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Apuntes

Quince años de prácticas por Europa

Antiguos becarios Leonardo analizan su experiencia a la luz de su actual posición profesional

En la Europa de Mitterrand, Margaret Thatcher y la caída del Muro había valencianos realizando prácticas en empresas europeas, fruto del programa Comett -hoy Leonardo de Vinci-, financiado por la Unión Europea y gestionado por las universidades. La Fundación Universidad Empresa (Adeit), de la Universitat de València, junto con la Secretaria Autonómica de Relaciones con la UE y la colaboración de Bancaixa y otras universidades, organizaron el pasado jueves en Valencia el I Encuentro de Antiguos Becarios en Empresas Europeas que reunió cerca de 150 personas. En la sede de la fundación los precursores rememoraron sus experiencias junto con los recién llegados, mientras que los futuribles absorbían los consejos. Todos son europeístas convencidos. Algunas de estas experiencias se escuchaban en las mesas redondas. Otras fluían en las conversaciones de ex becarios que, sin conocerse sentían que compartían. A la jornada acudieron sin matrículas, ni créditos. Era un agradecimiento a la entidad que había materializado su sueño estudiantil europeo. Desde la creación de esta iniciativa, hace dieciséis años, 1.533 valencianos han participado en Leonardo con la Fundación. Hasta 1996 canalizaba las prácticas de todas las universidades valencianas. Después, cada una gestiona las suyas.

La Universitat de València ha gestionado las prácticas europeas a 1.600 postgraduados
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Y para noviembre, 'erasmus'

Pedro López es un economista de 41 años que estuvo hace quince en una empresa londinense de helados y repostería. "Éramos 400 para 30 plazas, por lo que tuvimos que hacer tres exámenes". De la UE recibió en ecus el equivalente a 2.000 euros para un semestre. La empresa le remuneró para mantenerse. "Hice de auxiliar de heladería, de repartidor y al final realicé estudios de mercado y vendiendo". Le ofrecieron quedarse aunque desestimó la oferta. Al regresar, empezó a trabajar en el departamento de exportación de Chocolates Valor, donde es gerente. Recomienda irse como leonardo "con los ojos cerrados".

La vida del informático Víctor Vergués, de 38 años, hubiera sido otra sin su leonardo del 93, a través de la cual conoció a su mujer con la que acaba de ser padre. "Todas las semanas venía a Adeit y preguntaba si había algo para mí", recuerda. La idea de una plaza en Italia no le apasionó. "Como todos, quería Londres", dice, aunque con un cursillo de italiano rápido y una lista de frases en una libreta, el estudiante de la Politécnica salvó airoso la entrevista telefónica ante un ingeniero italiano. En Milán su empresa le pagaba hasta equiparar su sueldo a uno del ramo. En ese periodo le llamaron de la Fundación porque una leonardo de Farmacia no tenía alojamiento. "Era difícil encontrar casa. Yo pasé tres semanas alojado con un alemán y era una forma de devolver el favor". Aquella visita circunstancial acabó en boda. "Querían que me quedara. A cada intentona de marcharme me subían el sueldo. Y estuve tres años. Gané dinero y viajé a muchos países porque era consultor informático". Cada año vuelve a Italia y lamenta que en España no se valore la experiencia transnacional sin el preceptivo título.

Hace dos años Italia atravesó el destino de la licenciada en Historia del Arte y restauradora Anna Boix, y el de la bióloga Susana Ortiz. La primera, hija del Premio Nacional de Artes Plásticas, Manuel Boix pasó cuatro años de su infancia en Estados Unidos y en la universidad se propuso dominar el idioma de la cuna del arte. De ahí que aprovechara su erasmus en Italia para buscar la empresa de restauración para que le acogieran como leonardo durante cuatro meses, una estancia planteada como un tránsito a sus estudios de Restauración en Madrid durante tres años. Por ello, cuando le ofrecieron quedarse lo rechazó. Ahora trabaja en el Museo San Pío V y en Bancaixa, donde acaban de llegarle unas obras que restauró en Italia, en un episodio que evidencia que "Europa es muy pequeña". "He estado seis años rodando. La gente se sorprende. A mí me da igual trabajar aquí o en otro lugar. Lo haré donde me ofrezcan las mejores condiciones".

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Susana Ortiz no buscaba Italia, pero se lo sirvieron en bandeja cuando le destinaron al oceanográfico de Génova. "Era el más grande de Europa y allí sabían más datos del Oceonogràfic de los que podía tener aquí". Aprovechó los cuatro meses para mejorar el idioma y sacarse el título de buceo, un requisito para trabajar en un oceanográfico. Actualmente está al cuidado de los peces del Mediterráneo en el Oceonogràfic de Valencia, para lo que la experiencia en Italia fue fundamental. Los 330 euros mensuales que contempla la beca le daban para subsistir junto con los abonos para supermercados y restaurantes que le facilitaba la empresa, aunque se gastó dinero.

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