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Irak: fuera de control

"¿Por qué el señor Rodríguez Zapatero ha ordenado la vuelta a España de las tropas desplegadas en Irak?", me preguntan a la llegada al aeropuerto de Ciudad de México.

"Miren ustedes", respondí, "seguramente ha dado esa orden porque las tropas estaban allí. De lo contrario, no tendrían que volver".

"¿Qué quiere usted decir?", repreguntaron con cierta intriga por la respuesta de Perogrullo.

"Quiero decirles que la pregunta no tiene respuesta razonable salvo que venga precedida de otra: ¿por qué estaban allí? A la que podríamos añadir, ¿para qué y en qué condiciones? Justamente, lo que ha tratado de evitarse, aunque resulte imposible, por los anteriores responsables del Gobierno de España y no se ha tenido en cuenta en los análisis que he ido viendo en sectores de la prensa española y extranjera".

Estaban allí por decisión del señor Aznar, del señor Rajoy, del Gobierno del PP y de todo su grupo parlamentario, que festejaban, el día que se votaba en el Parlamento, su unanimidad frente a la resolución sobre la guerra de Irak.

Ya lo dije entonces en la tribuna de este periódico: "Con un entusiasmo y una alegría que no he visto en ningún Parlamento del mundo, los diputados y diputadas del Partido Popular aplaudían a rabiar la resolución que proponen para abrir paso a la guerra contra Irak y la negativa a dar cualquier oportunidad a los inspectores para que rematen su objetivo. ¿Por qué estarán tan contentos con la que nos espera?".

La que nos esperaba a todos ya la sabemos y no merece la pena insistir -salvo que insistan- en las mentiras y en los errores de esta estrategia que tanto les divertía en aquel debate. Tampoco hemos querido -por responsabilidad y prudencia- imputar a estas decisiones el incremento de la amenaza terrorista que hemos soportado, porque los horrendos atentados sufridos también podrían haberse producido sin ese contexto. Sin embargo, el señor Rajoy y el señor Aznar -empecinados en el error- advierten de peligros futuros en este terreno por la decisión del presidente del Gobierno. ¿Lo ven responsable y prudente?

Si hace un año hubieran respetado a la abrumadora mayoría de la opinión de los ciudadanos, ni siquiera hablo de la oposición de todos los grupos políticos, no hubieran estado allí, inmersos en una estrategia equivocada frente a la amenaza del terrorismo internacional.

Es más actual, sin duda, una vez que estaban allí, preguntarse para qué y en qué condiciones estaban nuestros soldados en Irak. Siguiendo de manera coherente la explicación del Gobierno anterior, estaban allí en una misión de paz y de reconstrucción de Irak. Aportación que tiene su importancia, por modesta que se considere, si en verdad se pudiera cumplir.

Naciones Unidas nunca avaló lo que se había hecho, pero ante la situación de facto, es decir, ante la ocupación de Irak, naturalmente responsabilizó a los actores de la guerra de la seguridad de ese territorio.

Nuestros soldados no estaban allí para luchar contra los iraquíes, sino para ayudarles. No estaban para hacer la guerra, sino para hacer la paz. Pero su misión -tantas veces proclamada por los que los enviaron- se había hecho, sencillamente, imposible de cumplir.

Hoy, a lo que allí pasa no se le llama guerra, porque la guerra se declaró finalizada hace un año. Sin embargo, cada día es más evidente que estamos ante una situación de guerra, de terror, de confusión, con miles de víctimas entre los militares y los civiles. No se parece a Vietnam, pero a estas alturas el número de muertes de soldados triplica al de aquel conflicto en el mismo plazo de tiempo.

Con todo, me sigue preocupando más cómo enfocar la salida de esta tremenda situación, sin crear más problemas que soluciones, aunque sea a medio plazo. Nunca he deseado que a Estados Unidos le vaya mal, por amistad y por interés, por solidaridad y por egoísmo. No estoy entre los que predicen -con complacencia- el fracaso de esta estrategia, sin preocuparse de las consecuencias que tendría para todos. Por tanto, una vez más repito que la cooperación en la lucha contra la amenaza del terrorismo internacional debe intensificarse con solidaridad entre todos, pero sin la sumisión del vasallo que puede confundir al poderoso.

