general. Una sensación de invisibilidad, de olvido, de un frío que va mucho más allá de los inconvenientes del termómetro. Tan es así que un grupo de ciudadanos creó en 1999 una coordinadora para reivindicar su lugar en el mapa y la llamó Teruel Existe. Fueron a Zaragoza, a Madrid y a Bruselas. Lograron una huelga general en la provincia que resultó unánime, pusieron de vuelta y media a Aznar, arrancaron varias promesas de un Zapatero todavía candidato y se entrevistaron con el Príncipe. Aquellos minutos de gloria concitaron la simpatía general. Pero, a la vuelta de cinco años, los cambios no se identifican fácilmente. Sigue siendo el frío lo que más llama la atención del forastero. "Nosotros", explica el concejal de Urbanismo, Pedro Joaquín Simón, del PSOE, "estamos acostumbrados. Tenga en cuenta que la ciudad tiene una altitud de 915 metros y un clima continental extremo. La temperatura media anual es de 10,5 grados. Y en el mes de enero, de sólo tres grados". Dice el concejal que, con esas temperaturas, hubiera sido de locos no adaptarse. La misma configuración de la ciudad antigua, de calles estrechas y aleros muy juntos, estaba destinada a combatir el frío y el viento. "Aquí se dan", remata el concejal, "oscilaciones térmicas de más de 25 grados, lo que no quiere decir que en lo bueno del día -que es una expresión muy de Teruel- se pueda pasear muy agradablemente".

El viernes, los informativos volvieron a hablar de Teruel. De nuevo, a causa del frío. Ninguna otra ciudad llegó a alcanzar durante esa madrugada los 16 grados bajo cero. "Yo entiendo", dice Amado Goded, "que fuera de aquí esas cifras asusten, pero lo que no se puede hacer es vincular el atraso de la provincia con el tiempo. ¡También hace frío en Nueva York!".

La pasada semana, muchos lugares se quedaron aislados por la nieve. En Teruel no nevó. Su aislamiento es crónico y se debe más a la falta de autovías y al hecho de ser la única capital del país que no está conectada por tren con Madrid. "Lo que pasa", concluye Goded, "es que somos gente de interior, reservados, conformistas y ahorradores. Pensamos que todo puede ir a peor. Cuando la reconversión agraria, los padres cogieron la maleta y a sus cuatro hijos y se fueron de taxistas a Zaragoza o a una fábrica de Barcelona. Aún hay más gente de Teruel fuera que dentro de la provincia. El exilio sigue. ¿Seremos capaces de pararlo?".

Salcedilla es uno de esos pueblos de Teruel donde fueron desapareciendo, más o menos por su orden, los niños y el médico, el comandante de la Guardia Civil y por fin el cura. Ya sólo quedan tres vecinos. Cuatro con el frío.

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Un récord inolvidable

Santiago Serraller se acuerda perfectamente de aquel 17 de diciembre de 1963. El termómetro marcó en Calamocha, provincia de Teruel, los 30 grados bajo cero, el récord absoluto si se exceptúan los 32 bajo cero que se registraron en el lago Estany Gento, en el Pirineo catalán, a 2.140 metros de altitud. "Yo", explica Santiago Serraller, "ya era colaborador del Instituto Nacional de Meteorología, y le puedo decir que recuerdo inviernos peores. Me acuerdo del 70. Durante cinco días tuvimos temperaturas inferiores a los 23 grados bajo cero. Se congelaba el gasoil de los camiones...".

Según el concejal Pedro Joaquín Simón, "el mito de Teruel y el frío viene desde la Guerra Civil. La batalla de Teruel fue tremenda por el aspecto bélico, pero también por la climatología reinante. La gente de toda España que combatió aquí creó la leyenda". De ello da fe Pedro Corral, autor del libro Si me quieres escribir, que cuenta las peripecias de la 84ª Brigada Mixta del Ejército Popular: "Disparaban sólo por entrar en calor y luchaban por los postes de teléfono para poder prender fuego. En uno y otro bando sólo se hacían guardias de 15 minutos para evitar la congelación".

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