_
_
_
_
_
VIAJE DE CERCANÍAS
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Un café psicológico

Por fin descubrí en París el bar donde el escritor austríaco Joseph Roth sufrió su último delirium tremens en mayo de 1939. Roth era un exiliado no sólo de su patria sino también de sí mismo. Y no sólo de sí mismo sino incluso de los restos de su genial lucidez arruinada por el alcohol.

Había escrito La marcha de Radeztky y estaba escribiendo, con dificultad y grandes altibajos, su testamento, o testimonio, titulado La leyenda del santo bebedor. Aquél día, cuando buscaba un café apacible donde sentarme para saborear las páginas finales de este libro imperecedero, me topé casualmente con la placa en la fachada del Touron que proclamaba: "En este edificio vivió y murió el escritor Joseph Roth".

"Todo (comida, bebida, lecturas, música y actividades) gira en torno a la psicología", me explicó Patrizia Bettoni, quien comparte negocio con Deborah Mager, igualmente psicóloga clínica

De verdad estaba excitado. Ocupé la mesa de Roth y copié, como robándolas, sus palabras escritas en la pared: "Una hora es un lago. Un día es un mar. Una noche es una eternidad". Luego pregunté al actual dueño del café Touron si había conocido al escritor. "No, pero sé de muy buena tinta que se mató horas antes de que los alemanes entraran en París. Era judío y no quiso acabar en un campo de exterminio". ¿Sabía acaso cómo se suicidó? "Pues claro, se pegó un tiro en la sien".

Sin embargo no era cierto. El autor de Hotel Savoy murió a consecuencia de la bebida. Y no aquí sino en la planta superior donde Roth ocupaba una humilde habitación de hotel, cuya encargada -la señora Germaine- le ofrecía una copa de pernod a cambio de una página escrita que guardaba celosamente en la caja registradora del bar. Roth estaba arruinado y enfermo.

Muchas noches la señora Germaine lo acostaba cuando el alcohol le salía por las orejas. Y fue ella quien tuvo que llamar a la ambulancia para que lo trasladara al hospital en pleno delirium tremens. Podríamos decir que La leyenda del santo bebedor se trucó con el paso del tiempo en leyenda de condenados y fabuladores hoteleros.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

A pesar de todo me gusta recalar en este café Touron donde siempre que pido un trago imagino a Joseph Roth asiendo su pluma, su pernod y su amarga soledad de exiliado.

Creo que son los libros, o el recuerdo deformado de lecturas, los que nos arrastran a ciertos lugares. Pocas calles mas arriba existe un pequeño hotel en el que se alojó Sigmund Freud durante su primera estancia en París. Está en la calle Impasse Roger Collard, que no tiene salida pero a la que llegan ramas de los árboles de los jardines de Luxemburgo. Una vez me dejé llevar por un oscuro deseo y pedí habitación en este hotel donde pasé una de las peores noches de mi vida, cuando lo que esperaba era concitar fantasías y sueños reveladores. Tumbado no en un diván de psicoanalista, sino en la misma cama del inventor del psicoanálisis, me fue sin embargo negada la voz del inconsciente. Y solo obtuve esa clase de insomnio de pesadilla que habría regocijado al maestro vienés.

Días atrás, y también en el barrio latino, paseaba yo por la calle Médicis llevando en la mano una biografía del reinventor del psicoanálisis Jacques Lacan (sin duda algo en sí mismo temerario) cuando advertí la existencia de un nuevo bar llamado el Café Psycho. ¡Qué casualidad!, me dije. Y me metí en ese café donde una joven camarera, a su vez licenciada en psicología clínica, me ofreció la ensalada paranoica, el cóctel de frutas Edipo, la tarta culpabilidad y no sé qué otra especialidad de la casa.

¿Era esto una broma o una alucinación?, pregunté a la camarera.

"En absoluto. Se trata del primer café psicológico de París donde todo (comida, bebida, lecturas, música y actividades semanales en el local) gira en torno a la psicología", me explicó Patrizia Bettoni, de 26 años, quien comparte el negocio con Deborah Mager, también de 26 años y, cómo no, igualmente psicóloga clínica. Ambas están haciendo un doctorado de Antropología psicoanalítica en la Universidad París-7. "Hasta que tengamos pacientes de diván, nos conformamos con clientes de café", dijeron.

La competencia es feroz tanto en un negocio como en el otro y el Café Psycho puede servir de lazo entre la sociedad y el psicoanálisis, un saber que merece ser explicado en la calle con palabras de la calle.

Frases lapidarias de Freud cubren las paredes, mientras que la obra de este autor, así como los Seminarios de Lacan, llenan las estanterías y quedan al alcance de los clientes del café. "Hay gente que entra con curiosidad por saber en qué consiste el psicoanálisis y nosotras tratamos de responder lo mejor que podemos", dijo Patricia. Deborah añadió: "Creemos en la necesidad y los resultados del psicoanálisis".

En el café no se practica terapia alguna, ni individual ni colectiva. Es un lugar de encuentro donde un par de veces por semana (previo pago de 10 euros que incluye la consumición) se habla de la materia y se debaten cuestiones teóricas y prácticas en una atmósfera distendida.

En los próximos meses se hablará de la relación entre el psicoanálisis y la ópera, de escritura y psicoanálisis, sobre comportamientos reincidentes de los histéricos o acerca del fantasma y las ideas políticas totalitarias.

El pasado 22 de abril tuve yo mismo la oportunidad de participar en uno de estos encuentros cuyo tema, a cargo de Claudine Bosio, una conocida psicoanalista de Niza, giró en torno a la histeria y a los celos. Parecía quedar claro lo difícil que resulta no solo vivir en pareja con un hombre o mujer histérico, propenso a los celos, sino también lo compleja y en ocasiones frustrante que llega a ser la terapia de esa patología. "Porque una histérica no suele decir sí o no; siempre dice sí y no al mismo tiempo".

Rodeado de una veintena de personas de distintas edades y sexo, observé que unos movían la cabeza dando la razón a la psicoanalista, mientras que otros movían la cabeza asintiendo primero, aunque negando inmediatamente después lo anterior.

¿Serían estos últimos histéricos potenciales?, me pregunté.

Pero no me atreví a formular esa pregunta en el momento justo que pude hacerlo. Y ahora de verdad lo lamento. Ya es demasiado tarde.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_