Por eso creo, a pesar de la dificultad inmensa para encontrar una salida al conflicto iraquí, que hay que reemprender el camino de Naciones Unidas y del Consejo de Seguridad. Creer esto no significa caer en el error de pensar que la ONU está en condiciones de hacerse cargo de la gestión de esta crisis en Irak, en todos sus aspectos. No hace falta esperar a una nueva resolución para saber que la única representación de la Comunidad Internacional que encarna Naciones Unidas no tiene medios para garantizar la seguridad en este país, destrozada para mucho tiempo.

Y si no existe esta posibilidad, aunque quisieran los actores (que no querrán), como tampoco la hay de devolver inmediata y plenamente la soberanía a los iraquíes, la resolución que se haga responderá a un tipo de compromiso que no será de plena responsabilidad con la situación creada.

Visto desde la ONU, podríamos encararlo de la siguiente manera: no puede decir que no se hace cargo de la situación, porque dejaría malparada a la organización, ni puede decir -responsablemente- que se hace cargo plenamente, porque no tiene medios y dejaría malparada a la organización. Cualquiera que se ponga en la piel del secretario general de Naciones Unidas llegará a la misma conclusión.

No juego a taponar las salidas, sino a poner sobre el tablero las dificultades de la situación creada. Tampoco debemos renunciar a seguir elaborando estrategias diferentes para enfrentar la situación concreta de Irak y las amenazas que llevaron a esta guerra equivocada porque no provenían de este lugar, pero que son reales y peligrosas, tanto si se habla del terrorismo internacional como si se trata de la proliferación de armas de destrucción masiva.

El conflicto actual afecta a Irak, a Oriente Medio y a Oriente Próximo, como mínimo, con potencialidad constatada de contagio a otras áreas. Por tanto, el debate en Naciones Unidas en la búsqueda de una resolución post 30 de junio puede llevarnos a la creación de un paraguas que permita:

- Que haya un nuevo gobierno provisional que incluya a los actores de mayor peso en las distintas comunidades del país y, naturalmente, con más poderes reales que los actuales para tomar decisiones que le conciernen.

- Regionalizar la parte sustancial de la seguridad y el orden en el país, para que no sean percibidos como la imposición de Occidente que produce un

rechazo creciente y comprensible. Para ello, la Liga Árabe es imprescindible.

- El repliegue estratégico progresivo de las fuerzas en presencia para distanciarlas de la población, sin creer en la posibilidad de retirada total en mucho tiempo.

Para avanzar por esta difícil senda, sería condición necesaria que se retome la mal llamada Hoja de Ruta en el conflicto entre Israel y Palestina.

No se trata de una moneda de cambio, como a veces interpretan algunos líderes israelíes, sino de atender al epicentro del terremoto de violencia que azota a la región, en bien de todos, sean árabes o israelíes.

Si esto no se hace, los gobiernos de esta parte sensible del mundo, los miembros de la Liga Árabe, no tendrían, aunque quisieran, margen de maniobra para emprender la tarea de regionalizar la salida del conflicto iraquí, con el apoyo de todos.

La Unión Europea, temiendo la dinámica unilateral del Gobierno de Sharon, adoptó el pasado marzo una posición que ha pasado inadvertida pese a su importancia, negándose a aceptar modificaciones en las fronteras de 1967, salvo que haya acuerdo entre las partes.

Aceptar no sólo la gravedad, sino la complejidad de este problema, produce desaliento y escepticismo, pero es imprescindible para reemprender una estrategia alternativa. Lo más grave de lo que se puede observar en el conflicto iraquí es el desconcierto que subyace en la reiteración de argumentos poco consistentes, casi infantiles, de cumplimiento de cronogramas o de voluntad de persistir sin conocer en qué dirección.

Se puede estar ocultando la ausencia de respuesta a una pregunta dramática: ¿y ahora, qué hacemos?

Felipe González es ex presidente del Gobierno español.

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