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Flautas, evangelios, obispos

La noticia asegura que es una flauta, y que fue elaborada con el colmillo de un mamut. Seguramente el amable lector recuerda esta simpática anécdota (EL PAÍS, 4-1-2005). Un equipo de arqueólogos de la Universidad de Tubinga, en el sur de Alemania, han recompuesto lo que probablemente es el instrumento musical más antiguo de la historia de la humanidad. Hace 35.000 años, en el delgado límite entre la desaparición de los neandertales y el inicio de la hegemonía de la especie humana actual, nuestros ancestros más peludos tuvieron veleidades musicales. Para llevarlas a cabo parece que unieron 31 piezas procedentes del colmillo del mamut. La dificultad que entraña tallar un hueso de este tipo ha maravillado a los científicos, que en este campo sólo tenían testimonios de radios de ave huecos. Aquellos neandertales crepusculares se esforzaron en construir un instrumento adecuado a la representación de su alegría o de su tristeza, puesto que la música vehicula como ninguna otra facultad las emociones humanas, incluso las más primitivas.

Y bien: mientras la flauta prehistórica inundaba las redacciones de los periódicos con su encantadora tosquedad, yo leía los Evangelios que Joan F. Mira ha traducido del griego al catalán (con perdón) para la editorial Proa. Música celestial, qué quieren que les diga. La historia de este pacífico profeta galileo siempre me pareció digna de un interés muy superior a su posterior ritualización para consumo sectario. Hay algo magnífico en su peripecia biográfica, tan bien resuelta literariamente por los discípulos que decidieron plasmarla en los llamados evangelios, cuyas coincidencias y discrepancias han merecido la atención de miles de estudiosos en quién sabe cuántas lenguas diferentes. Que ahora los traduzca Mira me parece muy lógico, puesto que este infatigable polígrafo está empeñado hace años en llegar a tratar de tú a tú a los grandes homenots de nuestra cultura: como Josep Maria de Sagarra, Mira tradujo en su momento la Divina Comedia; ahora nos ofrece su versión laica de los textos sagrados y creo que amenaza, en un futuro, con enmendarle la plana al propio Carles Riba con la Odisea, que supongo que traduciría en prosa. Y todo me parece bien, qué quieren que les diga: Mira se lo puede permitir, y siempre es envidiable la potencia políglota vertida en buen estilo, que es de lo que se trata.

Lo que no me parece tan encomiable es justamente la suerte que han corrido los textos de marras en el devenir de nuestra civilización. Para los que creyeron que el concilio Vaticano II era la oportunidad definitiva de la Iglesia católica para corregir una deriva secular, los acontecimientos posteriores les habrán abierto los ojos. Como nunca en décadas -o en siglos- la Iglesia da ahora esta penosa impresión de secta mayestática venida a menos, de aristocracia rancia ansiosa por no mezclarse con el populacho. Esos obispos que alzan su voz contra los homosexuales, contra las abortistas, contra los que se divorcian, contra los que se preservan contra el sida con un condón... Esos obispos arrogantes que ya no tienen suficiente con esgrimir los Evangelios, sino que prefieren la contundencia normativa del Derecho Canónico, como si Jesucristo les hubiera enseñado personalmente las reglas para odiar a sus semejantes diferentes tanto como a sí mismos. Esos obispos no parecen de este mundo y su dedo acusador es negruzco y afilado, como el de una rapaz inverosímil.

Esos obispos, sí. El de Castellón, por ejemplo -es el que me pilla más cerca-, publica los domingos una pequeña homilía en la prensa local. Tengo por costumbre leerla. A veces, por distracción, reúno esos artículos, los arrugo, los aprieto con fuerza entre mis manos y el zumo que destilan lo aprovecho como matarratas. No sé de dónde se saca este hombre tanto odio y tanto desprecio por la libertad ajena. Hace poco (2-1-2005) escribía, por ejemplo: "Puede que pasen todos los partidos políticos y que el régimen de las actuales democracias

quede obsoleto. Ningún artificio humano es permanente, y hasta los más grandes imperios han acabado por desaparecer. Cuando todo eso suceda, la Iglesia seguirá existiendo".

Yo creo que su ilustrísima (¿se dice así?) se equivoca. Si sigue con su política actual (porque ellos también hacen política, por supuesto), la Iglesia católica corre el peligro de volver a ser una secta con más o menos fortuna, una excrecencia minoritaria más o menos activa en nuestra sociedad. Quizá dentro de miles de años los dedos incorruptos de estos obispos sean descubiertos por los arqueólogos y causen tanta expectación como las flautas de mamut de los neandertales. Esos investigadores se maravillarán entonces de que algunos homínidos del siglo XXI utilizaran sus índices acusatorios para intentar mortificar en lo más íntimo a sus semejantes y quizá se pregunten qué tenga que ver todo eso con el mensaje de Jesucristo, un humilde carpintero nazareno que predicó el amor universal y fue incapaz de prever las pequeñas maldades que cometerían algunos de sus seguidores, tantos años después, en su nombre.

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Joan Garí es escritor.

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