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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Coro para una antigua masacre

Jacinto Antón

Un jinete solitario con tan espantosas heridas y tan demacrado que parecía el mensajero de la muerte. De esa manera describieron -y no andaban errados- los centinelas de Jalalabad el aspecto del ayudante de cirujano William Brydon a su llegada en enero de 1842 a la guarnición británica. Brydon era, y así lo retrató Lady Butler en su célebre lienzo Remant of an army, pieza emblemática de la iconografía victoriana, todo lo que quedaba del glorioso Ejército del Indo, un ejército lanzado imprudentemente tres años antes a la conquista de Afganistán -los oficiales del 16º de Lanceros de Bengala llevaban incluso dos camellos cargados con puros- y devorado luego en su forzada retirada de Kabul por los guerreros y el clima afganos. Los extraordinarios sucesos, incluidos tremendos errores e ineptitudes, tan plenos de resonancias actuales, que llevaron a esa debacle, la primera gran derrota de la reina Victoria, son el telón de fondo de El imperio de las zarzas (acertada traducción del original The mulberry empire, en alusión a las moreras de Kabul), de Philip Hensher. Es éste un libro asombroso y complejo por cuanto trata de novelar desde la intimidad y la introspección, a través de un puñado de personajes, de su destino y de su punto de vista forzosamente parcial, una aventura que parecería reclamar la épica y el cinemascope.

EL IMPERIO DE LAS ZARZAS. Una aventura de la primera guerra afgana

Philip Hensher

Traducción de Alberto Coscarelli

Edhasa. Barcelona, 2004

650 páginas. 29 euros

El imperio de las zarzas narra un momento culminante del Gran Juego, esa partida diplomática y militar que libraron en Asia las potencias europeas, especialmente Gran Bretaña y Rusia, y cuya principal traslación literaria es Kim, de Kipling. La novela de Hensher tiene como centro la primera guerra afgana, cuando los británicos, aprendices de brujo y hacedores de reyes, instauraron un gobierno títere en Kabul sostenido por las bayonetas de sus cipayos. Los afganos respondieron con sus largos jezail (mosquetes) y salawar (cuchillos), incendiándose de cólera en una terrible y profética yihad (¡cuántas similitudes hay entre los ghazi, los fanáticos guerreros religiosos de entonces y los talibanes!).

A través de la perspectiva coral y fragmentaria, el lector se adentra, involucrándose, en un mundo de increíbles peripecias -exploraciones, intrigas, batallas-, poblado por una numerosa galería de personajes legendarios, y enmarcado en grandiosos paisajes. Hensher ha alumbrado una larga novela de hechizante belleza y ritmo pausado, pese al torbellino de la acción que describe, en la que el interés por los sentimientos -amistad, amor, celos- y la psicología de los personajes se complementa con una minuciosidad descriptiva casi entomológica (no en balde el autor confiesa su deuda con Antonia Byatt) y una atención por el detalle digna de un miniaturista.

En su viaje literario al Afganistán decimonónico (y a los no menos exóticos Londres y Gloucestershire de la época), con un tono emotivo y en algunos momentos dotado de una ironía que recuerda la de Flashman (el pícaro antihéroe de George McDonald Fraser) y la de The charge of the Light Brigade, el filme de Tony Richardson sobre otro gran desastre victoriano, la carga en Balaclava, el novelista se ha apoyado en una inteligente lectura de la amplia bibliografía acerca del tema.

De la pluma de Hensher (Londres, 1965), un valorado novelista y crítico en absoluto circunscrito a la narrativa histórica, surgen unos seres de carne y hueso y un mundo tangible que permiten trufar de vida con sorprendente verosimilitud -aunque él advierte insistentemente que desde la ficción- los cartonajes sepia de la historia.

Para introducirse en unos hechos del siglo XIX que tanto tienen de lección para el momento actual -Hensher refuerza esa idea en su novela con un curioso interludio contemporáneo en el que se recorre uno de los escenarios históricos caminando literalmente sobre huesos humanos-, el autor elige a varios personajes que conducirán la trama. Unos son rigurosamente históricos, como el principal, Alexander Bujara Burnes, el gran explorador escocés; su amigo y adversario, el emir Dost Mohammed Khan, Perla de los Tiempos, taimado e inteligente, absurdamente destronado (volvería en 1843); el misterioso y amargado agente ruso Vitkevitch (fantástica la escena en que le saca dos muelas un dentista cabulí), y el extravagante Charles Masson, desertor, coleccionista de arte y espía (Hensher lo retrata, injustamente, como un tipo mezquino, repulsivo y sodomita). Inventados otros, como Bella Garraway, la muchacha de la alta sociedad inglesa que concibe un hijo de Burnes y es el contrapunto inmóvil y escéptico del héroe y sus aventuras, y el oportunista y cínico periodista Stokes, medrando en la rusofobia de la sociedad británica.

El imperio de las zarzas acaba con Afganistán a la espera de que los británicos lancen su venganza y vuelvan a cometer un tremendo error. Tras la nueva invasión, en 1878 (segunda guerra afgana), el representante inglés Lord Cavagnari será asesinado en el asalto a la residencia de Kabul por una turba enfurecida, un episodio calcado de la muerte de Burnes (allí cae también el teniente Hamilton del Cuerpo de Guías, pariente de M. M. Kaye, la recién desaparecida escritora británica que colocó ese suceso como momento culminante de su romántica novela Pabellones lejanos). Otra vez la sangre teñirá la nieve, el polvo y las zarzas afganas y, como bien sabemos, no llegará ya nunca a secarse.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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