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Reportaje:LA INVESTIGACIÓN DEL 11-M

La mayor tragedia en 13 segundos

Las videocámaras de Renfe en Atocha captaron las explosiones en tres vagones de uno de los trenes

Miles de pasajeros se apretaban en las diez plataformas de la Estación de Atocha a las 7.38 del pasado 11 de marzo. La hora punta de la mañana, entre las seis y las nueve, registra cada día en esta terminal el mayor tráfico de pasajeros del servicio de Cercanías de España. Tan sólo una de las líneas que llegan a la estación, la C-2, que recorre la periferia este de Madrid hasta Guadalajara por el llamado Corredor del Henares, deja 44.000 pasajeros en los andenes 1 y 2 en las tres horas de más actividad.

Son precisamente las dos primeras plataformas las que más usuarios acogen porque en ellas confluyen todos los cercanías que llegan al sur de la capital donde se encuentra Atocha. Los convoyes paran en este lugar en intervalos de menos de un minuto para continuar su viaje hacia la estación de Chamartín, al norte de Madrid. La aglomeración es tal en los andenes que un equipo de 13 guardias jurados que trabajan para Renfe controla la subida y bajada de los trenes para que éstos puedan cerrar sus puertas y partir.

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Desde el puesto de mando de seguridad, Ignacio Paños y Juan José París controlan toda la escena. Las paredes de la habitación están ocupadas por 22 pantallas que muestran imágenes de cada ángulo de la terminal. 210 cámaras registran todo lo que ocurre en el complejo ferroviario, incluida la estación vecina del AVE, Puerta de Atocha.

"Próxima parada: Atocha, correspondencia con línea...", suelta por la megafonía del tren una voz metálica. El tren que salió de Alcalá de Henares a las 7.05 con destino a Chamartín frena suavemente en el andén 2 a las 7.39, en el segundo 35 de ese minuto. Los pasajeros que se van a apear se han levantado frente a la puerta. Frente a ellos, cara a cara, separados por las ventanas, cientos de personas que quieren tomar el tren 21431 se agolpan junto a las tres puertas de cada uno de los seis vagones que forman el convoy, dividido en dos composiciones. Antes de que se abran las puertas, el último y antepenúltimo coche estallan y todo se para. Los que están más apartados vuelven la cabeza.

Fuego, metralla y humo

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En el puesto de mando se despliega el horror en televisión. Los vigilantes de Renfe han visto el fogonazo de los explosivos, la metralla cruzando sus pantallas, los viajeros derrumbados en el pavimento. Las cámaras están situadas encima de las escaleras mecánicas, sobre los paneles de señalización, junto a las pasarelas que conectan los andenes.

El estruendo, el pavor; los pasajeros que han salido indemnes echan a correr hacia las escaleras mecánicas de salida. Una de ellas, Aroa, llama a su oficina para contar lo que ha pasado. Su llamada, el único testimonio público directo de lo que ocurrió, será repetido en todas las radios en los días que siguieron a los atentados más mortíferos de la historia de España:

-¡Montse, oye... Estoy... Estoy en Atocha, ha habido una bomba en el tren y hemos tenido...!

(Se oye otra explosión)

-¡Ah!, ¡socorro!, ¡ah!..

Han pasado cinco segundos desde las dos primeras explosiones. Aroa acababa de oír el estruendo de otra bomba que había explotado en el tercer vagón del tren que queda así destrozado con tres grandes agujeros en su carrocería blanca y roja. La luz que emite la carga de dinamita de los terroristas inunda la superficie de las pantallas. Los andenes quedan repletos de gente ensangrentada que pide ayuda.

El caos es ahora definitivo. Son las siete horas, 38 minutos y 45 segundos y el aire se nubla de humo. Los que pueden, huyen despavoridos cubriéndose la cara con la ropa. "Iba en contra de una auténtica riada humana. Había gente gritando que me tiraba de la ropa y mutilados que salían por su propio pie", relató Luis Morán, otro de los guardias de Renfe que estaba a pie de andén con sus compañeros de los que sólo uno, José Rodríguez, resultó herido.

En los vagones, no quedó nada en un radio de tres metros alrededor de las mochilas repletas con diez kilos de goma-2. Entre los asientos destrozados, decenas de personas muertas y cientos de heridos, muchos de ellos inconscientes. Morán saltó a un vagón para sacar a quien pudiera. Se acercó a un chico: "No estaba herido. Decía que no quería bajar, que su tren no había llegado. Cuando le agarré con fuerza me dijo que le ayudara a despertar a su novia; cuando mire a su lado...".

Casi al mismo tiempo, otras cuatro bombas explotaron en sendos vagones del convoy que esperaba vía libre cerca de la estación, a la altura de la calle de Téllez. Los vigilantes de Renfe también vieron el otro desastre en directo desde el puesto de mando cuyo radio de control se extiende más allá de ese punto. A las 7.41 dos explosiones más destruyeron los vagones de otro tren en el apeadero de El Pozo. Son coches de dos pisos y la matanza es grande. Un minuto después, terminó la masacre con el estallido de la última bomba en un convoy parado en la estación de Santa Eugenia. En los atentados del Corredor del Henares y la estación de Atocha murieron 191 personas, 14 de ellas tras haber llegado con vida a los hospitales.

Mientras se extendía la tragedia, Paños y París fueron los primeros madrileños que tomaron conciencia de la magnitud del drama en el primer lugar de las explosiones. Las cámaras de Renfe les mostraron el drama y no perdieron tiempo en reaccionar. De inmediato llamaron al servicio de emergencias 112: "Se han producido tres explosiones en la estación de Atocha"...

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